Guillermo Almeyra
Cuba está en el momento más grave de su historia, frente a un enemigo más numeroso, más potente y mejor armado contra el cual la principal arma es la calidad del pueblo cubano y su decisión de no ser dominado y esclavizado ni por guerras ni por ocupaciones o por bloqueos, crea o no en dioses y santos, espere o no de un socialismo que la propaganda oficial identifica con una realidad poco atrayente y nada entusiasmante.
La nueva capa de dirigentes que nacieron después de la Revolución de Cuba sin conocer las luchas anteriores y crecieron en una crisis económica permanente, en buena parte, importada, agravada por el bloqueo y el sabotaje imperialistas, no tiene otra opción que avanzar revisando y corrigiendo, reconstruir la historia de la revolución sin tabúes y aprendiendo de los errores, tratar al pueblo cubano como lo que es: un pueblo adulto, creativo, forjado en la superación de las dificultades, capaz de hacer poesía, música, arte de primera, de calidad mundial, pero impedido, pese a ello, de pensar y discutir libremente.
Es necesario un gran cambio en la continuidad revolucionaria que se apoye en la comprobación de que en Cuba la juventud no persigue ya utopías, no es socialista, no cree lo que le dice la prensa oficialista ni el Partido Comunista de Cuba (PCC), ignora por completo su historia y la historia mundial, pero es educada, creativa y antimperialista.
El estatismo burocrático en transformación que gobierna el Estado cubano dice ser internacionalista y revolucionario, pero borra la independencia del partido que se llama comunista y, por razones estrictamente diplomáticas estatales, lo subordina por completo a las del Estado (que es capitalista, ya que en el socialismo el Estado y las clases han desaparecido).
Así dio refugio al asesino de Trotsky y asilo a Carlos Salinas de Gortari o, en la prensa del partido (que es la única) esconde lo que pasa en Nicaragua y encubre al dúo corrupto Ortega-Murillo.
La identificación del partido, cuyo objetivo debería ser el socialismo, con el Estado, que no lo es y se rige por otras reglas, y la falta de democracia y de elaboración colectiva por el partido, que depende de su vértice, despolitizó al país y al partido mismo e incluso impide un funcionamiento normal del propio Estado.
Sin ir más lejos, en una isla con apenas once millones de habitantes no debería ser difícil planificar, pero en Cuba no existe una planificación real, porque no puede haberla si –por carecer de un sistema monetario adecuado– no se sabe el precio de compra y de venta de los productos y el costo de los salarios reales, si los cálculos no tienen en cuenta los precios internacionales de los productos y si, para terminar, los administradores prácticamente sólo hablan de cifras cuantitativas y esconden la realidad.
Un ejemplo reciente de ello, publicado por el periódico Granma, habla de la pérdida de 1,500 toneladas de pulpa de mango y guayaba por una empresa, que se pudrieron por falta de envases sin siquiera convertirlas en alimento animal por la falta de transporte.
Sin embargo, desde 1959 Cuba sufrió cambios muy dinámicos y es hoy una nación con alto nivel de educación, aunque limitado por un corsé burocrático-administrativo conservador y rígido que, si alguna vez se justificó por la agresión y el bloqueo estadunidenses, hoy le queda muy chico y lo asfixia precisamente en el momento más peligroso.
La economía de comando, verticalista, administrativa-estatal, reduce hoy al mínimo la creatividad y la iniciativa tan características de los cubanos. Cuando, por ejemplo, es indispensable elevar la productividad para no depender de la costosísima importación de alimentos o para reparar los daños causados por huracanes cada vez más poderosos y frecuentes en la isla; la escasez de alimentos por razones burocrático-administrativas reduce la productividad
Incluso en el PCC y no sólo en los sectores privilegiados, existen hoy partidarios del libre mercado, cuando es necesario que el mercado exista, pero que esté controlado y que quienes sean libres sean, en cambio, los ciudadanos, que deben ser sujetos de su propia vida y destino.
Esa gente convive en el aparato partidario con los que se formaron en Moscú, cuando desde la década de los años 30 esa ciudad era uno de los peores lugares del mundo para estudiar ciencias sociales. El Partido Comunista nacido cuatro años después de la Revolución de Cuba que nunca fue estalinista, sigue hablando de marxismo-leninismo y no hace un balance de por qué fue disuelta la IIIª Internacional, de por qué se derrumbó la Unión Soviética y de cómo millones de comunistas se convirtieron en burócratas.
Un estudio masivo en todo el país de las últimas batallas de Lenin y de las discusiones en el Partido Nacional Bolchevique en las décadas de los años 20 y 30 debe dar oxígeno a la vida política cubana y abrir la puerta a una renovación revolucionaria de la vida en Cuba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario