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Poco
a poco, la postura anticorreísta del actual Gobierno ecuatoriano y el
relato rupturista con el “pasado” empiezan a trasladarse hacia hechos
trascendentales de la política exterior del Ecuador. Aunque, en teoría,
la agenda de su política exterior (2017-2021) mantiene los objetivos de
integración regional, la defensa de la soberanía y la paz, y el criterio
de multilateralidad[1]
-característicos del anterior Gobierno-, es evidente el giro y la
preocupación del presidente Lenín Moreno por acercarse al Gobierno de
los EE.UU.
En las últimas semanas, el
presidente ha calificado el asilo otorgado a Julian Assange como la
“piedra en el zapato” en las relaciones con Donald Trump,
incomunicándolo y dando señales públicas de su enojo,[2]
y ya dio inicio la toma de decisiones de política nacional a partir de
la ofensiva diplomática del Departamento de Estado de EE.UU.
La ofensiva estadounidense de buen recibo
La
reedición de relaciones de buenos amigos entre los Gobiernos de Moreno y
de Trump ha sido acelerada con las visitas de altos funcionarios
estadounidenses al Ecuador, como Keith Mines, de la Oficina de Asuntos
Andinos del Departamento de Estado, y del ex-secretario de Estado,
Thomas Shannon (en el marco de su gira en contra de Venezuela). A partir
de ellas, el Gobierno ecuatoriano decidió aceptar líneas de cooperación
económica y estratégica, basadas en la “lucha contra el narcotráfico”,
la “inversión extranjera”, así como en investigaciones policiales.[3]
Es
muy importante prestar atención al tema de la lucha contra las drogas.
Donald Trump endureció la postura estadounidense de la lucha contra las
drogas hacia Latinoamérica, impidiendo el avance del debate sobre la
inoperancia de la doctrina punitiva en contra del campesinado
-cultivador de la hoja de coca- y negando la discusión sobre los
desastres ambientales producidos por la aspersión aérea del glifosato
(no solo en las zonas cultivadas de la planta, pues los efectos en las
regiones fumigadas aledañas es devastadora). Se profundiza la presencia
militar en territorio latinoamericano sin soluciones reales al manejo de
la economía internacional del tráfico de drogas.
Este
camino parece ser aceptado por Lenín Moreno, como lo indica la firma
-el 25 de abril- de un memorándum de entendimiento y de un convenio de
cooperación que permite a la DEA y al Departamento de Inmigración de los
EE.UU. actuar en territorio ecuatoriano. La firma se produjo a pocos
días del secuestro y posterior asesinato de los periodistas ecuatorianos
Javier Ortega, Paúl Rivas y Efraín Segarra en la frontera norte del
país, a manos de un grupo delincuencial colombiano.[4]
Las
presiones internas por ese hecho y la ofensiva diplomática
estadounidense, iniciada unos meses antes, logró el retorno de las
operaciones militares de la DEA, el FBI y otras agencias extranjeras a
territorio ecuatoriano, bajo la excusa de la lucha contra las drogas -en
un país donde no existen cultivos, ni una profunda vinculación en el
circuito económico del tráfico-.[5]
En
el marco del convenio de cooperación, Ecuador autorizó a la DEA y a la
Policía Nacional la reactivación de la actividad permanente de agentes
norteamericanos en territorio ecuatoriano en una Unidad Investigativa
Criminal Transnacional.[6]
De esta manera, los EE.UU. logran un importante avance en su presencia
militar en el país andino luego del cierre, en 2009, de la base militar
ubicada en Manta. El ex-secretario de Estado de los EE.UU., Thomas
Shannon, y el embajador de ese país en Ecuador, Todd Chapman, afirman
que no están interesados en una base militar, pero sí sostienen la
necesidad de una presencia activa en la lucha contra el “enemigo común”
de ambos países.
