Entrevista con Claudio Katz
Claudio Katz,
economista e investigador social argentino, es uno de los exponentes más
destacados de la teoría marxista de la dependencia en América Latina.
Próximamente va a publicar un nuevo libro en el cual reivindica una
renovación del paradigma dependentista. Conversamos con él sobre este
trabajo en curso, incluyendo su evaluación de los debates dependentistas
de los años sesenta y setenta, su reivindicación de la figura de Ruy
Mauro Marini, el estado actual del dependentismo en América Latina y el
mundo, así como la necesidad de adecuar las reflexiones dependentistas a
las particularidades de la fase capitalista actual.
El
dependentismo ha sido caracterizado de manera variada, como teoría,
escuela e incluso como paradigma. ¿Qué fue para ti ese desarrollo
teórico y conceptual?
El debate sobre el estatus analítico
de la teoría de la dependencia comenzó junto a la propia aparición de
esa concepción. Agustín Cueva rechazó la existencia de leyes propias del
capitalismo dependiente, en polémica con Ruy Mauro Marini y Theotônio
Dos Santos, que atribuían a sus formulaciones esa condición. Eran dos
miradas metodológicas contrapuestas. Posteriormente se tornó evidente
que la primera postura era muy restrictiva y que la segunda no era
satisfactoria. Entonces aparecieron criterios más flexibles. Cobró
fuerza la idea de evaluar al dependentismo como un paradigma, en el
sentido de un modelo aceptado por la comunidad de los cientistas
sociales. Otros hablaron de una perspectiva, un enfoque, un punto de
vista o un programa de investigación. Yo coincido con estas
reformulaciones. Lo importante es registrar que el propósito específico
del dependentismo ha sido estudiar el funcionamiento de las economías
periféricas.
En su debut esa corriente incluyó internamente
variantes de las tres principales expresiones del pensamiento económico
latinoamericano. Todas asumieron cierta auto-denominación dependentista,
aunque expresaban afinidades con el liberalismo, el desarrollismo y el
marxismo. Las mismas escuelas que han confrontado en la última centuria
polemizaron dentro del universo teórico de la dependencia. El clima
radicalizado de esa época explica esa curiosa confluencia en un campo
compartido.
La corriente marxista estuvo representada por
Marini, Dos Santos y Bambirra. Retomaron ideas sugeridas por Marx en sus
análisis de China, India y sobre todo Irlanda. Recogieron de Lenin,
Trotski y Luxemburg explicaciones del subdesarrollo conectadas con la
confiscación imperial de los recursos de los países atrasados. Y
adoptaron miradas similares a Sweezy y Mandel, en la caracterización de
los drenajes padecidos por la periferia.
Especialmente Marini
reelaboró esos conceptos en forma muy original, combinando el legado
marxista con ciertas nociones de la economía latinoamericana trabajadas
por Prebisch y Furtado. Estudió detenidamente la forma en que la región
reproduce su inserción subordinada en el mercado mundial y aportó un
planteo muy esclarecedor de la reproducción dependiente.
¿Cuáles fueron las otras dos vertientes?
La segunda corriente estuvo liderada por Fernando Henrique Cardoso, que
presentaba un enfoque en los hechos compatible con el liberalismo. Yo
comparto la interpretación de varios autores brasileños, que destacan
las viejas raíces de los planteos derechistas adoptados por Cardoso como
primer mandatario. Ese giro no fue sólo una improvisación pragmática,
del hombre que quemó todo lo escrito antes de ocupar el sillón
presidencial. Hubo un elemento de continuidad en su pensamiento. Siempre
fue hostil a los proyectos radicales. Coqueteaba con una especie de
marxismo weberiano totalmente ecléctico y en su libro con Falleto
concibió la problemática de la dependencia en simplificados términos
políticos. Expuso una clasificación de regiones en modalidades de
enclave o mayor autonomía, pero rechazó la contraposición básica entre
dependencia y desarrollo. Postuló una idea de desenvolvimiento asociado
con empresas transnacionales y posteriormente profundizó esa propuesta
incorporando todos los dogmas del neoliberalismo. Su evolución guarda
cierto parentesco con viejo liberalismo socialista que inauguró Juan B.
