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domingo, 5 de diciembre de 2010

ALEPH: “A lo mejor se nos muere”


“A lo mejor se nos muere” Suena a exageración, pero en Guatemala muchos padres y madres no registran a su hija o hijo recién nacido hasta después de que ha cumplido un año, y cuando se les pregunta por qué, responden “es que no sabemos si se logra, a lo mejor se nos muere”. Traer a un ser humano al mundo con esa premisa dice mucho de la sociedad que somos, porque el hambre, como forma de tortura ejercida contra millones de seres humanos desde su nacimiento, es una de las expresiones más perversas de la violencia en nuestro país.

CAROLINA ESCOBAR SARTI

No sería nuestro el primer lugar en desnutrición crónica infantil en Latinoamérica, si lo anterior no fuera cierto.

Veo los ojos de Brandon y siento el peso de la vergüenza. Es un niño que al nacer pesó 9 libras y que a los 11 meses de edad pesa apenas 9.5, cuando sabemos que en el primer año de vida es cuando el ser humano crece más. Desde que nació ha ingresado ocho veces al hospital por diversas infecciones, causadas por la desnutrición. Para muchos, Brandon es apenas una estadística, para mí es la prueba viviente de lo que hemos hecho mal, de lo que nos retrata como sociedad. Los “bajitos” para su edad son los que padecen desnutrición crónica, pero como en Guatemala generalmente somos de mediana o baja estatura, el problema pasa prácticamente inadvertido, hasta que está en su fase aguda, cuando no sólo hay una baja estatura, sino que el peso es poco para ese tamaño. Sólo entonces comenzamos a notar el problema, cuando ya es prácticamente irreversible y motivo de nota periodística.

La desnutrición que padece la mitad de nuestra niñez menor de 5 años es obscena, desde donde lo veamos. Primero, porque hay más de un estudio que señala que si el cerebro de un ser humano menor de 3 años no se forma adecuadamente, las consecuencias negativas en su desarrollo físico, mental y emocional serán definitivas. Segundo, porque esto lo condenará a no optar a una buena educación y, por consiguiente, a un trabajo adecuadamente remunerado, lo cual apunta directo a seguir reproduciendo el ciclo del hambre y la pobreza. Tercero, porque es un problema de Estado, y el Estado somos todos; con desnutrición no hay transformación posible, porque toda la potencia intelectual que podría levantar a nuestro país, simplemente no existe.

El derecho a la alimentación es esencial, y la desnutrición crónica es un problema que se puede prevenir muy bien. Por eso es que siempre he creído que dar un suéter en época de frío o un tamal en navidad alivia más la conciencia de quien lo da, que el problema de quien lo recibe. No critico la voluntad de dar, sino nuestra forma de compartir y repartir el alimento y las oportunidades. Uno de los problemas medulares en Guatemala es el hambre, y detrás de ella, una sociedad históricamente excluyente, clasista y discriminatoria que ha condenado a millones de seres humanos a la tortura.

Le pregunto a gente de Unicef qué significa la frase “te toca” que veo aparecer en varias partes de la ciudad, y me responden: es algo así como que te toca el turno de hacerte responsable por la niñez de este país. Pensé que eso habla de que nos toca cuidar en lugar de matar.

La desnutrición no es algo que se cura, es algo que se enfrenta con visión de largo plazo y sin varitas mágicas. Es un problema de dimensiones mayores que el de la violencia que vemos todos los días en las calles, pero no derrama ni una gota de sangre, por eso no parece interesarle a muchos. El hambre es una muerte, que en nuestro país ni siquiera tiene fuerzas para morir. Y ya no hablemos de indicadores, de programas de gobierno, de ofrecimientos políticos incumplidos: simplemente sabremos que estamos haciendo bien las cosas cuando ningún niño o niña muera de desnutrición en este país.

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