A
escasos meses de asumir el gobierno es notoria la soberbia que
caracteriza a varios dirigentes de la coalición gobernante. ¿El
extremismo nacionalista ya sobrepasa a la derecha tradicional? ¿O los
requerimientos y objetivos de la derecha económica se impusieron sobre
la derecha política?
Posiblemente usted votó por Sebastián
Piñera en la última elección presidencial. También es probable que haya
sufragado por candidatos derechistas al Congreso Nacional. Nada malo
hay en ello: desde la perspectiva de libre elección que ofrece un
sistema dizque democrático como el nuestro, usted ejerció su derecho
soberano.
No obstante, hay una cuestión necesaria. Antes
de enunciarla debo recordar lo que en estos tres meses de gobierno han
realizado, manifestado y discutido muchos dirigentes oficialistas. Hecho
el alcance, permítame preguntar si esta es, exactamente, la derecha que
usted quería y por la cual votó en diciembre pasado.
Existe
una clara tendencia a equivocar el concepto “político conservador”
confundiéndolo con posiciones extremas y totalitarias, como el
pinochetismo y el nacionalismo rampante. Ocurre en Chile, y al parecer
solo en Chile. En otras naciones vecinas –donde también gobierna la
derecha (Brasil, Colombia, Argentina, Perú, Paraguay) – no existe esa
inclinación al clasismo y al anti-izquierdismo enfermizo, como sucede en
nuestro país.
Puede que a usted, amable elector, los
primeros meses del gobierno de Piñera le parezcan similares a los
vividos por nuestros vecinos argentinos con el gobierno de Mauricio
Macri. MM procura ‘enderezar’ Argentina y meterla en la funda diseñada
por el FMI. Eso requiere reducir no sólo el tamaño del Estado sino
también su poder. Incluyendo la eliminación de beneficios sociales, los
servicios públicos, al tiempo que se rebajan los impuestos a las gran
empresas industriales, comerciales, financieras y bancarias.
Para
lograrlo, parece necesario meter a la parentela en cargos públicos
estratégicos, como si la administración del país se asemejara a la de
una empresa privada en la que hijos, tíos, sobrinos y cuñados deben
estar en el Directorio. También es preciso deshacerse de funcionarios
seleccionados mediante concursos de la Alta Dirección Pública, con el
pretexto de su proliferación. Curiosamente, se crean nuevas dependencias
fiscales en nombre de la ‘modernización del aparato público’.
Sucede
en Argentina. ¿También en Chile? Sí. Por ejemplo la creación de un
nuevo Ministerio de la Familia y Desarrollo Social con tres nuevas
subsecretarías, o el reemplazo del Sename por dos nuevos servicios:
Servicio de Protección a la Infancia y Adolescencia y Servicio de
Responsabilidad Adolescente.
Agréguese la visión y
objetivos explicitados por algunos ministros en materias de educación y
de salud, cuyos discursos anticipan la meta del gobierno: reducir el
apoyo a ambos sistemas públicos para colapsarlos y, finalmente, producir
el traspaso de la mayor parte de sus usuarios al sistema privado. ¿Algo
así quería usted cuando sufragó por el especulador financiero Piñera?
A
escasos meses de haber asumido el gobierno, ya es notoria la soberbia
que caracteriza a varios dirigentes oficialistas cada vez que les
corresponde emitir opinión ante los medios de prensa. ¿Es algo nuevo?
No, nuevo no es; sólo ocurre que recién ahora venimos a enterarnos de
cuán bien disfrazada tuvieron esa característica durante las décadas del
binominalismo duopólico.
La soberbia de ciertos
personeros derechistas ha aflorado sin cortapisas, rayana –las más de
las veces– en la prepotencia sustentada en ninguneo hacia sus
adversarios políticos, creyendo que el triunfo de Sebastián Piñera en
los comicios electorales es potencial suficiente para intentar imponer
sus ideas a como dé lugar, contra viento y marea, soslayando una
estadística (que posiblemente les pase factura en los meses venideros),
cual es aquel 26% del padrón electoral obtenido como apoyo concreto, lo
que deja un amplio 74% convertido en terreno ignoto.
