Ángel Guerra Cabrera
Iván Duque, abanderado del Centro Democrático, partido liderado por el ex presidente Álvaro Uribe, ganó el domingo 17 la presidencia de Colombia con 10 millones 373 mil 80 votos, la cifra más alta alcanzada en el país por un candidato presidencial. Duque contó también con el apoyo del ex presidente Andrés Pastrana, enemigo jurado, al igual que su mentor, del proceso de paz.
En contraste, el perdedor, Gustavo Petro, de la izquierdista coalición Colombia Humana (CH), acopió 8 millones 34 mil 189 papeletas. La mayor votación de un candidato ajeno a la oligarquía en la historia de Colombia; primero de izquierda, además, en pasar a segunda vuelta. Sus apoyos vinieron de los trabajadores, las mujeres, los más pobres, los indígenas, los campesinos, los afrodescendientes, extensos sectores de jóvenes y de la clase media hartos de la corrupción, la violencia y la impunidad. Petro ha conseguido una proeza en un país asfixiado por el conservadurismo y con nueve bases militares estadunidenses en su territorio. Su votación fue más alta que la obtenida por Juan Manuel Santos en la segunda vuelta de 2014. Aunque Duque ganó 29 de 33 departamentos, su mayor caudal de votos vino del feudo político de Uribe, el departamento de Antioquia, que le dio 54.96 por ciento de su ventaja total sobre Petro: 2 millones 338 mil 891 votos.
El abanderado de CH ganó en nueve departamentos y adicionó Bogotá a sus victorias, además de haber aumentado como Duque su votación en todos los departamentos. Pero, dato ineresante, mientras el uribista tuvo una tasa de incremento de 37.3 por ciento en el caudal de votos de la segunda vuelta respecto de la primera, Petro lo hizo en 65.6 por ciento. El ex guerrillero se benefició más que el derechista de los sufragios que no votaron a ninguno de los dos en primera vuelta. Pero era imposible que pudiera sumar los más de 7 millones de votos de los derrotados en la primera ronda. Al final se unió en su contra toda la derecha histórica y el voto del miedo apoyó al uribismo, procedente de franjas en las clases medias y trabajadoras a la que se ha instilado el estereotipo satanizador de la Venezuela bolivariana y de Maduro, y que asocia a toda propuesta alternativa y progresista con esos supuestos demonios y con los terribles daños ocasionados por el imperio y sus cómplices a la economía venezolana, de los cuales se culpa al presidente venezolano. En parte, ha funcionado en Colombia, por la mentalidad de monroísmo cultivada desde principios del siglo XX, reforzada con la de guerra fría y el terror de Estado impuesto a la población durante el prolongado conflicto armado. Sin embargo, en México ya no funciona, el claro puntero electoral es antineoliberal.
Cualquier análisis de la coyuntura colombiana debe considerar que el uribismo se ha impuesto de forma rotunda en esta elección, con todas las negativas consecuencias que ello acarrea, pues Duque está rodeado de leales a Uribe, entre ellos muchos de los que han sido y serán sus asesores y cercanos colaboradores. No hay un analista serio en Colombia que no coincida en apuntar única y principalmente al apoyo de Uribe como causa del meteórico ascenso de un casi desconocido hace un año y neófito en política, así como gran parte de su popularidad y el numeroso y especializado equipo de campaña con que ha contado. Esto no significa que deba subestimarse a Duque, pues se le aprecian condiciones de liderazgo y comunicación, asociados a una esmerada preparación académica neoliberal.
Para América Latina y el Caribe un presidente como este en Colombia, vecina de Venezuela, es una muy mala noticia. Más en tiempos de Trump. Su campaña se basó en el ataque a Petro por castrochavista, sus feroces arremetidas contra Venezuela, que ha reiterado después de electo, y su cuestionamiento, supuestamente no en su totalidad, al proceso de paz, pero equivalente a dinamitarlo. Un enemigo, como su jefe, de la unidad e integración de nuestra región, un socio de Netanyahu y un aliado incondicional de Estados Unidos. Uribe seguirá en el ajo e impune por sus crímenes.
La gran esperanza para nuestra América es el sólido piso de 8 millones de votos reunidos por Petro y su alianza, las masas que lo acompañan, sus amplias posibilidades de liderar un gran movimiento opositor de la política de guerra y de los desmanes neoliberales. Es el senador más votado en la historia de Colombia y como tal le corresponde encabezar la oposición parlamentaria.
Twitter: @aguerraguerra
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