Justo. Mientras que la teoría marxista de la dependencia se ubicaba en
las antípodas de las tesis derechistas de la modernización, Cardoso
elogiaba las inversiones extranjeras.
La tercera corriente del
dependentismo mantuvo nexos con la CEPAL y expresó un momento de gran
radicalización del desarrollismo. En cierta medida Osvaldo Sunkel
representaba ese enfoque, que constituía una corriente de opinión con
exponentes muy variados. Planteaba una combinación de dependentismo e
industrialismo. No sólo promovían la intervención del estado en la
regulación económica, sino que también convalidaban propuestas de
reforma agraria. Fueron los antecesores de las corrientes
social-desarrollistas del reciente ciclo progresista.
En
síntesis, si se revisa la trayectoria de la teoría de la dependencia en
sus años de gestación, puede notarse la convivencia y el choque en su
interior de las tres vertientes del pensamiento económico
latinoamericano. Esta reconsideración es útil para evaluar también los
debates con los críticos del dependentismo. Yo creo que en los años
setenta se exacerbaron las divergencias dentro del marxismo en torno a
esa concepción. Por eso las fuertes polémicas de inicio se zanjaron con
convergencias posteriores.
Agustín Cueva cuestionaba con razón
las exageraciones exogenistas y la interpretación del subdesarrollo como
un efecto exclusivo de la dependencia externa. Marini respondía
objetando la unilateralidad inversa de explicaciones atadas a la
dinámica de procesos internos. El trasfondo era la vieja discusión sobre
las causas del retraso regional. Una mirada ponía el acento en los
grandes latifundios y la otra en la extracción de recursos al exterior.
Pero en los hechos ambas posiciones eran complementarias. La combinación
de terratenientes y empresas extranjeras era determinante del
subdesarrollo. Incidía tanto el despilfarro local como en la succión de
los excedentes hacia afuera. Por eso Cueva y Marini convergieron, a
medida que se clarificó la confrontación de ambos con Cardoso. Estas
líneas divisorias maduraron con el tiempo, superando la inclusión o
exclusión inicial en el universo del dependentismo.
Es
interesante lo que dices frente a la usual contraposición de la teoría
de la modernización (centrada en factores endógenos) con la teoría de la
dependencia (preocupada por los factores exógenos). Pero también se
afirma que el dependetismo incurrió en un determinismo económico,
refutado por la industrialización de los “tigres asiáticos”.
Yo creo que es una visión muy superficial, que desconoce la matriz
política de todos los razonamientos del dependentismo marxista. Esta
corriente surgió en directa sintonía con la revolución cubana. Sin ese
acontecimiento no habría existido en la modalidad que emergió. Lo que
determinó el ascenso y descenso de la prédica dependentista fue la
incidencia de esa revolución y de su proyecto de gestar el socialismo en
toda América Latina. La tesis de Marini constituye una teorización de
esa expectativa y de un programa socialista como solución radical al
problema de la dependencia. Esa misma percepción estaba presente en
Cueva, a pesar de las fuertes divergencias que tuvieron en la definición
de los caminos para alcanzar esa meta. Esas diferencias alcanzaron un
pico de gran intensidad durante la experiencia de la Unidad Popular
chilena. En contraposición a las estrategias de alianza con la burguesía
nacional, Marini auspiciaba un proceso ininterrumpido de radicalización
socialista.
Como todos los debates presentaban este fuerte
trasfondo político, me parece totalmente desubicado calificar al
dependentismo de economicista. Los principales exponentes de esa
vertiente ni siquiera se consideraban economistas. Marini, Dos Santos y
Bambirra pensaban como revolucionarios. Durante la gestación de la
teoría estuvieron más comprometidos con la militancia que con el dictado
de clases en alguna universidad.
Por otra parte, la
problemática de los tigres asiáticos apareció cuando decaían los debates
sobre la dependencia. Esa discusión fue previa y signada por otras
circunstancias. Además, el impetuoso surgimiento de economías asiáticas
no fue previsto por nadie. La omisión achacada al dependentismo valdría
también para los economistas neoclásicos y heterodoxos. En realidad
quién estuvo más cerca de explicar el fenómeno fueron todos los teóricos
marxistas que realzaron la problemática de explotación. El gran capital
comenzó a desplazarse al Sudeste Asiático para lucrar con la baratura
de una fuerza del trabajo más disciplinada. Es importante situar siempre
cada debate en su momento histórico. Cuando se olvida esa
contextualización aparecen todo tipo de arbitrariedades.
