Para nadie constituyó
una sorpresa que Trump decidiese, por sí y ante sí, renegar el acuerdo
sobre el programa nuclear de Irán y restablecer las sanciones contra la
República Islámica. Por unos días, quiso dar la impresión de que
discutía la cuestión al interior de su gobierno, aunque no se escuchó
voz alguna en defensa del cumplimiento del acuerdo, y de que él mismo
ponderaba las excitativas que le formularon líderes europeos, como
Macron y Merkel. A fin de cuentas, el 8 de mayo Trump cruzó una línea
roja al expedir un memorándum que anula el acuerdo para EU y ordena
reimponer las sanciones. Desde esa fecha, un corpus creciente
de opinión internacional advierte que la acción de Trump –además de ser
contraria al interés de largo plazo de su país– agrava en mucho los
riesgos para la precaria estabilidad en el Oriente Medio y aumenta la
probabilidad de choques directos o de una conflagración generalizada;
priva de su base fundamental de confianza a la Alianza Atlántica, pilar
de la cooperación político-militar de los aliados desde el fin de la
Segunda Guerra Mundial; coloca en posición en extremo difícil a los
otros cinco países signatarios del acuerdo junto con Irán, en especial a
los tres de la Unión Europea, y, entre otras consecuencias, dificulta
la posibilidad de alcanzar cualquier arreglo en materia nuclear a
resultas de la ya próxima (pero ahora en duda)
cumbreentre Estados Unidos y la RPD de Corea. Aunque la competencia es reñida, quizá la del 8 de mayo pueda ser considerada como la más irresponsable de las decisiones de política exterior de Trump, al menos hasta el momento.
Ante la magnitud y alcance de la reacción, el gobierno estadunidense se sintió compelido a explicar la convulsionada
racionalidaden que se apoya esa decisión de Trump. Al efecto publicó en el propio portal de la Casa Blanca (whitehouse.gov) un texto del consejero de Seguridad Nacional, John Bolton, fechado el 11 de mayo y titulado
El acuerdo con Irán fue traicionado por su propio abismal desempeño. El escrito, que se lee en 4’, es un batiburrillo que intenta mostrar que, al dar la espalda a los demás firmantes, lo que Trump en verdad hace es mostrarles su error y defender sus intereses, que ellos mismos ignoran. Muestra también que el hecho de que Trump reniegue el acuerdo no significa que incumpla sus promesas, sino que en efecto las honra, como demuestra… la apertura de la embajada en Jerusalén. Abandonar el mayor acuerdo diplomático multilateral en lo que va del siglo prueba, según Bolton, que
el presidente prefiere manejar las cuestiones por canales diplomáticos. Si alguien se siente confundido, tras sólo cuatro minutos de lectura lo estará más.
En la primera semana, las reacciones de los directamente afectados
–Irán y los demás firmantes– han sido prudentes y mesuradas, en agudo
contraste con los exabruptos verbales y factuales que las motivaron.
Podría decirse que la principal preocupación ha sido preservar la
viabilidad y funcionalidad del acuerdo sin EU. Hay un paralelo con la
reacción que provocó otro retiro unilateral e irrazonable: del Acuerdo
de París sobre cambio climático. En este caso, dada la naturaleza del
conflicto geopolítico central, resultará mucho más difícil mantener la
integridad del acuerdo sobre el programa nuclear de Irán ante la
ausencia y abierta hostilidad de Estados Unidos y, en el vecindario
inmediato, Israel y Arabia Saudita. Se trataría de asegurar que Irán
pueda llevar adelante, como ha señalado querer hacerlo, su irreprochable
cumplimiento de los términos del acuerdo que le competen –del que ha
dado testimonio el Organismo Internacional de Energía Atómica, en Viena–
y que pueda seguir actuando en un ambiente cada vez más libre de
sanciones y más abierto a la cooperación, por parte de los demás
firmantes y otros países concernidos.
Al renegar el acuerdo el 8 de mayo, Estados Unidos dinamitó el
pilar que ha sostenido por decenios a la Alianza Atlántica: la
confianza de sus integrantes en el cumplimiento de los compromisos
asumidos. El rompimiento unilateral, por encima de los exhortos de buen
número de otros asociados clave, hará más difícil acudir a las
instituciones y mecanismos de la Alianza. Trump (y Bolton, desde luego)
se ha deleitado en menospreciar a sus aliados en la OTAN. Puede haber
colmado el vaso de su paciencia, como muestran numerosas reacciones en
la prensa europea en esta primera semana.
La cuestión más complicada, desde luego, es la relativa a las
sanciones restablecidas sin más por Estados Unidos. Una de las
deformaciones mayores del derecho internacional en la posguerra fría
ha sido, por un lado, admitir la imposición de sanciones al margen del
Consejo de Seguridad, por uno o varios estados. Otra, aún peor, es
validar la aplicación extraterritorial de esas sanciones. Los países
europeos que han acudido a las sanciones al margen de la ONU y han
buscado o aceptado su aplicación extraterritorial se ven obligados
ahora, por desgracia, a enfrentar las consecuencias de esas actitudes.
Se les volteó –como dice el refranero global– el chirrión por el palito.
Estados Unidos impondrá sanciones –financieras, de limitación de
viajes, entre otras– a las empresas y empresarios de Europa y otras
regiones que realicen negocios en Irán o en ciertas actividades que
considere se relacionan con el programa nuclear o con algunas
reparticiones del Estado iraní, como la Guardia Revolucionaria, que le
resultan antipáticas. Para los afectados no será fácil eludir esas
sanciones, pues el alcance de las agencias gubernamentales de Estados
Unidos es muy extendido: el memorándum de Trump del 8 de mayo está
dirigido a docena y media de ministerios, agencias y otros órganos
gubernamentales. Para los gobiernos europeos y otros no será sencillo y
sí muy costoso compensar a los afectados por el daño que les inflijan
las sanciones e, incluso en el mejor de los casos, habrá que enfrentar
complicaciones, demoras y pérdidas. Aún más delicado será tratar de
pagar con la misma moneda a los sancionadores estadunidenses: las
acciones de represalia, al igual que ante medidas comerciales
restrictivas, pueden dar lugar a escalamientos indeseados, sobre los que
se pierda el control. No en vano algunos comentaristas han hablado de
cajas de Pandora, cuando quieren usar imágenes suaves y delicadas.
En el largo plazo, la declinación relativa del poderío global
estadunidense hará más sencillo para la comunidad internacional
administrar sus acciones irresponsables –pero ¿cómo vamos a transitar
los próximos 15 o 20 años?
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