Conocí a Petro en 1989
cuando en Santo Domingo, Cauca, decidimos en el M-19 dejar las armas.
Era un flaco de 29 años que usaba un sombrero con una efigie de Jorge
Eliecer Gaitán y por su verbo crítico y actitud sentipensante, valoré su
inteligencia y decisión descollante. Era un cuadro urbano de la
dirección que estuvo preso y con una dignidad sin límite resistió las
torturas y no habló. A esa fortaleza, a su convicción y dignidad, sus
críticos le llaman arrogancia.
Participó con Carlos Pizarro y Rafael Pardo, comisionado del gobierno
de Virgilio Barco, en el inicio y durante el proceso que condujo a la
firma del acuerdo de paz que viabilizó que 19 constituyentes del M-19 de
los 60 elegidos, expidieran la Constitución de 1991; 29 años después,
con esa carta de navegación, Petro, con derecho, insiste en ser
presidente y gobernar a Colombia.
Es hijo de una organización que, como él lo hace hoy, revolucionó a
la derecha y a la izquierda con su independencia, creatividad y, sobre
todo, con la convicción de que la democracia es un medio y un fin. Se
trata de lograr justicia social y paz, sin matarnos y concertando.
Presupuestos participativos, consultas populares, inversión en el
saber, descentralización, producción sostenible, derechos de la
naturaleza, descarbonizar y lograr unidad en la diferencia para derrotar
los odios, la violencia y el atraso. Con trabajo quiere enriquecer a
los pobres sin empobrecer a los ricos. Tiene claro que como hizo Chile,
hoy tenemos que alcanzar un acuerdo sobre lo fundamental.
Hijo de Ciénaga de Oro y Zipaquirá a este líder nadie le
regaló nada. Economista y administrador, fue representante en tres
periodos y senador (2006-2010) uno de los mejores en la historia. Sus
debates contra la corrupción y la parapolítica son hoy vitales en el
saneamiento ético de la sociedad colombiana.
Con valor y entereza ha enfrentado los excesos del uribismo y de la
izquierda cuando, sin miedo ni límites, denunció la corrupción de la
contratación en Bogotá. Por eso la gente común y silvestre le cree.
La operación sicológica que lo condenó como mal gobernante y la
obstaculización como alcalde fracasaron. El mínimo vital de agua, la
reducción de pobreza, la inclusión social y la seguridad, la salud
preventiva y financiera, el cuidado ambiental no se olvidan. En
respuesta: las multitudinarias manifestaciones y fidelidad de bogotanos
y colombianos.
El voto derrotará la manipulación que agrede al elector. Si el
castrochavismo existiera requeriría el control de los militares, y ojalá
en esta nueva era de paz potenciada con la victoria del cambio, los
nuestros sean profesionales y no deliberantes.
Quién iba a pensar que el de la efigie de Gaitán en el sombrero con
su inteligencia, decisión y encendido verbo hoy con su voto convoque a
la sociedad a avanzar y sea la resurrección de la esperanza.
* Ex representante del M-19 en México
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