El
desenvolvimiento del dependentismo incluye una extraña paradoja. Ha sido
marginalizado en un momento de gran recrudecimiento de la dependencia
¿Cuáles fueron las razones de ese retroceso?
Esa pérdida de
influencia tiene una explicación política. América Latina presenta hoy
un escenario más dependiente que en los años setenta y la tesis que
mejor esclarece esa situación gravita menos que en el pasado.
Actualmente impera el extractivismo y la regresión industrial en todos
los planos, pero el registro de este hecho es menor. Las razones del
divorcio se encuentran en lo sucedido en el plano político.
Tres grandes acontecimientos cerraron el ciclo de la revolución cubana.
Primero se consumó la derrota de los movimientos guerrilleros, que
buscaban expandir esa transformación social al conjunto de la región. El
asesinato del Che simbolizó ese cambio. Luego se registró la
frustración de la Unidad Popular en Chile y el renacimiento
revolucionario posterior en Nicaragua, quedó cerrado con la derrota
electoral del sandinismo. Ahí comenzó a la expansión del neoliberalismo,
que fue parcialmente contenido en la última década con el ciclo
progresista, pero sin la fuerza suficiente para evitar la ulterior
restauración conservadora. En todas las fases de las últimas décadas se
verificaron momentos de resurgimiento de la tradición dependentista.
Pero en ningún caso se ha revertido el contexto adverso para ese
proyecto.
Es interesante que sitúas el declive en el plano
político frente a la generalizada creencia en una derrota del
dependentismo en el plano teórico.
Esa impresión es
totalmente equivocada. ¿Cómo medimos la derrota de una teoría? ¿Por su
consistencia interna? ¿Por su capacidad para formular pronósticos
acertados? El primer plano se dirime en los debates conceptuales. El
segundo plantea un parámetro muy controvertible. Si la teoría de la
dependencia no tuvo pronósticos certeros: ¿quién los tuvo? ¿Alguien
previó el despegue del Sudeste Asiático?
Estamos considerando
fenómenos muy complejos cuya dimensión política es siempre imprevisible.
La caída de la Unión Soviética es otro ejemplo de esa dificultad de
previsión. Hay que cuidarse de la típica evaluación retrospectiva de los
sucesos del pasado con miradas del presente. La misma objeción de
pronósticos fallidos que se expone contra el dependentismo cabría para
cualquier otra teoría. No me parece un camino sensato de análisis.
A pesar de un cierto declive la teoría de la dependencia nunca
desapareció, y su instrumental incluso ha sido utilizado por algunos
economistas europeos. ¿Cuáles han sido los aportes al dependentismo en
otras regiones?
Hay varios desarrollos a nivel
internacional. Un curso muy fructífero se desenvolvió en el encuentro
con la teoría del sistema-mundo de Immanuel Wallerstein. Ese empalme fue
interesante, porque no estuvo centrado en ningún caso particular. No
investigó lo ocurrido en un determinado país, sino que indagó la
consistencia general de nuevos conceptos, como la semiperiferia. Esa
noción de formaciones intermedias fue asumida por Marini al distinguir
de hecho a Brasil de Haití. Pero también hubo áreas de discrepancia
entre las dos concepciones. Marini y Dos Santos eran marxistas clásicos.
No razonaban con el modelo cerrado del sistema-mundo, ni con la tesis
de un fin predeterminado, con fechas de eclosión del capitalismo.
No estoy muy familiarizado con la recepción del dependentismo en
Europa, pero es muy evidente la existencia de problemáticas comunes.
Durante la crisis de la deuda en Grecia se generalizaron las
comparaciones con lo ocurrido en Argentina. Esos contrapuntos se
hicieron con miradas dependentistas. Se reconoció un problema común de
la deuda manejada por distintos acreedores. En vez de Estados Unidos
actuaba Alemania y en vez del FMI el ajuste era impuesto por la Comisión
Europea. Pero la lógica es la misma. Algunos economistas franceses han
escrito trabajos muy interesantes con ese basamento teórico, para
clarificar la problemática del Euro. Plantearon muy bien cómo el Euro
vincula a países con salarios diferentes, generando transferencias de
valor desde la periferia al centro de Europa.
