Alai
La perspectiva histórica
Hace
exactamente cien años asumió la presidencia de Colombia Marco Fidel
Suarez, quien acuño el lineamiento de política exterior llamado Respice
Polum (“miremos al polo” o “hacia el Norte”) o Doctrina Suárez. Desde
entonces, y con pocas interrupciones como la del general nacionalista
Gustavo Rojas Pinilla (1953-57) y de manera menos estridente, en el
período de Ernesto Samper (94-98), Colombia ha actuado subordinada a los
intereses expansionistas de los EEUU limitando la soberanía de sus
relaciones internacionales. Poco antes, Colombia perdía su provincia
centroamericana, que se independizó como Panamá en 1903 por el interés
de EEUU de construir el canal interoceánico. Suárez fue actor
principalísimo en la ratificación del Tratado Urrutia-Thompson, firmado
en 1914, por el cual se otorgaban algunas compensaciones a Colombia por
su pérdida territorial e intentaba “normalizar” la relación quebrada con
EEUU por la secesión panameña.
El Acta de Chapultepec de 1945, la
firma del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca en 1947 y la
creación de la OEA en 1948 - justamente en Bogotá - constituyeron la
implementación luego de la segunda guerra mundial de la Doctrina Monroe,
dando juridicidad a la hegemonía y la posibilidad intervencionista de
los EEUU en la región.
A la muerte del tribuno liberal Jorge Eliécer Gaitán siguió la guerra interna.
El
Frente Nacional (1958-1974) y la misma guerra interior, fueron escudo y
excusa de la plutocracia aliada con los EEUU contra todo intento
progresista o de izquierda para cambiar las cosas. El mismo objetivo de
control militar y civil, bajo la apariencia de la lucha contra el narco,
tuvieron la Iniciativa Mérida y el Plan Colombia.
¿Novedades en el frente? El actual enemigo principal de EEUU
En
Enero de este año la administración Trump hizo pública la renovación de
su estrategia de seguridad nacional – hasta ahora enfocada en la “lucha
contra el terrorismo global” - poniendo como principales vectores de
amenaza la competencia de Rusia y China en el tablero mundial. Lo que se
quiere evitar es la pérdida de hegemonía estadounidense y el ascenso de
Oriente como principal polo planetario.
EEUU ha logrado mejorar
su posición geopolítica relativa en América Latina, luego de los golpes
parlamentarios en Honduras, Paraguay y Brasil, la victoria de Macri y el
partido colorado en Paraguay, la reelección de Piñera en Chile, el giro
a la derecha de Moreno en Ecuador y el debilitamiento del gobierno del
FMLN en El Salvador. El país del Norte ataca a Venezuela, a Nicaragua y a
Bolivia para eliminar todos los focos de resistencia de izquierda a su
hegemonía.
Sin embargo, la situación es precaria e inestable. En
Perú ya echaron a PPK y el nuevo presidente Vizcarra está en posición
endeble. En Brasil, el golpista Temer no cuenta con aprobación popular,
lo mismo sucede con Juan Orlando Hernández en Honduras, reelecto en
circunstancias fraudulentas. En Guatemala, se pide la renuncia de Jimmy
Morales. En México, a todas luces va a ganar las elecciones el
reformismo progresista de López Obrador. En Argentina, EEUU ha
establecido un protectorado económico a través de fondos buitres y el
FMI, lo que augura una enorme conflictividad social ante el ya evidente
fracaso económico y social de Macri.
Colombia hoy
En
Colombia, luego de los Acuerdos de Paz las acciones bélicas han
disminuido, aunque continúan los asesinatos selectivos a líderes
campesinos y sociales que protagonizan la oposición local al feudalismo
terrateniente, a los megaproyectos extractivistas y de infraestructura.
Por
otra parte, Colombia continúa siendo el principal proveedor de droga
del mercado estadounidense, aumentando la superficie de cultivos de coca
en los últimos años, a pesar de fumigación indiscriminada, guerra
institucional y foránea. Lo cual muestra – como mínimo – la ineficacia
de tales planificaciones. O acaso, que las intenciones no declaradas de
dichos planes nunca contemplaron una reducción efectiva del narcodelito.