El comienzo de 2018
supuso el retorno del Ecuador a la tutela norteamericana. Un hecho
desafortunado, como el asesinato de los periodistas, terminó siendo el
marco efectivo para modificar la política exterior soberana,
multilateral y de paz, expresada en los documentos gubernamentales, y
practicada por la administración de Rafael Correa. No sólo la DEA, el
FBI y otras agencias vuelven a actuar en territorio ecuatoriano sino que
el impacto de ese viraje tendrá efectos sobre la política económica y
las relaciones de integración regional, ahora alineadas con la intención
expresada por Donald Trump de “devolver la grandeza a los EE.UU”.
Assange, el incómodo
El
presidente Lenín Moreno justifica todas sus decisiones -que suponen un
viraje en la orientación política del Gobierno- utilizando el argumento
de la “pesada herencia” (de la cual es parte); también lo hace en
materia de política exterior con el caso del asilo otorgado a Julian
Assange en épocas de Rafael Correa. Sus expresiones de disgusto están
calculadas: el enojo expresado por Moreno en entrevistas al diario
británico The Guardian o a la prensa local son realizadas con saña
contra su antecesor, catalogando el asilo como un obstáculo para las
relaciones con los EE.UU.
Lo cierto
es que Julian Assange es incómodo para el actual Gobierno de Ecuador por
los cables publicados en la página de Wikileaks sobre Lenín Moreno
cuando era vicepresidente (2007-2013). Los documentos dan cuenta de una
preocupación excesiva de los EE.UU. por los problemas de salud de
Moreno, que por entonces parecían impedirle su candidatura a la
presidencia en 2013, como reemplazo de Correa. Esos cables
confidenciales muestran también que la Embajada estadounidense en Quito
tenía como informantes a personas muy cercanas al actual presidente.
Amigos del círculo cercano a Moreno eran los encargados de informar a la
Embajada sobre la evolución de las decisiones del ex-vicepresidente en
relación con su posible candidatura presidencial.[7]
¿Son
dichos cables la razón del abandono de Assange por parte de Lenín
Moreno? ¿O es la renovada amistad entre Ecuador y EE.UU. la que está
causando el disgusto? Quizás sea una mezcla de ambas cosas. Lo
demostrable es que las actuaciones del actual Gobierno ecuatoriano han
cambiado drásticamente respecto de su antecesor, accediendo a los
pedidos de EE.UU. de limitar el acceso a internet de Julian Assange y
retirando la seguridad especial que tenía en la Embajada ecuatoriana en
Londres, lugar de su asilo (aunque es uno de los más vigilados y
perseguidos ciber activistas del mundo).[8]
Mientras
en su país Lenín Moreno habla de derogar la Ley de Medios de
Comunicación promulgada en el mandato Rafael Correa -argumentando
limitaciones a la “libertad de prensa”- a Julian Assange le niega el
acceso a las comunicaciones por sus comentarios sobre el referéndum por
el derecho de autodeterminación en Catalunya.
Con
el asilo a Julian Assange, Ecuador había concretado un sentimiento
mundial de solidaridad con Wikileaks y establecía una política
independiente, respaldando la libertad de prensa y de información
lograda por el portal al revelar miles de correos entre funcionarios del
Gobierno de los EE.UU. que demostraron la injerencia estadounidense en
la política nacional en todo el mundo. Ecuador fue elogiado por
defensores de derechos humanos, intelectuales y por algunos gobiernos
ante la valiente defensa del ciber activista, atacado y perseguido por
el país más poderoso de Occidente.
Los
ataques del presidente Moreno contra Assange son un componente más del
ocaso de la época de independencia en la política exterior ecuatoriana y
plantean dudas sobre qué tan soberana es la actual política exterior
del país. En este contexto es que se producirá la visita del
vicepresidente de EE.UU., Michael Pence, a Ecuador.