En ese caso se
quita a los países periféricos la posibilidad de devaluar, generando un
desequilibrio enorme. La periferia ya no tiene más válvulas de escape
que disminuir el nivel de vida de los trabajadores.
Exacto.
Ese mecanismo económico tiene muchas semejanzas con las tesis de
Marini. Es la misma idea con otras modalidades operativas. El problema
es siempre la transferencia de valor. Se puede consumar por senderos
comerciales, financieros o productivos. En la periferia europea
(Irlanda, Portugal, Grecia), el Euro consagra desequilibrios comerciales
a favor de Alemania, que desembocan en endeudamiento y dependencia. Hay
muchos estudios empíricos de esa dinámica.
Pero más allá del
impacto que tuvo el dependentismo en Europa hay dos personalidades no
latinoamericanas, que tuvieron gran influencia en el desenvolvimiento de
esa teoría. Primero André Gunder Frank, un intelectual muy singular que
inicialmente canalizó la conexión de las vertientes antiimperialistas
de Estados Unidos (asociadas con la revista Monthly Review) con el
dependentismo. Desenvolvió una formulación muy popular de esa concepción
con la idea de “desarrollo del subdesarrollo” y su libro fue tomado
como una gran síntesis de la teoría.
Pero curiosamente Frank
abandonó ese enfoque muy temprano. En 1971 quedó fascinado por la teoría
del sistema mundial que él contrapuso al dependentismo, cuando
Wallerstein convergía con Marini y Dos Santos. Y en una etapa posterior
elaboró una exótica concepción sobre el capitalismo milenario con
epicentro en China. Fue una figura muy controvertida. Si miramos lo
ocurrido en forma retrospectiva, Cueva fue mucho más dependentista. Sus
críticas a Frank resultaron acertadas, especialmente en el debate
historiográfico sobre el origen del capitalismo en América Latina.
La otra figura ha sido Samir Amin. Es el teórico vivo más importante
del dependentismo y construyó la obra más consistente. Tuvo quizás la
paradójica ventaja de razonar fuera del condicionamiento
latinoamericano. Trabajó desde Europa, Asia y África con una mirada
distinta y un enfoque más global. Partió del problema de viejas
sociedades orientales sometidas al colonialismo europeo y no de un Nuevo
Continente capturado por esa dominación. Por eso su análisis de las
formaciones tributarias es tan distinto de la clásica controversia sobre
el feudalismo y el capitalismo colonial.
Ha combinado como
pocos autores la esfera de la historia con la economía y también razonó
con otras referencias políticas. Mientras que el dependentismo
latinoamericano estuvo signado de la revolución cubana, Amin partió de
Bandung y la convergencia del nacionalismo revolucionario con el
socialismo en Asia y África. Sin lugar a dudas expresa otra vertiente
muy fructífera de la teoría de la dependencia.
Y también
está el caso del dependentismo en el Caribe, donde se registró una
recepción bastante interesante y poco investigada.
Si. Fue
distinta por su peculiar mezcla con tradiciones múltiples. Ahí aparece
el problema de la negritud que no es estrictamente latinoamericano. La
relación de dependencia con el indigenismo conceptualizada por varios
autores andinos, adoptó en el Caribe otro tipo de conexiones, insertas
en la huella de los jacobinos negros y la revolución haitiana. Pero ahí
también se observa la mayor proximidad de la revolución cubana. La
teoría de la dependencia articuló esa diversidad de problemáticas con la
especificidad de economías muy fragmentadas. Lo que Marini pensaba para
Brasil no se aplica a Jamaica, pero ambos países están conectados a la
misma dinámica de la reproducción dependiente.
Quería preguntarte sobre las distintas trayectorias dentro del dependentismo latinoamericano.
Yo considero necesario estudiar con detenimiento a Marini que elaboró
un razonamiento integral. Indagó el caso de Brasil que en los años
sesenta era una formación intermedia en proceso de industrialización.
