El Correo de la Diáspora
El gobierno argentino, junto al de Brasil, Chile, Colombia, Paraguay y Perú, ha firmado la partida de defunción de la Unión de Naciones Suramericanas
(UNASUR), llevada a cabo por nuestra cancillería. Esta decisión marca
una línea política internacional respecto de la región,totalmente
contrapuesta a la tradicional que en el siglo pasado, impulsaron
Yrigoyen y Perón.
Fuera de nuestro contexto actual, esta decisión
parecería desopilante, pero desde la perspectiva de una administración
que desde sus primeros actos –y a costa de descalabrar la economía
nacional–, no cesa de transferir riqueza a los más ricos, resulta
claramente coherente.
Pero no se trata de una coherencia
ideológica, como podía ser la de la oligarquía de los años treinta del
siglo pasado. Tampoco se agota en un simple alineamiento, como el de las
dictaduras de seguridad nacional, sino que su coherencia es
mucho más sustancial con la realidad. La clave de la íntima coherencia
con la acción de gobierno la expuso sin tapujos el ministro Faurie,
tratando de justificar ese lamentable voto que, por cierto, nos debe
doler a todos los argentinos.
En efecto : el ministro explicó que lo hicieron porque la Unasur era una « tribuna de discusión ideológica y política ». Lamentó que la Unasur se haya convertido « en un escenario de discusión de posiciones políticas e ideológicas
». Es decir que, si un foro regional discute políticas e ideologías,
merece ser descalificado por el ministro, como vocero del gobierno que
integra. En otras palabras : el gobierno confiesa, por medio de su
ministro, que no tolera discusiones ideológicas y políticas en un foro
regional.
Podría pensarse que esa desvaloración de la « ideología »
y de la « política » responde a la famosa « muerte de las ideologías »
(que también es una « ideología ») y a la « antipolítica » propiciada
por el corporativismo financiero, que va ocupando el lugar de la
política, con su consabido método « lawfare » [Guerra Jurídica] de mostrar a ésta como corrupta y a los chief executive officers como vírgenes morales.
Pero
la coincidencia del ministro con su gobierno no se eleva ni siquiera
hasta esos bajísimos niveles de abstracción, sino que vuela aún mucho
más bajo, quedándose en el puro terreno pragmático y empírico que
caracteriza toda la acción de la actual administración en su inexorable y
desorganizado avance catastrófico.
En ese nivel de baja y casi
nula intensidad de ideas, responde a la realidad de una acción
gubernamental que carece de toda política, pero sobre todo de política
económica, puesto que no responde a la mínima coherencia de ideas y
fines que, necesariamente, requiere una política, salvo que se presuma
que persigue como objetivo la falencia o quiebra, lo que no es bueno,
porque no es recomendable la presunción de dolo.
Este fenómeno de
incoherencia extrema sólo podemos entenderlo si también nosotros nos
damos cuenta de que, al caracterizar al actual gobierno como
representante vernáculo del capitalismo financiero más despiadado,
pasamos por alto que no se trata de un frente unido, sino de un conjunto
de intereses sectoriales dispares, que sólo se coaligaron
coyunturalmente para desplazar a la política y transferir riqueza.
Conforme
a los dispares intereses que les llevaron a coaligarse, cada uno sigue
tirando para su lado y le cobra al gobierno por su participación en la
empresa de alcanzar el poder y de no quitarle apoyo, que éste paga
religiosamente y, por ende, el resultado es el caos en que va
sumergiendo a la sociedad.
No se trata de una situación que pueda
caracterizarse metafóricamente como la imagen de la orquesta sin
director, sino que debe apelarse a imaginar el ruido infernal de una
orquesta en que cada músico ejecuta una partitura diferente, eligiendo
del repertorio la que más le interesa.
Esta es la verdadera razón
del rechazo a las ideologías y a la política que el ministro expresa en
la justificación de su lamentable papel regional. Es absolutamente
sincero al rechazar las ideologías, porque éstas imponen una coherencia
política de la que el gobierno es por completo incapaz, en razón de la
disparidad de intereses que lo llevaron al poder y que ahora lo jaquean
con sus incompatibles exigencias.
Esto explica que no haya
cuestión ideológica alguna a la hora de valorar esta triste realidad
presente, porque aún colocándonos ideológicamente en posición por
completo dispar con el llamado « neoliberalismo » económico, debemos
reconocer que, de aceptarse sus premisas, éste llega a consecuencias al
menos coherentes con ellas. Pero nuestra realidad ni siquiera tiene nada
que ver con Adam Smith, pues si estuviese vivo, el pobre escocés se
horrorizaría viendo que se usa su nombre para explicar el caos de los
intereses sectoriales satisfechos desorganizadamente.
La
incoherencia no admite explicación ideológica y, por eso, no puede
explicarse por « ortodoxos » ni por « heterodoxos », sino sólo por la
crisis de intereses contrapuestos y descontrolados.