La visita de Michael Pence
Pence
anunció su viaje a Ecuador el 4 de junio durante una recepción a los
miembros de la Organización de Estados Americanos (OEA) en la que pidió
la suspensión de la membresía y participación de Venezuela en dicho
organismo.[9]
La gira, que se producirá a finales de junio y será su tercera visita a
Suramérica en menos de un año, supone también el arribo al Brasil de
Michel Temer, Gobierno que muestra una clara alineación con los
intereses de EE.UU.[10]
El
contexto del anuncio de la gira no es casual. De hecho, además de
abordar los temas comerciales y de seguridad bilaterales, la visita
tiene el propósito de tratar el tema de Venezuela. La excusa es la
supuesta “crisis de refugiados venezolanos” que estaría afectando a
varios países suramericanos, a decir de EE.UU. Se trata de retomar la
estrategia de involucrar a los países de Suramérica en la “crisis
venezolana”, de manera que se justifique una participación más activa
por parte de éstos en los organismos regionales multilaterales, como la
OEA -o, cuando menos, su apoyo tácito a eventuales intervenciones
estadounidenses en la política interna venezolana-.
Por
lo pronto, el Gobierno de Lenin Moreno ha dejado atrás su postura de
defensa de la soberanía de Venezuela ante la OEA. En los últimos
tiempos, Ecuador ha pasado de su tradicional voto en contra a su
abstención, ante las resoluciones que ponen en cuestión la soberanía
venezolana. Cabe recordar que Lenín Moreno fue avalado por la OEA, que
reconoció su victoria frente a las denuncias de irregularidades de su
opositor, Guillermo Lasso.[11]
De
fondo, parece planear la posible salida del Ecuador de la Alianza
Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de
los Pueblos (ALBA-TCP), lo que contribuiría a quebrar la arquitectura de
integración y concertación regional que América Latina y el Caribe han
estado construyendo de manera soberana en los últimos lustros.
Este
resultado puede favorecer a EE.UU., sumado a la debacle de la UNASUR.
De hecho, el secretario particular del presidente Moreno, Juan Sebastián
Roldán, expresó su desacuerdo con los países del ALBA-TCP en relación
al tema venezolano,[12]
lo que podría servir para justificar eventuales movimientos, como la
salida de Ecuador. Lo que obviaría una decisión así es que dentro del
ALBA-TCP han coexistido, desde su surgimiento, distintas perspectivas y
posturas sobre el tema venezolano. Por ejemplo, muchos países del Caribe
que pertenecen al ALBA-TCP no votan necesariamente en el mismo sentido
que Venezuela en los organismos multilaterales.
Estrechar
su relación con Ecuador es importante para EE.UU., pues reforzaría los
lazos con un país que, en el imaginario regional, está gobernado por la
izquierda, y podría ser una puerta de entrada para facilitar sus
relaciones con otras izquierdas regionales[13]
en su propósito de aislar a Venezuela y reconducir el mapa geopolítico
regional hacia posiciones más favorables a los intereses
estadounidenses.
La salida de María
Fernanda Espinosa -ex-canciller y ahora secretaria general de la ONU,
considerada muy cercana al ex-presidente Correa[14]–
deja el espacio para que Lenín Moreno avance con mayor facilidad en el
distanciamiento con Venezuela. Su reemplazo, José Valencia, es
diplomático de carrera y viene de desempeñarse en la OEA. El camino está
siendo abonado: Ecuador, en la reciente sesión de la OEA contra
Venezuela, se expidió exigiendo un referéndum para legitimar las
elecciones en la nación bolivariana. Fue aplaudido por Julio Borges
(opositor venezolano)[15]
y, como acto seguido, Antonio Ledezma -fugitivo de la justicia
venezolana- fue invitado a dictar conferencias y ser homenajeado por el
alcalde de Guayaquil[16].
Por
el momento, la presión de EE.UU. ha logrado influir sobre el actual
Gobierno de Ecuador. Con la próxima visita del vicepresidente
estadounidense, Michael Pence, para hablar sobre Venezuela y la
seguridad hemisférica, las relaciones de ambos países podría verse aún
más reforzada -entre otras cosas, con la compra de armas, venta de
activos estatales a empresas norteamericanas-, dejando en el pasado la
política soberana seguida durante el periodo de la Revolución Ciudadana.
Se
trata de un escenario altamente preocupante en un contexto donde la
derecha más extrema recupera posiciones en Colombia tras la victoria de
Iván Duque y la inminente entrada de este país a la OTAN como socio
global. Un Ecuador alineado con EE.UU. y Colombia sería una mala noticia
para Venezuela, pero también para los avances regionales en defensa de
una América Latina soberana.
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