Compartió las mismas preocupaciones de los teóricos de la CEPAL sobre
Argentina y México y analizó la dinámica de esas economías. En ese
abordaje introdujo categorías muy novedosas y polémicas, como la
superexplotación, el ciclo dependiente y el subimperialismo. Lo que
Cueva estudiaba para países como Ecuador, Bolivia o Perú –aún centrados
en la problemática del campesinado y el latifundio– Marini lo indagaba
para una sociedad como Brasil, ya signada por los desequilibrios de la
industrialización. Eran dos escenarios distintos de la lógica de la
dependencia.
Me parece importante rescatar también la figura de
Theotônio dos Santos que acaba de fallecer. En los años 60-80 aportó
ideas claves sobre el estado, las clases y también la estrategia
socialista. Razonó de otra forma, con menos apego a la elaboración
abstracta de Marini, que seguía rigurosamente las pistas de El Capital y
de todas las categorías de Marx.
Es decir, pensaba el dependentismo a partir de la ley del valor.
Si. Claramente en Marini. Pero en Theotônio prevalece más bien el
estudio combinado de la dimensión económica y política. Desarrolla una
visión más familiar al abordaje que inauguró Lenin. No hay tanta
preocupación por definir las contradicciones de un modelo de la
reproducción ampliada, sino por detectar cuáles son las fuerzas sociales
actuantes en cada escenario. Ahí aparece esa reflexión sobre las
relaciones entre el estado, las clases dominantes y la burocracia, que
en la obra posterior de Dos Santos asumieron connotaciones más
controvertidas. Quizás a la hora de los homenajes conviene también
recordar las interesantes clasificaciones que desarrolló Bambirra, sobre
distintas economías latinoamericanas.
En mi opinión hay que
revisar la originalidad y consistencia de cada aporte teórico, pero con
alguna tesis ordenadora. De lo contrario, nos deslizamos hacia la simple
descripción o hacia la reivindicación ritual. Mi balance subraya la
síntesis entre Cueva y Marini y la consiguiente confluencia del
endogenismo con el exogenismo marxista. Observo los aspectos
problemáticos de ambas vertientes, pero no pierdo de vista que ese
empalme define un enfoque integral y rival del pensamiento liberal o
desarrollista. En ese trípode se concentran las grandes divergencias
teóricas que perduran hasta la actualidad.
En los años
ochenta el dependentismo experimentó un fuerte revés y partir del nuevo
milenio se observa una ligera recuperación. ¿Cómo caracterizarías ese
acotado resurgimiento?
Yo creo que efectivamente hay una
cierta recuperación del dependentismo. Ese rebrote acompañó al ciclo
progresista de la última década y sobre todo al surgimiento del
chavismo. La teoría de la dependencia estuvo muy presente en el universo
conceptual de Chávez y también en muchos razonamientos Evo Morales. No
es la mirada de Lula, ni tampoco de Cristina Kirchner, que son
tolerantes pero no afines al dependentismo. Con el mismo énfasis que
postuló la actualidad del comunismo y del socialismo, Chávez reivindicó
la teoría de la dependencia.
En términos más generales, todas
las propuestas teóricas que aparecieron en los últimos años como el
“socialismo del siglo XXI”, el “bolivarianismo” o el “buen vivir”
rescatan elementos de la teoría de la dependencia. Por eso hemos visto
homenajes a sus principales figuras y una interesante reedición de
libros. No se repite el clima intelectual de los 70, pero resurgió el
pensamiento crítico. Han aparecido además muchos núcleos de
investigación especialmente en Brasil, mientras que en México continúa
la elaboración de los autores que fueron discípulos de Marini. Hay
muchas variantes de estos replanteos en distintos puntos de América
Latina. Incluso en Argentina, dónde nunca tuvo raíces significativas.
En la actualidad se verifica también un llamativo contrapunto entre los
defensores de la teoría de la dependencia tal como fue formulada por
Marini, y los críticos marxistas de ese enfoque, que conforman la
vertiente antidependentista. Retoman los cuestionamientos que
aparecieron desde los años 80, especialmente en Inglaterra. Son planteos
con cierta resonancia en el mundo académico de Argentina.