Más
allá de la veracidad estadística o no de esta cifra, esto constituye
una argumentación propicia para continuar la acción militar y de
seguridad de EEUU en territorio colombiano. En la última visita a
Colombia del ahora ex secretario de Estado de Estados Unidos, Rex
Tillerson, el Gobierno de Colombia aseguró su voluntad de conformar una
fuerza de tarea conjunta para combatir el narcotráfico. EEUU, por su
parte, anunció la renovación de la cooperación – una continuidad del
Plan Colombia concebido durante la presidencia del conservador Pastrana –
por cinco años más. O sea, más de lo mismo.
Por si fuera poco
belicismo, “el premio Nobel de la Paz” Santos sumó recientemente a
Colombia como socio global de la OTAN, ofreciendo al país como cabeza de
playa en Sudamérica.
En términos regionales, Colombia ha
suspendido sus actividades en UNASUR y conspira abiertamente contra el
legítimo gobierno bolivariano de Venezuela en conjunto con la docena de
países nucleados en el grupo de Lima.
Entonces, ¿qué significa para la región el resultado de la segunda vuelta?
Si
se mira el mapa de los actuales gobiernos, América Latina y Sudamérica
están partidas, divididas por la influencia estadounidense, la
propaganda de medios concentrados y una mezcla de acomodados y
arribistas en cada país que se niega a solidarizarse con los sectores
desposeídos y discriminados, la mayoría mestiza, negra y originaria de
la región.
En este contexto y desde el punto de vista de la
política exterior, el triunfo de Iván Duque representa un refuerzo de la
actual política colombiana subordinada a EEUU, la elevación del riesgo
de reavivar el conflicto social interno y de comprometer a Colombia en
acciones bélicas contra Venezuela y en otras regiones del planeta.
La
(s)elección de Duque por quienes lo respaldan, augura la permanencia de
efectivos militares estadounidenses y el uso de bases colombianas por
parte de EEUU, el retroceso de los procesos de integración soberanos y
pone en riesgo la Declaración de América Latina como Zona de Paz lograda
en la reunión CELAC de 2014.
Duque será un presidente débil en
manos de la oligarquía y las fuerzas partidocráticas a su servicio, lo
que producirá una acentuación del neoliberalismo y la propiedad
concentrada de la tierra, las finanzas y los medios, alejando toda
posibilidad de acotar o disminuir las enormes brechas de desigualdad.
En
definitiva, en términos geopolíticos, todo indica que el nuevo
presidente seguirá con la política del “partido único de dos cabezas” de
ser apenas un satélite de los intereses estadounidenses en América
Latina.
Petro, apoyado por gran parte del arco progresista
colombiano - y sobre todo por mujeres y jóvenes, columna vertebral del
activismo por la paz - hubiera constituido un fuerte impulso a conservar
lo ganado en los Acuerdos de Paz y la posibilidad de una progresiva
reconciliación. Hubiera sido el gobierno progresista que le faltó a
Colombia, mientras otros países de América Latina avanzaban en la
integración y las mejoras sociales con Lula, Cristina y Néstor Kirchner,
Correa y aún más marcadamente con Chávez y Evo.
No hay dudas que
en esta segunda vuelta triunfó la continuidad de la partidocracia, en
cerrada coalición con la opinión de los medios de difusión hegemónicos,
las iglesias retrógradas y la estrategia de la administración
estadounidense. Ganó el candidato del bipartido único, de la oligarquía y
la conservación.
Pero los guarismos muestran también que hay un
importante sector de la ciudadanía que quiere una Colombia distinta. En
este sentido, los ocho millones de votos conseguidos son una voz fuerte
que sitúan a Gustavo Petro como líder de la oposición, quien junto a la
resistencia ciudadana y rural dificultarán al nuevo gobierno ejecutar
sin más su programa. Esto probablemente se hará manifiesto en la
construcción territorial y en futuras elecciones municipales y
nacionales. El poder no tiene asegurado el futuro.
La elección en
Colombia puso de manifiesto, en coincidencia con procesos más generales,
que el camino hacia una América Latina más humana es la articulación en
la diversidad de las fuerzas humanistas de la izquierda y el
progresismo social en el marco de una renovación de los proyectos
transformadores y con el eminente protagonismo de las mujeres y los
jóvenes.
Javier Tolcachier es un investigador perteneciente al Centro Mundial de Estudios Humanistas, organismo del Movimiento Humanista.
Fuente original: https://www.alainet.org/es/articulo/193539
No hay comentarios:
Publicar un comentario