El
gritoneo de hincha de barra brava que Emilio Santelices, ministro de
Salud, produjo en la interpelación efectuada en la Cámara de Diputados
por una comisión ad hoc, eludiendo olímpicamente responder lo que se le
preguntaba, demostró el nivel de desprecio que algún sector del
oficialismo tiene respecto no sólo de la sociedad, sino también de
varios de sus acompañantes en el gobierno. La soberbia ‘patronal’ al
galope tendido.
Algo similar aconteció en la que ya es una
archi comentada entrevista al premio Nobel de Literatura, el peruano
Mario Vargas Llosa, conducida por el articulista Axel Kaiser, quien se
permitió tutear al Nobel y trató de conducirlo hacia respuestas que
confirmaran sus propias ideas de extremista liberal. Vargas Llosa
respondió con claridad y certeza dejando al entrevistador en una
posición más que incómoda, demostrando además cuán cierta era aquella
opinión que había entregado meses antes al afirmar que “la derecha
chilena es cavernaria”.
El ex ministro de Cultura (en la
administración anterior de Sebastián Piñera); Luciano Cruz-Coke, ya
había anticipado algo al respecto, al afirmar que “la derecha chilena es
culturalmente mediocre”.
En alguna importante medida,
Vargas Llosa remata esa última opinión con un comentario que desnuda
también las razones por las que esta derecha chilena intenta minimizar
el estudio de las ciencias sociales, la literatura y la filosofía en la
educación pública.
Dice Vargas Llosa: “La literatura es
algo muy importante que no puede prescindir de la libertad para
funcionar para ser realmente creativa (…) la literatura, produce un
malestar, una inconformidad con el mundo tal como es. Ese espíritu
crítico es la gran locomotora del progreso de la civilización”.
Hace
algunas semanas, Neil Davidson, columnista inglés del diario “Las
Últimas Noticias” (LUN), auto declarado liberal cercano al
conservadurismo, manifestó en una entrevista de prensa que la derecha
chilena le parecía fundamentalista, a tal grado que él mismo podría ser
considerado ‘socialista’ al comparar sus ideas con las que esa derecha
manifiesta. “La derecha chilena cree que ser conservador significa
necesariamente ser pinochetista”, explicó.
No se detiene
allí –ni mucho menos– este asunto de la soberbia. La propia vocera de
gobierno, Cecilia Pérez, en desafiante actitud, insistió con comentarios
que directamente negaban el nepotismo existente en las últimas
designaciones efectuadas por el Ejecutivo. A porfía, cual si el resto de
los ciudadanos no supieran que el problema jamás ha radicado en los
‘méritos’ de los designados (salvo en el caso del hijo del ministro
Andrés Chadwick, a quien la Contraloría General de la República objetó
por contar, en estricto rigor, tan sólo con licencia media, mérito
exiguo), sino en el intento de estructurar un gobierno a través del
familisterio.
Andrés Velasco, ex ministro de economía y ex
candidato presidencial, ha dicho con claridad que “en el programa que
presentó Piñera, las sumas no dan”. Fuerte y conciso, ya que si
recurrimos a los fríos números es oportuno señalar que la dictadura
cívico-militar (esa que tanto añoran algunos sectores de nuestra cáfila
política que se autocalifican como “conservadores y libremercadistas”),
dejó en el país nada menos que al 40% de la población bajo la línea de
la pobreza.
Esos sectores son quienes han construido un
mito llamado ‘pinochetismo’, con el cual intentan ver y comprender el
mundo actual que les resulta ajeno y distante. Lo utilizan como
mecanismo psicológico para evitar que la frustración se los trague.
‘Regresión’, así se llama el mentado mecanismo. Y sobre él hay quienes
insisten en construir país.
Una duda comienza a corroer el
ánimo de muchos votantes derechistas. ¿El extremismo nacionalista
rampante, ha comenzado a sobrepasar a la derecha chilena tradicional? ¿O
simplemente los requerimientos y objetivos de la derecha económica, con
el apoyo de ese nacionalismo ya comentado, se impusieron sobre la
derecha política?
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