Ruta Krítica
La semana pasada se
realizó en La Habana, Cuba, el 37º período de sesiones de la Comisión
Económica para América Latina (Cepal), que celebró sus 70 años de
existencia, pues fue creada por las Naciones Unidas en febrero de 1948.
El eje de esta reunión ha girado en torno al desarrollo económico y la
desigualdad, que son temas vitales para la región.
Pero esa
trascendental reunión no pasó de ser más que una noticia internacional
de referencia, que no destacó los contenidos del tema central, que es lo
que debía interesar. Y ello se debe a que en el continente dominan los
enfoques empresariales y neoliberales sobre las propuestas alternativas y
críticas, como son precisamente las que Cepal ofrece. El ruido de los
conceptos aperturistas sobre competitividad y mercados, en una América
Latina dominada por las elites empresariales, los medios de comunicación
privados y los gobiernos de la derecha política, ha opacado los
estudios rigurosos de la Cepal.
Sin embargo, Cepal es hoy la más
importante institución regional en la esfera académica de la economía.
Uno de los persistentes ejes en sus estudios ha sido la redistribución
de la riqueza. Sus datos son contundentes: una elite de millonarios
continúa concentrando la riqueza, mientras millones de habitantes
latinoamericanos mantienen condiciones precarias de vida y de trabajo.
Hay que imponer a esos ricos fuertes impuestos. Además, hay que
fortalecer las capacidades estatales. Y fomentar los capitales
productivos, para el crecimiento endógeno, sin el aperturismo
indiscriminado de los mercados desregulados.
Pero las tesis
cepalinas no son atendidas como se merecen. Desde luego, no proponen el
derrumbe del capitalismo, acciones revolucionarias, ni el paso al
socialismo. Y por ello incluso sectores de las izquierdas y hasta de los
marxistas, que deberían considerar sus planteamientos, giran la vista a
otros lados. Peor aún las elites empresariales y las derechas
económicas, entre las que solo prima el interés por los buenos negocios y
de ninguna manera el reparto de la riqueza que conlleve a una
sustancial mejora de las clases medias, populares y trabajadoras.
El pensamiento cepalino choca contra el neoliberalismo. Hace
reflexiones y propuestas para que el capitalismo latinoamericano al
menos funcione sobre bases de responsabilidad empresarial, orientación
social en cuanto a servicios públicos y capacidades estatales que
fortalezcan los intereses nacionales sobre los privados.
El reciente trabajo de investigación que la Cepal ha presentado en la reunión de La Habana se titula La ineficiencia de la desigualdad (https://bit.ly/2K jOVWi).
Allí queda en claro que precisamente la desigualdad es la que tiene
impactos negativos sobre la producción, los recursos fiscales, la
sostenibilidad ambiental y el desarrollo de la sociedad basada en
conocimientos.
El impacto es de tal magnitud que América Latina
y el Caribe es la región más desigual del mundo, con un coeficiente de
Gini promedio de 0,5 comparado con 0,45 de África Subsahariana, 0,4 de
Asia Oriental y el Pacífico, y 0,3 para los países de la Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Además,
nuevamente Cepal destaca que la evasión tributaria en la región alcanza
al 6,7% de su producto interno bruto (PIB) solo en términos del impuesto
a la renta y el impuesto al valor agregado.
Está muy claro para
la entidad que las políticas de Estado para promover la igualdad
provocan resultados positivos en el bienestar social y cambios
económicos indudablemente favorables al crecimiento, la innovación y el
adelanto general. Y vincula su estratégica visión a la Agenda 2030 y sus
Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), aprobados por las Naciones
Unidas en 2015.
Como señala Alicia Bárcena, Secretaria Ejecutiva
de Cepal: “La economía política de sociedades altamente desiguales y la
cultura del privilegio son obstáculos para avanzar en un desarrollo con
igualdad. La región ha heredado los vestigios coloniales de una cultura
del privilegio que naturaliza las jerarquías sociales y las enormes
asimetrías de acceso a los frutos del progreso, la deliberación política
y los activos productivos. Debemos consolidar una cultura de igualdad
de derechos que está en las antípodas de la cultura del privilegio”.
Pero estos temas, estos enfoques y propuestas, son campantemente
ignorados en Ecuador. No solo porque las elites empresariales y sus
economistas ideológicos los desprecian o ni siquiera los conocen por
ignorancia, sino porque chocan contra sus propias propuestas orientadas a
otros caminos.
En lugar de hacer caso a la Cepal, en Ecuador se
camina por el lado opuesto, escuchando, en cambio, los exclusivos
planteamientos de las cámaras de la producción convertidas en aliadas
privilegiadas para una nueva economía; se considera que la remisión de
impuestos y el perdón de las deudas al SRI y al IESS (es decir, la
legalización institucional de la corrupción privada) son fórmulas para
promover las inversiones y la productividad; se restan capacidades al
Estado y se cree que la suscripción de tratados de libre comercio, los
convenios bilaterales de inversión y el aperturismo indiscriminado son
fórmulas salvadoras contra las herencias de la década pasada.
El retroceso de los conceptos económicos oficiales en Ecuador es
alarmante para un contexto latinoamericano que, como lo advierte el
estudio de la Cepal, debiera establecer otro modelo de desarrollo
económico.
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