Pero también existe una corriente que reivindica una renovación de la teoría marxista de la dependencia.
Si. Yo me ubico en ese terreno de reivindicación de la teoría,
señalando al mismo tiempo la necesidad de introducir importantes
actualizaciones y modificaciones. En este plano hay varios temas en
discusión. El primero es la superexplotación. En sus últimos trabajos
Marini sostuvo que ese rasgo ya no constituía una peculiaridad de
América Latina o la periferia, sino que integraba las características
del capitalismo globalizado. Esa reformulación abrió un debate entre
quienes ampliamos y reconsideramos la dinámica de ese principio y los
autores que defienden su formato tradicional.
El segundo tema
–que todavía no suscitó polémicas abiertas pero que seguramente va a
derivar en intensas discusiones– es la renta. Algunos pensadores
cuestionan la teoría de la dependencia por omitir esa categoría y otros
responden que no tiene relevancia específica. Yo coincido con la tesis
de reintegrar el concepto al dependentismo, con una caracterización
peculiar de la renta agraria y petrolera a escala internacional. Este
problema tiene importantes consecuencias para la evaluación de la
economía argentina o venezolana.
También se ha renovado el
viejo debate sobre el intercambio desigual, ya no con las referencias de
los años 70 al modelo de Emmanuel, sino considerando las nuevas
modalidades de la división global del trabajo. Hay investigaciones muy
interesantes, sobre la forma en que la plusvalía es transferida a
empresas ubicadas en la cúspide de la cadena de valor. El mismo proceso
se verifica en las maquilas y en ciertas empresas transnacionales. Las
ideas dependentistas son muy gravitantes en estos terrenos.
Un
tercer problema en debate es la validez o alcance del concepto de
subimperialismo. Hay llamativas evaluaciones de Brasil y Sudáfrica y
sobre todo del papel de los BRICS. Yo creo que esa categoría rige más
bien para países como Turquía o India. No es una noción meramente
económica. Es un concepto geopolítico, referido a la capacidad de una
potencia intermedia para actuar en el plano militar. Es lo que hace
Turquía en Siria contra los kurdos. Brasil ha quedado situado en otro
plano, desde que perdió capacidad de acción autónoma. Otro tema muy
conectado a estos debates es la configuración actual de China. La
controversia gira en torno a su clasificación dentro del denominado “Sur
global”.
Y en ese caso si el comercio entre América Latina y China expresa una cooperación sur-sur o una nueva forma de dependencia.
Exacto. Hay trabajos muy recientes de autores estadounidenses sobre el
tema. Abordan la globalización productiva desde la óptica dependentista,
con acertadas evaluaciones de la nueva dinámica del arbitraje global
del trabajo. Analizan cómo el valor generado en un punto del planeta se
realiza en otro. Pero justamente ahí aparece el problema geopolítico del
status de China. No creo que esa nueva potencia forme parte del “Sur
global”. Es la segunda economía del mundo y actúa como un imperio en
formación.
En uno de tus textos más recientes reivindicas
entonces la renovación del paradigma dependentista. ¿Cómo se concretaría
ese replanteo?
El punto de partida es evaluar las enormes
transformaciones registradas en el capitalismo, en comparación a la
época de Marini. Estamos en una etapa neoliberal completamente distinta,
luego del ocaso del periodo keynesiano. Necesitamos conceptualizar el
funcionamiento del capitalismo mundial de nuestro tiempo.
Ese
sistema se basa en una agresión permanente contra los trabajadores,
asentada en el predominio de las empresas transnacionales. Hace cuarenta
años ya era un capitalismo mundial pero sin cadenas de valor. Ahora
predomina la globalización productiva, que define las formas de
expansión de la mundialización financiera y de los nuevos mecanismos de
extracción de plusvalía. La distinción entre explotación del centro y
superexplotación en la periferia ya no constituye un criterio acertado.
Hay expresiones de ambos tipos en ambos polos de la economía mundial,
con fuertes diferencias en el status del trabajo formal e informal.
También la estructura jerárquica mundial y las redes de transferencia
de valor son diferentes. Por eso necesitamos una comprensión del nuevo
capitalismo mundial, que opera con una inédita dinámica de recorte del
empleo. No sólo destruye más puestos de trabajo que los generados.
Consuma esa demolición a una velocidad muy superior a todo lo conocido.
Theotônio dos Santos era un pensador muy abierto a estudiar estos
problemas. Pero esos procesos eran desconocidos en el auge de la teoría
de la dependencia. La revolución digital sólo era imaginada en la
ciencia ficción.
Además el universo geopolítico actual es
totalmente distinto. Desapareció la Unión Soviética, surgió China y
existe una controversia irresuelta sobre el declive Estados Unidos, en
un contexto de remodelación de todos los dispositivos imperiales. El
capitalismo y el imperialismo son distintos a los imperantes en los años
de Marini. Sin afrontar el tipo de transnacionalización pura que
conciben algunos pensadores, tampoco prevalecen las viejas
configuraciones nacionales. Más bien predomina una modalidad híbrida de
mundialización productiva, sin correlato equivalente en las clases
sociales y los estados.
Esta mutación nos obliga a
re-conceptualizar muchos problemas. Por ejemplo, el estricto paralelo
entre subimperialismo y semiperiferia ya no se verifica con la misma
sintonía. Hay modalidades combinadas en todas las formaciones
intermedias. Una semiperiferia como Corea del Sur carece de rasgos
subimperiales y difiere de Turquía, que a su vez no tiene el grado de
integración global de la economía del Sudeste Asiático.
Por lo
tanto hay que reacondicionar muchas categorías en la tradición teórica
del dependentismo, pero sin fascinarse con un sólo pensador. Y por eso
conviene observar a esa escuela como un momento de evolución de todo el
marxismo, con un aporte específico en la indagación de la lógica del
subdesarrollo. Quizás lo más interesante es retomar las tesis del ciclo
dependiente, como mecanismo de transferencia de valor hacia economías
más desarrolladas. Marini fue un buen teórico de la maquila mexicana.
Pero hay otros fenómenos que en su momento exageró o que eran válidos
para su época y no para la actualidad.
Y desde esa perspectiva de una renovación intervienes en los debates sobre la superexplotacion.
Si. Pero en esas discusiones deberíamos tener cuidado para no repetir
los errores del pasado, cuando se extremaron contraposiciones entre
partidarios de la misma concepción. Como es un debate entre defensores
de la misma tradición dependentista deberíamos mensurar las divergencias
en juego. Estas polémicas no pueden tener la intensidad de las
controversias con nuestros enemigos del neoliberalismo o con nuestros
adversarios de la heterodoxia.
En los últimos años, una de
las nociones más frecuentadas en los debates sobre el desarrollo en
América Latina ha sido el extractivismo, pero curiosamente emerge con
grandes desencuentros con el dependentismo. ¿Por qué?
También ahí existe una dualidad de situaciones. Hay por un lado un gran
espectro de convergencias entre ambas corrientes, en la denuncia de la
reprimarización y en la defensa del medio ambiente. Muchos autores
trabajan con razonamientos de las dos concepciones. El desencuentro se
ubica con lo que podríamos denominar post-desarrollismo. Hay vertientes
anti-extractivistas que objetan la idea del desarrollo, en
contraposición al programa marxista de forjar otro desarrollo. Esa meta
es clave en América Latina como corolario directo de la crítica al
subdesarrollo. Además, existe una fuerte divergencia con las
perspectivas localistas, meramente comunitarias y anti-estatales de esas
corrientes. La teoría de la dependencia se inscribe en una tradición de
intervención estatal radical, con la mira puesta en la gestación de una
sociedad socialista. El post-desarrollismo se opone a esa perspectiva.
El fin del ciclo progresista es uno de los temas de mayor actualidad en
la región. ¿Cuál sería la lectura dependentista de ese proceso?
Desde una óptica dependentista cabría señalar que el ciclo progresista
se frustró por no encarar la superación del subdesarrollo. Y eso vale
para Argentina, Brasil, pero también para Venezuela. No se ha logrado
transformar la renta agraria o petrolera en una fuente de desarrollo
inclusivo y equitativo.
Desde la misma tradición es igualmente
clave distinguir el radicalismo de Chávez o Evo Morales del
centroizquierdismo convencional de Lula o Kirchner. También corresponde
aclarar que esos procesos no están clausurados. Debemos extraer un
balance de lo ocurrido hasta ahora sabiendo que la disputa sigue en pie.
¿Y cuáles son para ti las posibilidades y los límites del nuevo auge del neoliberalismo en América Latina?
Yo soy muy cauto con cualquier pronóstico. Lo que está claro es el
diagnóstico. Estamos en un momento de restauración conservadora con
gobiernos neoliberales que afrontan tres grandes problemas. El primero
es económico. Pretenden afianzar la primarización y el extractivismo, en
un contexto internacional adverso por el estancamiento de los precios
de las materias primas. Implementan una adaptación pasiva al
libre-comercio, cuando Trump y Macron revisan todos los aranceles.
Además, el comprador de las materias primas es China y no Estados
Unidos, y los presidentes derechistas de la región han quedado
desubicados por su primitivismo ideológico pro-norteamericano.
El segundo problema es político. Son gobiernos con legitimidad reducida,
basados en un esquema de constitucionalismo muy limitado. Cada día se
corrobora algún nuevo rasgo regresivo de sistemas políticos autoritarios
con elementos pro-dictatoriales. La consistencia de esos regímenes para
implementar la reorganización neoliberal que ambicionan es muy dudosa.
El tercer aspecto es la resistencia social. Todos enfrentan el rechazo
en las calles. En Argentina esa oposición es fuerte y ha limitado el
proyecto de Macri. En otros países es más limitada, pero todos los
regímenes derechistas deben lidiar con el movimiento popular. Qué no
hayan logrado destituir a Maduro es otro indicio de los límites del
neoliberalismo. Bolivia, Venezuela, Cuba siguen en pie, demostrando la
persistencia de los bastiones que la derecha no ha podido remover.
Por último, quisiera preguntarte sobre el alcance del dependentismo.
¿Puede trascender el contexto latinoamericano y posicionarse frente al
capitalismo mundializado?
Me parece que sí. Pero ese
problema remite a una vieja disyuntiva de los pensadores sociales de la
región, que han buscado evitar tanto el puro singularismo como la
disolución de la especificidad latinoamericana. Nuestros problemas no
son únicos e incontrastables, pero deben ser abordados con una mirada de
tradiciones locales. Por eso es tan fructífera la herencia de
Mariátegui.
La teoría de la dependencia justamente evitó esos
dos errores. Compartió las trayectorias del marxismo latinoamericano y
se mantuvo alejado del exotismo regional y de la simple copia de
enfoques elaborados en otros escenarios. Confluyó con pensadores de
África y Europa, integró exponentes de Estados Unidos y nunca tuvo
pretensiones latinoamericanistas excluyentes. Pero al mismo tiempo evitó
la mera absorción de un dogma elaborado fuera de la región.
El
dependentismo construyó una teoría para explicar el subdesarrollo y por
eso despertó tanto interés en otras regiones de la periferia. Brindó
instrumentos para comprender las polaridades mundiales y también las
bifurcaciones. Este último aspecto es clave por la relevancia actual de
las semiperiferias frente a la mera contraposición entre centro y
periferia. No basta con explicar las distancias que separan a Estados
Unidos de Guatemala. También debemos entender a Corea del Sur, en la
pista aportada por Marini para indagar a Brasil.
Yo creo que
hoy es interesante estudiar por qué ciertas economías industriales
declinan, y otras avanzan. Es justamente el contrapunto entre Corea del
Sur y Brasil. Ese cambio sólo se explica en la lógica de la
mundialización productiva y por eso es decisivo renovar el
dependentismo.
Finalmente una observación política. La
actualización de la teoría de la dependencia empalma en mi opinión con
el resurgimiento del antiimperialismo. Esta bandera es clave en una era
signada por la agresiva brutalidad de Trump. También debería converger
con tradiciones internacionalistas de acción común de los pueblos sin
distinción de nacionalidades. Son dos raíces que siempre nutrieron al
dependentismo. La lucha contra el imperio y la batalla contra el
capitalismo. En esas dos acciones aparecerán nuevos problemas y nuevas
respuestas que afianzarán la renovación de la teoría marxista de la
dependencia.
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