El resultado de la
segunda vuelta en las elecciones presidenciales de Colombia sentenció la
victoria del candidato de la derecha, Iván Duque, que obtuvo10.362.080
sufragios contra los 8.028.033 de su rival, Gustavo Petro, candidato de
la coalición Colombia Humana. Amenazadas como nunca antes las fuerzas
del vetusto orden social colombiano se reagruparon y prevalecieron por
una diferencia de unos doce puntos porcentuales. Terminado el recuento
el uribista se alzó con el 54 por ciento de los sufragios mientras que
el ex alcalde de Bogotá cosechó un 42 por ciento. La tasa de
participación electoral superó levemente el 51 por ciento, un dato
promisorio ante el persistente ausentismo en las urnas de un país en
donde el voto no es obligatorio.
El título de esta nota refleja
cabalmente lo que está sucediendo en Colombia. Si un significado tiene
esta elección es que por primera vez en su historia se rompe el
tradicional bipartidismo de la derecha, que se presentaba a elecciones
enmascarada bajo diferentes fórmulas y personajes que en el fondo
representaban a los intereses del establishment dominante. La
irrupción de una candidatura de centroizquierda como la de Gustavo Petro
es un auténtico y promisorio parteaguas en la historia colombiana, y no
sería aventurado arriesgar que marca el comienzo del fin de una época.
Un parto lento y difícil, doloroso como pocos, pero cuyo resultado más
pronto que tarde será la construcción de una nueva hegemonía política
que desplace a las fuerzas que, por dos siglos, ejercieron su dominación
en ese país. Nunca antes una fuerza contestaría había emergido con esta
enjundia, que la posiciona muy favorablemente con vistas a las próximas
elecciones regionales de Octubre del 2019 en donde Colombia Humana
podría recuperar la alcaldía de Bogotá y conquistar la de Cali y
preparar sus cuadros y su militancia para las elecciones presidenciales
del 2022.
Mientras tanto Iván Duque deberá librar una tremenda batalla
para cumplir con lo que le prometiera a su jefe, Álvaro Uribe: avanzar
sobre el poder judicial, poner fin a la justicia transicional diseñada
en los Acuerdos de Paz y sobre todo para evitar que el ex presidente, el
verdadero poder detrás del trono, vaya a dar con sus huesos en la
cárcel debido a las numerosas denuncias en su contra por su
responsabilidad en crímenes de lesa humanidad –entre ellos la de los
“falsos positivos”-y sus probados vínculos con el narco.
En suma:
algo nuevo ha comenzado a nacer en Colombia. Todavía el proceso no ha
concluido pero los indicios son alentadores. Nadie soñaba hace apenas
tres meses en ese país que una fuerza de centroizquierda con un ex
guerrillero como candidato a presidente pudiera obtener más de ocho
millones de votos. Sucedió y nada autoriza a pensar que el tramposo
bipartidismo de la derecha podrá resucitarse después de esta debacle; o
que la euforia despertada en millones de colombianas y colombianas que
con su militancia construyeron la más importante innovación política
desde el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán en 1948 se disolverá en el
aire y todo volverá a ser como antes. No. Estamos seguros que no habrá
marcha atrás en Colombia.
A veces hay derrotas que anticipan futuras
victorias. Como las que sufrió Salvador Allende en Chile en la elección
de 1964; o Lula en Brasil en 1998. ¿Por qué descartar que algo semejante
pudiera ocurrir en Colombia? Sólo tropieza quien camina, y el pueblo de
Colombia se ha puesto en marcha. Tropezó, pero se levantará y más
pronto que tarde parirá un nuevo país.
No hay comentarios:
Publicar un comentario