En
coherencia con la posición del gobierno norteamericano, mentir sobre
Venezuela y agredirla se ha convertido en la conducta más recurrente de
la derecha latinoamericana. En ese itinerario, la clase política
chilena, en aplicación estricta de su política de clase, a la par de sus
congéneres del hemisferio, está jugando un papel activo en el inventado
“Grupo de Lima” y la desprestigiada OEA hacia una reactivación más
agresiva de sus representantes en contra el proceso democrático y las
elecciones en Venezuela. La voz oficial del gobierno chileno a través de
su cancillería ya ha expresado su negativa anticipada a reconocer las
elecciones del 20 de mayo que el gobierno soberanamente ha decido
convocar y realizar. Estamos ante una nueva vuelta de tuerca en la
espiral intervencionista que constituye una declaratoria de guerra que
viene del Norte por medio de una sentencia. El mundo pudo leer el
contenido de la reciente intervención en la OEA del vicepresidente de
los Estados Unidos: “No habrá una verdadera elección en Venezuela el 20
de mayo”.
“Eso es una
farsa, pretender un proceso electoral en donde la inmensa mayoría de los
líderes no pueden participar, en donde han inventado que si los
partidos político no hacen tal o cual cosa no valen, es una farsa”. Este
mensaje corresponde al sentir político de Ricardo Lagos, a consulta
expresa de La Tercera, periódico de conocida experiencia en la tarea de
formatear las percepciones sociales bajo la matriz comunicacional de El
Mercurio. Es la visión de quien ha recibido un voto de confianza del
golpista Henrique Capriles Radonski, como un hipotético y deseable
futuro mediador entre el gobierno y la oposición. También ha señalado el
ex presidente de Chile, en la misma entrevista de la cita de marras,
que la vuelta de gobiernos conservadores en América Latina son los
“ciclos normales en una democracia”. Si así piensa la derecha,
expresando sin recato alguno su modo de entender la actual realidad
regional y las impresentables involuciones neoliberales, tendríamos que
estar preparados para esperar lo peor en términos de sus posibles
acciones contra Venezuela.
Nuestro
pesimismo no es antojadizo. Una docena de gobiernos latinoamericanos,
bajo la batuta de Estados Unidos, desde el llamado “Grupo de Lima”,
viene orquestando una injustificable atmósfera diplomática que ampara el
desarrollo de mayores agresiones contra la democracia Venezolana. Su
más reciente reunión se realizó en México el 14 de mayo, culminando con
un pronunciamiento en el que amenaza con tomar acciones en el “ámbito
diplomático, económico, financiero y humanitario”, si no atienden su
“último llamado al gobierno venezolano a suspender las elecciones”, a
las que de antemano califica de ilegitimas y carentes de credibilidad,
con lo cual, queda claro, que sus resultados antes de que se realicen ya
están invalidando la soberanía de otro país. Que México haya sido el
anfitrión de esa inamistosa declaración, contra una República hermana,
resulta deplorable, porque nada tiene que ver con la tradición de su
política exterior. Pero también es la vez lamentable, pensando en la
cadena de dolorosos problemas, incertidumbres múltiples y diagnósticos
preocupantes, sin desconocer los farragosos términos de la relación que
le ofrece su poderoso vecino Norte sobre de cuya prepotencia a un año y
medio de su mandato ya nadie tiene la menor duda.
En
medio de un cerco desestabilizador, golpista e intervencionista,
sustrato verdadero de la llamada “razón humanitaria”, se realizarán las
elecciones programadas en Venezuela. Se cierne amenazadoramente la
acusación de que el régimen que convoca es una “dictadura”,
conceptualización orquestada por Washington, coreada por una franja de
gobiernos aliados e incondicionales sus designios, amplificada por
maquinaria mediática de derecha que tritura conciencias y sus inefables
intelectuales orgánicos un premio nobel incluido. Visto todo tenso
paisaje desde Chile, hay que imaginarse por un instante si la dictadura
de Pinochet hubiera tenido la valentía de llamar a elecciones con
candidatos de todo el espectro político, con padrón electoral
verificable y observadores internacionales acreditados. Esta simple
evocación imaginaria dista mucho de ser un referente consustancial al
pensamiento democrático de la clase política del país andino. Después de
cuatro décadas alguien podría decir que el gobierno de Nicolás Maduro
no es exactamente idéntico al gobierno de Salvador Allende, pero sus
enemigos internos y externos son los mismos y la trama de intereses
transnacionales es la misma en cuanto su voracidad sobre nuestros
recursos y dispuestos a las peores atrocidades en el logro de sus
objetivos.