No es
necesario ser economista, teorizar por lo alto sobre los ciclos
económicos, hacer cálculos actuariales y hablar el dialecto propio de
los técnicos, para caer en la cuenta de que, en cualquier caso, quien se
endeuda y, al mismo tiempo, renuncia a su trabajo remunerado y los
otros ingresos que obtiene los regala, es un anormal, un irresponsable o
un pródigo que, irremisiblemente, caerá en cesación de pagos y luego en
quiebra o en concurso civil.
En estas condiciones, las ideologías
y la política no pueden menos que causarle pánico y repulsa al gobierno
–como lo expresa su ministro–, porque en el terreno de esas discusiones
quedaría al descubierto el escándalo de su carencia de ideas que
armonizar en ideologías y, por ende, de su incapacidad para formular
políticas.
En la discusión ideológica que proporciona base
coherente a las políticas, es claro que no faltan algunas ideologías
irracionales, pero la valoración de su racionalidad corresponde a la
crítica de las ideologías, o sea, a la discusión ideológica, que es
propia de la democracia e imprescindible para ella.
Las
ideologías, entendidas como sistemas de ideas con cierto grado de
coherencia para aproximarse a la comprensión de la realidad, deben
discutirse en toda democracia, pero esta premisa no puede ser compartida
por quienes toman medidas sin coherencia ideológica y, por ende,
carecen de política, pues no merece ese nombre el conjunto de
retribuciones al apoyo de intereses dispares.
Precisamente por
eso,la actual administración no puede tolerar la discusión ideológica y
política, tal como lo expresó claramente el ministro comisionado para la
triste tarea de comunicar la decisión de acabar con la Unasur.
Cabría
preguntarle al canciller qué encuentra de malo en que haya « un
escenario de discusión de posiciones políticas e ideológicas » y, si
fuese sincero, debería responder que no es bueno un foro donde le
resultaría imposible ocultar o disimular la carencia de ideología y de
política de su gobierno.
Lo cierto es que la Unasur ha dejado de
ser ese foro. No existe un lugar donde discutir lo que el ministro y su
gobierno consideran que no debe discutirse. Pero la discusión sigue
siendo indispensable para las democracias y éstas deban avanzar,
continuar y fortalecerse, a pesar de las decisiones de nuestro gobierno.
Por ende, ahora que ya no se dispone de la Unasur, es necesario otro
foro o espacio donde hacerlo.
Los partidos y movimientos políticos
populares latinoamericanos deben pensar en eso. En medio de la
peligrosa regresión que sufren los Derechos Humanos en el mundo y en
nuestra región, las fuerzas políticas populares no pueden eludir la
responsabilidad de discutir ideologías y políticas, para salvar y
fortalecer los sistemas democráticos.
Se trata de un ineludible
imperativo de la hora. El costo que están pagando los presos políticos
en nuestro país, comenzando por el escándalo de la discriminación
múltiple de Milagro Sala y siguiendo por todos los otros, como el que
pagan nuestras clases humildes en necesidades no atendidas, en servicios
públicos desvirtuados con tarifas al « costo », en jubilaciones y
salarios, en violencia de la pobreza, tiene como contrapartida positiva
el reforzamiento de la conciencia popular de Patria Grande.
Esa
ventaja,producto del sufrimiento, no la pueden ignorar nuestros
movimientos populares, para que el dolor y el sacrificio de las
injusticias actuales no sea en vano. Llega la hora de discutir en grande
las ideologías y las políticas, lo que obviamente no quiere nuestro
gobierno, como lo expresa claramente por boca de su ministro. El
interrogante, una vez extinguido la Unasur, es cómo y dónde hacerlo.
Sin
descartar otros caminos, creemos que se debería comenzar a pensar en
posibilidades tales como una Internacional Popular Latinamericana,
abierta y generosa, con un amplio abanico de ideologías y políticas
consecuentes, sin exclusiones, que abarque a todas las fuerzas políticas
de la región que se ubican del lado de la soberanía, de la
independencia económica y de la justicia social en convivencia
democrática.
Nuestros Pueblos reclaman coherencia, frente a juegos
de puro poder, sólo movidos por el cobro de sus aportes a la obtención
del poder. Existe hoy una clara línea de división de aguas, que no llega
gratuitamente, sino a costa de conciudadanos que sufren injusticias y
cárcel. Los movimientos populares no pueden actuar al margen del
contexto regional y sin una coherencia de esa misma naturaleza. A
diferencia de otros momentos, hoy nuestros Pueblos lo saben por efecto
de vivencia pura, adquieren plena y creciente consciencia de esa
necesidad.
Nuestros dirigentes populares deben estar alertas para
ponerse a la altura de esos reclamos y responder a ellos, pues de lo
contrario corren el riesgo de perder el tren de la historia, en momentos
en que la confesión abierta de un ministro, al borde del andén, hace
sonar el silbato que anuncia la partida del convoy que sigue y carga la
dinámica siempre inquieta de los Pueblos.
Eugenio Raúl
Zaffaroni es abogado y escribano argentino graduado en la Facultad de
Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires en 1962,
doctor en Ciencias Jurídicas y Sociales por la Universidad Nacional del
Litoral (1964), y ministro de la Corte Suprema de Justicia de su país
desde 2003, hasta el 2014 cuando presentó su renuncia por haber llegado a
la edad límite que fija la Constitución. Actual Juez de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario