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martes, 29 de mayo de 2018

La recuperación del Imperio y la desaparición de los trabajadores


Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
Nerón tocaba la lira, Obama lanzaba canastas y Trump tuiteaba mientras sus imperios ardían.
Los imperios entran en decadencia o se expanden en función, básicamente, de las relaciones entre gobernantes y gobernados. Hay varios factores determinantes, entre los que se incluyen: 1) la renta, la tierra y la vivienda; 2) la evolución del nivel de vida; 3) el aumento o descenso de la tasa de mortalidad; y 4) la disminución o aumento de las familias.
A lo largo de la historia, los imperios en expansión han incorporado a la población al imperio, distribuyendo a las masas una parte de los recursos expoliados, proporcionándoles tierras, arrendamientos reducidos y viviendas. Los grandes terratenientes que tenían que hacer frente a los jóvenes veteranos a su regreso de las guerras evitaban una excesiva concentración de la tierra para evitar los disturbios en sus feudos.
Los imperios en expansión mejoraban las condiciones de vida, pues jornaleros, artesanos, mercaderes y escribientes encontraban empleo cuando la oligarquía daba rienda suelta a su consumo ostentoso y crecía la burocracia que administraba el imperio.
Un imperio próspero es causa y consecuencia del aumento en las familias y en el número de plebeyos sanos y educados que sirven a los gobernantes y son mantenidos por ellos.
Por el contrario, un imperio en decadencia saquea la economía interna y concentra la riqueza a expensas de la mano de obra, ignorando el declive de su salud y de su esperanza de vida. Como consecuencia, los imperios en decadencia ven crecer la tasa de mortalidad; la propiedad de tierras y viviendas se concentra en una élite de rentistas que viven gracias a una riqueza que adquirida inmerecidamente por herencia, fruto de la especulación o de las rentas, que degrada el trabajo productivo basado en la pericia y los conocimientos.
Los imperios en decadencia son causa y consecuencia del deterioro de las familias, compuestas a menudo de trabajadores adictos a los opiáceos que sufren el aumento de la desigualdad entre ellos y sus gobernantes.
La historia del Imperio Americano a lo largo del último siglo encarna a la perfección la trayectoria de la expansión y caída de los imperios. El último cuarto de siglo es un buen ejemplo de las relaciones entre gobernantes y gobernados en plena decadencia del imperio.
Las condiciones de vida de los estadounidenses se han deteriorado a toda velocidad. Las empresas han dejado de cotizar las pensiones y han reducido o eliminado la cobertura sanitaria de sus trabajadores, y han visto rebajados sus impuestos de sociedades, lo que redunda en una merma de la calidad de la educación pública.
En los últimos veinte años, los salarios que perciben la mayor parte de los hogares se han estancado o reducido; los gastos en sanidad y educación han arruinado a muchos, y han convertido a los graduados universitarios en esclavos de sus deudas a largo plazo.
En EE.UU., el acceso a la propiedad de la vivienda para menores de 45 años ha disminuido del 24% en 2006 al 14% en 2017. Al mismo tiempo, los alquileres se han disparado, especialmente en las grandes ciudades de todo el país, y en la mayoría de los casos absorben entre un tercio y la mitad de los ingresos mensuales.
Las élites empresariales y sus expertos inmobiliarios desvían la atención hacia las desigualdades “intergeneracionales” entre pensionistas y jóvenes empleados asalariados, en lugar de reconocer el aumento de la desigualdad entre altos ejecutivos y trabajadores y pensionistas, cuyos ingresos han pasado de 100 a 1 a 400 a 1 en las tres últimas décadas.
También han aumentado las diferencias en la tasa de mortalidad entre la élite empresarial y los trabajadores, pues los ricos cada vez viven más años sin perder la salud mientras los trabajadores sufren un descenso en la esperanza de vida ¡por primera vez en la historia de Estados Unidos! Gracias a los ingresos procedentes de beneficios, dividendos, aumento del interés, etc., los ricos pueden pagar el elevado coste de la medicina privada y prolongar su vida, mientras a millones de trabajadores se les recetan opioides para “reducir el dolor” y precipitarles una muerte prematura.
Los nacimientos han descendido como consecuencia de la carestía de la sanidad y de la carencia de guarderías y bajas por maternidad o paternidad remuneradas. Los últimos estudios han revelado que 2017 tuvo el menor número de nacimientos en 30 años. La supuesta “recuperación de la economía” posterior al derrumbe financiero de 2008-2009 ha tenido un sesgo de clase: las élites empresariales e inmobiliarias recibieron un rescate superior a los 2 billones de dólares mientras más de 3 millones de hogares de clase trabajadora eran desahuciados y desalojados de sus viviendas por los financieros que habían adquirido sus hipotecas. El resultado: un aumento acelerado de personas sin hogar, especialmente en las ciudades con mayores índices de recuperación de la crisis.
Probablemente, los factores que han producido este descenso de la maternidad y aumento de la mortalidad son la falta de vivienda y los desorbitados precios de los alquileres de apartamentos saturados, junto con los salarios mínimos.
El imperialismo se expande, el nivel de vida desciende
En las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, la expansión en el extranjero estuvo acompañada en el ámbito interno por el abaratamiento de la educación superior, hipotecas a precios razonables que facilitaban la propiedad de una vivienda y mejoras en las pensiones y cobertura sanitaria a cuenta de los patronos. Sin embargo, en las dos últimas décadas la expansión imperial se ha basado en la reducción forzosa del nivel de vida.
El Imperio se ha expandido y las condiciones de vida han empeorado porque la clase capitalista ha evadido billones de dólares de impuestos a través de paraísos fiscales, precios de transferencia y exenciones fiscales. Por si fuera poco, los capitalistas han recibido inmensas subvenciones públicas para infraestructuras y transferencias gratuitas de innovación tecnológica financiada por el Estado.
En nuestros días, la expansión imperial se basa en la deslocalización de las multinacionales manufactureras con el fin de rebajar los costes de mano de obra, aumentando así el porcentaje de trabajadores de servicios mal pagados en Estados Unidos.
El empeoramiento de las condiciones de vida de la mayoría es consecuencia de la reestructuración del Imperio, la instauración de un sistema tributario regresivo y la redistribución de las transferencias de gasto público con fines sociales del Estado del bienestar a subvenciones y rescates al sector inmobiliario y financiero.
Conclusión
En sus orígenes, el imperialismo llevaba aparejado un contrato social explícito con la mano de obra: la expansión extranjera compartía beneficios, impuestos e ingresos con la fuerza de trabajo a cambio del apoyo político de los trabajadores a la explotación económica imperial en el exterior, el saqueo de recursos y el servicio de estos en las fuerzas armadas del imperio.
El contrato social venia condicionado por el equilibrio relativo de poder: la mayoría de los obreros fabriles, del sector público y los trabajadores especializados estaban sindicados. Pero este equilibrio de poder en las relaciones de clase se basaba en la capacidad de la fuerza laboral para participar activamente en la lucha de clases y, así, presionar al Estado. Es decir, el imperialismo y la estructura del bienestar se basaban por completo en una serie específica de condiciones intrínsecas del pacto social.
Con el tiempo, la expansión imperial tuvo que enfrentar limitaciones en el exterior procedentes de la oposición que presentaban grupos nacionalistas o socialistas, creando las condiciones para la deslocalización de su capital en el extranjero. Los rivales del imperio en Europa y Asia empezaron a competir por los mercados exteriores, obligando a Estados Unidos a aumentar su productividad, reducir costes laborales, deslocalizar en el extranjero o reducir beneficios. Estados Unidos eligió reducir las condiciones de vida internas y sacar su producción al extranjero.
Los dirigentes sindicales se distanciaron de otros movimientos generales de base y, al carecer de un movimiento político independiente, estar asolados por la corrupción y comprometidos con un acuerdo social en vías de desaparición, fueron reduciéndose en volumen, incapaces de formular una nueva estrategia combativa que sustituyera al pacto social. La clase capitalista adquirió control total de las relaciones de clase y, por consiguiente, empezó a decidir unilateralmente los términos de la política fiscal, el empleo, las condiciones de vida y, lo más importante, el gasto público.
Los gastos militares para el mantenimiento del imperio crecieron en proporción directa a la reducción de subsidios sociales. Los grupos rivales de poder se peleaban para conseguir su parte de los presupuestos capitalistas y decidir las prioridades político-militares. Los imperialistas económicos competían o se unían a los imperialistas militares; los neoliberales de libre mercado competían con los militaristas por los mercados exteriores en busca de la ocupación de más territorios, nuevas conquistas, mercados cerrados y clientes sumisos. Las estructuras de poder rivales competían para dictar las prioridades imperiales –las poderosas redes sionistas urdían guerras regionales favorables a Israel mientras las multinacionales intentaban impulsar su expansión político-militar en Asia (China, India y los mercados del sureste asiático).
Facciones rivales de las elites monopolizaban presupuestos, impuestos y gastos comprimiendo las condiciones de vida de la fuerza laboral. Las clases imperialistas pactaron entre ellas, la calidad y cantidad de trabajadores disminuyó. Pero los descendiente de esas élites asistían a las mejores escuelas y se aseguraban los mejores puestos en el gobierno y la economía.
Los privilegios y el poder no produjeron triunfos imperiales. China ha sabido integrar sus programas educativos y trabajadores cualificados en el trabajo productivo y sacar partido de ello. Por el contrario, los graduados estadounidenses trabajan en puestos financieros parásitos y lucrativos, no en sectores de la ciencia, la ingeniería y la asistencia social. Los graduados en la academia militar han creado redes de “comandantes” que perdonan los abusos sexuales, entrenan y ascienden a oficiales que lanzan misiles sobre centros de población y entrenan a capitanes de la armada especializados en colisionar sus buques.
Los graduados en la Ivy League* consiguieron copar altos cargos en el gobierno y han llevado a Estados Unidos a guerras interminables en Oriente Próximo, han multiplicado nuestros adversarios, enemistado a nuestros aliados y gastado billones de dólares en guerras que favorecen a Israel, en vez de dedicarlos a ayudas sociales y salarios más elevados para nuestros trabajadores. Y, sí, es verdad, la economía se está recuperando... pero a las personas les va peor.
*Nota del traductor: Grupo de ocho prestigiosas universidades privadas de Estados Unidos, muy elitistas, entre las que se encuentran Harvard, Yale, Columbia y Princeton.

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