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sábado, 10 de septiembre de 2011

ALEPH: Dignidad, a pesar de todo

Carolina Escobar Sarti 
Durante esta campaña, cada calle fue ultrajada, cada casa fue invadida, cada comunidad del país, secuestrada; cada persona, mancillada sin el menor escrúpulo. El asedio mediático-político-publicitario, liderado por los partidos que más hipotecaron ya a Guatemala, ha sido agotador. Es Hiroshima después de la bomba atómica. Paradójicamente, jamás había escuchado tanta inseguridad entre personas de diversos sectores y escenarios sobre qué hacer con su voto. Que nadie le obligue a votar. Que nadie le obligue a no votar.

Que nadie le engañe diciendo que habrá una cámara enfocando a la urna, vigilando el voto que usted ejercerá. Que nadie le tuerza la mano o la conciencia poniéndole un fardo de culpas en la espalda por votar de tal manera o por abstenerse de hacerlo. No tenga miedo a “sincerarse”, y que no sea el horror vacui lo que le haga marcar una papeleta. Total, en este entierro, según las últimas estadísticas, la ciudadanía no tendrá mayor vela, porque los candidatos punteros representan la continuidad del establishment y de los poderes fácticos en el país. 

Que la experiencia sirva para hacernos más democráticos y para ejercer de base la democracia, que es el gobierno del pueblo. Que no se falsee la realidad: votar es un mecanismo de la democracia, no la democracia misma. Así que respire, vote por alguien o no vote, vote nulo o cruzado, pero haga lo que haga tome conciencia de que si algo ha dejado esta campaña es una ciudadanía más fiscalizadora, más consciente, menos manipulable. Piense en Guatemala, no en caudillos.

En esta crisis de representatividad, votar puede llegar a convertirse en la farsa del siglo; de allí que se hable de democracias falseadas. Antes que aprender a poner una equis sobre una cara o un color, lo que estamos necesitando es una educación más crítica, una mayor salud mental colectiva, un conocimiento más profundo de nuestra historia, la refundación de un sistema de partidos políticos que nos ha convertido en el cementerio de partidos más grande del planeta, un Estado más fuerte para todos, y definiciones ideológicas más libres y sólidas, condiciones indispensables para ejercer plenamente nuestra ciudadanía. Así que este ejercicio de no saber qué hacer no es del todo negativo. Estamos aprendiendo las formas y reglas del ejercicio ciudadano.

Votar crítica y conscientemente es el final de un proceso, no el inicio de un país. Ya nadie puede ser tan ingenuo de creer que el voto es lo que cambiará a Guatemala, si las estructuras siguen inamovibles; es más, muchas veces hemos sido testigos de un voto de país que ha legitimado sistemas vigentes de despojo y muerte. No queremos elegir a un hombre o a una mujer, a un grupo o a un sector, y ni siquiera a partidos políticos que se hayan convertido en los vehículos que viabilizan un orden como este. Estamos topando y hay un desencanto generalizado. En este contexto, abstenerse es también un acto profundamente político, para nada indolente.

Por otra parte, ir a ejercer el voto pero anularlo, conlleva un mensaje implícito de nuestra conciencia crítica: creo en el ejercicio ciudadano del voto, pero no en el sistema político que conozco. No creo en lo que simbolizan los partidos que están a la sombra de los secuestradores históricos y emergentes del Estado, ni en su retórica seductora y falaz. Este tipo de voto puede ser el inicio de una auditoría ciudadana consciente y estratégica.

Y si vota, por todas las razones que a usted ya le convencieron, no lo haga creyendo que el voto es el único mecanismo que permite meter las manos en las relaciones de poder que se dan en Guatemala, porque eso trasciende un gobierno de cuatro años y es mucho más profundo. Vote por esa pequeña diferencia que usted observa, y que, a lo mejor, abrirá una rendija en algún muro. Respire de nuevo, tome conciencia, y decida sin presión, sin prisa, sin miedo. Apuéstele a una nación y no se conforme con participar una vez cada cuatro años. Ejercer la ciudadanía es participar, alternativamente, para transformar algo más grande y más trascendental que el color de un gobierno.

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