Hugo Aboites*
El llanto y la angustia
de miles de niños migrantes enjaulados han dado un fuerte golpe a la
idea de frontera de Donald Trump; la misma, por cierto, que sin
obstáculo las autoridades mexicanas han dejado que se construya.
En unos cuantos días, esas niñas y niños lograron lo que no pudo
hacer el Grupo de los 7 con los aranceles: obligaron al presidente
estadunidense a comerse sus palabras, firmar una orden de no separación
y, aunque éste no abandona sus intenciones persecutorias, consiguieron
el objetivo limitado, pero para ellos crucial, de estar con sus padres.
Al hacerlo y sin querer, dieron una lección de política. Pusieron de
manifiesto al mundo que el flanco más débil de Trump y de su conducción
de país es su absoluta y arrogante carencia de un principio moral social
en temas de incuestionable humanidad. Apoyados por mujeres poderosas,
prácticamente desde el primer momento ganaron la batalla, arrastraron la
soberbia presidencial e hicieron ver que la actual economía y política
conduce al deterioro más radical de los principios de elemental
solidaridad y, por consiguiente, al abuso cada vez más descarado de los
más débiles. Probablemente no lo sabe Trump, pero ese camino es el que
ha carcomido desde dentro los cimientos de los imperios y provocado que
éstos, carentes de la fortaleza interna que propician las políticas de
solidaridad, se desmoronaran ante sus enemigos.
Es penoso decirlo, pero Trump no ha estado solo. Ha sido
eficientemente apoyado por la indiferencia de las autoridades mexicanas
ante lo que ocurre en la frontera. En el caso de estos niños, su
respuesta fue apenas un telefonema y una nota de protesta. Y eso que la
frontera es el escenario de muerte constante de decenas de inmigrantes
ahogados en el río, asfixiados en contenedores, asesinados por la
policía fronteriza, insolados en el desierto, victimados en accidentes
por persecución de la migra, y todo esto sin asomo de una protesta
consistente que, teniendo en cuenta el papel estratégico que México
tiene para la seguridad estadunidense y para su política antidrogas,
podría ser sumamente persuasiva. Incluso la Comisión Permanente del
Congreso mexicano precisamente demandaba esto antier.
La actitud del gobierno mexicano ante la nueva frontera, sin embargo y
desgraciadamente, no es un fenómeno periférico, es reflejo de la sólida
y arraigada insensibilidad gubernamental construida desde la década de
los años 90 ante las necesidades y derechos de niños y jóvenes
habitantes del país. No es sólo que 49 bebés y niños pueden morir
quemados o asfixiados en la guardería ABC sin que haya una respuesta
clara de la justicia o que 43 jóvenes estudiantes puedan desaparecer
junto con decenas de miles más y ocurra lo mismo o que miles de niños
más vivan desnutridos y muchos mueran, sino también que en terrenos como
la educación, los niños sean considerados básicamente como
prescindibles (cuando no como mero
capital humanopor Mexicanos Primero). En la década de los años 80, un millón de niños, ya inscritos en primaria, se quedaron sin escuela porque los recursos se destinaron a pagar el servicio de la deuda externa.
En la última década del siglo pasado y el comienzo del
presente, decenas de miles de adolescentes fueron y siguen siendo
excluidos cada año del derecho a la educación media superior o forzados a
realizar estudios técnicos para responder al perfil de educación propio
de un país maquilador. Aún hoy, los niños sufren las consecuencias del
deterioro educativo fruto de la decisión, en 2012, del gobierno mexicano
–guiado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económicos (OCDE) y Mexicanos Primero– de impulsar una reforma que, por
laboral, ya se sabía que iba a generar un conflicto de enormes
proporciones con el magisterio. Y se construyó una trampa, al poner a
los niños como argumento para impedir que los profesores protestaran por
la violación a sus derechos.
En el marco de políticas de la OCDE y Mexicanos Primero se integró el
binomio SEP-INEE, y se convirtió así a la educación en un terreno de
enfrentamientos de clase entre, por un lado, el sector empresarial (con
la participación, entre otros, de Azcárraga Jean, Baillères, Harp y
otros, en Mexicanos Primero) y, por otro, los maestros de Oaxaca,
Guerrero, Michoacán, Chiapas y del resto del país. Así, quienes quieren
que se respete a la educación y sus elevados objetivos no dudaron en
propiciar un agudo conflicto social. Una lucha de clases que resultó
precursora de otras que ahora se dan por el agua, el control de las
finanzas del país y, como ya se da en la perspectiva del triunfo
electoral de López Obrador, por la conducción del Estado.
Cuando el presidente Lázaro Cárdenas rescató a los niños españoles
exiliados no fue un gesto teatral, carente de contenido. Fue una
expresión de lo que ya era en el país una política firme, con una enorme
ampliación del derecho a la educación para millones, la creación de un
magisterio robusto y la educación como responsabilidad del Estado. Eso
precisamente es lo que toca construir.
*Profesor-investigador UAM-X
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