Casi sobra
decir que esa derecha junto a los renovados demócratas y el concurso
activo de los traidores, carecen de toda autoridad moral para referirse a
la grave crisis que afecta a Venezuela. No está de más recordar que fue
el gobierno de Chile bajo la presidencia de Ricardo Lagos Escobar, el
mismo que hoy sin el menor escrúpulo califica de “farsa” a las
elecciones venezolanas o de “dictadura” a su régimen político, ha
inscrito en su historial de vida la deshonrosa decisión de haber apoyado
el golpe de Estado de 2002 encabezado por Pedro Carmona contra el
gobierno legítimo de Hugo Chávez a través de su Soledad Alvear.
Venezuela
tiene el registro de un sistema electoral plenamente confiable,
reconocido internacionalmente, y la experiencia de haber desarrollado
exitosamente en las últimas dos décadas el mayor número de elecciones
con los más altos índices de participación y la menor tasa de
abstencionismo en la región. El drama político del antichavismo y de los
propósitos estadounidenses es que no han podido articular internamente
una plataforma unitaria de oposición. En tales circunstancias, han
ensayado casi todas las fórmulas políticas, abiertas y encubiertas,
legales e ilegales, y la combinación de todas las formas de lucha sin
descuidar los métodos terroristas y el uso de la crueldad, con pírricos
resultados, salvo el inmenso daño ocasionado al país a través de la
guerra económica que sigue su curso, cada vez de mayor cobertura y los
dolorosos efectos en la población. Cuando todo indicaba que en República
Dominicana se podía llegaba a un acuerdo con la oposición sobre el tema
electoral, se produjo un brusco giro en la posición de la opositora
Mesa de Unidad Democrática, conviene recordar, ante un subrepticio
mensaje que alertaba sobre el riesgo de perder si se presentaba a las
elecciones.
En medio de
una farragosa conducta opositora después de las negociaciones de Santo
Domingo, sus dirigentes alcanzaron a formular la necesidad de buscar
otra fecha que ampliara el margen de la convocatoria. La respuesta
gubernamental no pudo ser más generosa, toda vez que sin dilación llegó a
fijar una nueva fecha. Sin embargo, dado que no han logrado,
nuevamente, presentar una plataforma unitaria, salvo el inicio inmediato
de un proceso de impugnación sobre la legitimidad de la nueva
convocatoria gubernamental, con la salvedad de unos cuantos grupos
opositores, entre ellos un segmento encabezado por Henry Falcón, ex
chavista, que ha logrado concitar una cuota potencial de adhesión
electoral convirtiéndose en una de las propuestas de mayor relieve
relativo. Empero, no es esta precisamente la franja opositora que
concita la mayor “simpatía” y apoyo desde el punto de vista de los
grandes intereses que se erigen en los” jueces” internacionales del
conflicto en Venezuela. ¿Por qué?, Porque no son estos los opositores
que se han propuesto abiertamente el derrocamiento del gobierno de
Maduro que constituye el objetivo estratégico. Con estos agudos
antecedentes, en la densidad de un cuadro regional adverso, toda la
fortaleza acumulada durante estos años de revolución bolivariana, el
pueblo de Venezuela, sus organizaciones sociales y políticas, el poder
popular y la unidad cívico-militar están llamados a una contienda
decisiva para defender en las urnas la democracia, sus conquistas
fundamentales, la legitimidad de sus instituciones y el derecho a la paz
con el concurso de la solidaridad activa de los demócratas del mundo.
Darío Salinas Figueredo
Profesor-investigador
emérito, Universidad Iberoamericana. Miembro de la Red de Intelectuales
y Artistas en Defensa de la Humanidad.
https://www.alainet.org/es/articulo/192875
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