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domingo, 18 de septiembre de 2011

Guatemala: elegir entre las enfermedades



Maciek Wisniewski*

Rafael Carrera (1814-1865), que provocó la desintegración de la República Federal de Centroamérica y el surgimiento de Guatemala como una entidad separada, ascendió al poder en medio de una epidemia de cólera. Parte de una brigada que levantaba los cadáveres, lideró una rebelión que luego lo llevó a la silla presidencial. La peste se acabó, pero Carrera, enfermizo y paranoico, siguió cosechando las muertes.

La enfermedad se volvió una condición socialpolítica fija.

Cruentas dictaduras militares y una guerra civil 1960-1996 con saldo de 200 mil muertos y 45 mil desaparecidos. La pobreza, desigualdad, impunidad, hambre, racismo, viejas plagas que ningún político incluso en los 25 años pasados de democracia fue capaz de enfrentar. O nuevas como la inseguridad o el narcotráfico.

De Guatemala a Guatepeor.

Se lo digo a un amigo viendo en la tele los resultados de las elecciones presidenciales del pasado 11 de septiembre.

La primera vuelta fue para el general retirado Otto Pérez Molina, del Partido Patriota (PP), con 36 por ciento de los votos, seguido por el empresario Manuel Baldizón, de Libertad Democrática Renovada (Líder), con 23 por ciento. Ambos de derecha, ambos vinculados a unas pocas familias oligárquicas que dominan el país.

Mi amigo encoge los hombros. Aquella frase no resulta muy agradable, pero contiene una verdad irrefutable. No solamente porque la situación va de mal en peor, sino también porque no hay nadie que ofrezca salidas.

Lo intentó el saliente presidente Álvaro Colom, que con su centroizquierdista Unión Nacional por la Esperanza (UNE) invocaba la herencia de la revolución de 1944 y de Jacobo Árbenz, que por hacer la reforma agraria fue derrocado por Estados Unidos, con el argumento de frenar el comunismo mundial. Colom tomó algunas medidas progresistas. Junto con su esposa, Sandra Torres, introdujo un programa para los pobres. Pero en general se quedó en la retórica.

Y para la esperanza frustrada no hay segunda chance. No se repite. De una vez acaba en una farsa. Buscando la continuación y para omitir la ley que prohíbe la postulación de parientes, Torres se divorció. Y al final quedó sin marido y sin la candidatura, ya que el Tribunal Supremo Electoral le impidió presentarse.

Entre los 10 presidenciables estuvo Rigoberta Menchú, la premio Nobel de la Paz, candidata del movimiento indígena Winaq y los izquierdistas URNG-Maíz (ex guerrilla) y ANN. Acabó en sexto lugar, con apenas 3 por ciento de los votos. Resultado del racismo, marginalización de la izquierda que tras los Acuerdos de Paz de 1996 no logra posicionarse y de la fragmentación del voto indígena en un país donde éstos constituyen 60 por ciento de la población.

A la premio Nobel la encontré en uno de los centros de votación. La pregunté directamente por esta fragmentación y contestó: Estoy de acuerdo. Pero también hay que notar que el voto de la derecha oligárquica está fragmentado.

Una observación pertinente: el sistema político guatemalteco padece una alta inestabilidad. En las elecciones se presentaron 28 partidos, de los cuales la mayoría no tiene más de 10 años. Saldo del conflicto, polarización (la trauma posguerra podría explicar también el triunfo de la derecha) y una herencia de la recomposición política de los años 40.

De hecho, igual que en aquellos tiempos, el problema principal en Guatemala es la tierra. Ahora con nuevas facetas del capitalismo que mercantiliza la naturaleza, empuja los proyectos mineros (¡las multinacionales pagan sólo uno por ciento de regalías!) o monocultivos para los biocombustibles, lo que ocasiona violentos desalojos de los campesinos.

Los candidatos que se presentarán en la segunda ronda electoral del 6 de noviembre casi no hablaron de esto. Centraron sus propuestas en la población urbana, en la inseguridad y el narcotráfico: Pérez Molina prometía la“‘mano dura”, Baldizón pena de muerte.

Francisco Goldman, un escritor guatemalteco-estadunidense, autor de El arte del asesinato político, que narra la historia del obispo Juan José Gerardi, defensor de derechos humanos, muerto a manos de los militares en 1998, me comenta que Pérez Molina no sólo está acusado de masacres llevadas a cabo en una estrategia que eliminaba la peste del comunismo con todos los potenciales infectables, sino también de ser implicado en el asesinato de Gerardi. Y al respeto de Baldizón, un oportunista cuyo partido tiene menos de un año de haberse formado, observa que se manejan sospechas de que su financiamiento –al igual que el de Pérez Molina– podría estar ligado al narcotráfico.

¿Son sus candidaturas vías de salida o apenas síntomas de las mismas dolencias que acechan a Guatemala o que incluso quieren combatir? ¿Son sus propuestas recetas para la sanación o parte del mismo tratamiento que tiene el país agonizante?

Aquí la elección es entre el mal y el mal peor, sin saber cuál es cuál. Entre dos tipos enfermedades, sin que importe su nombre.

¿Alguna vez tendrán los guatemaltecos una oportunidad de escoger entre una enfermedad y una cura?

Ciudad de Guatemala, septiembre de 2011.

*Periodista polaco

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