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sábado, 19 de mayo de 2018

Evangélicos, pentecostales y neopentecostales: de la fe a la política


Acerca del autorJavier Calderón Castillo y Taroa Zúñiga
@taroazuniga
@javiercc21

El protagonismo político de las iglesias neopentecostales (carismáticas) en los procesos electorales latinoamericanos, obliga ampliar el conocimiento que existe sobre éstas para explicar las razones de su inusitada fuerza electoral. En ese propósito, se formulan tres ejes de análisis: “la ideología de la prosperidad” como rasgo distintivo neopentecostal en el vasto espectro de las iglesias evangélicas; el uso profesional del marketing (de la fe y la política) centrado en la idea de consumo religioso cercano al consumo show -al estilo Factor X-; y la utilización de la “idea del mal” como una lucha terrenal en contra de demonios: feminismos, derechos sexuales y reproductivos, entre muchos otros temas de discusión no religiosa -como la lucha contra el demonio político del “castrochavismo”- que avivaron la disputa por derechos civiles, contrarios a los preceptos neopentecostales.
Frecuentemente, las diversas ramas derivadas de la religión Yoruba son unificadas bajo el término “santería”. De la misma forma, se suele unificar bajo el término “evangélicos” a diversas ramas derivadas del protestantismo. Aunque el debate sobre la exactitud de los términos a utilizar cuando nos referimos a las ramas de corrientes religiosas populares o masivas del mundo podría, en primera instancia, considerarse una suerte de quisquilleo metodológico, la importancia de diferenciar tendencias tiene dos bases fundamentales: por un lado, conocer las diferencias de cultos, que parte por reconocer variaciones que constituyen y delimitan la construcción de la identidad religiosa y, por otro lado, desde una perspectiva que abona a nuestro análisis, entender las razones del “éxito político de estos cultos”, esto es, interpretar como operan en la estructuración del control social del poder en las dimensiones micro cotidianas y las del Estado, que responderá a intereses determinados e influirá de forma particular en el cuerpo social que agrupa bajo su credo.
En vista de la remontada que ha tenido el discurso neopentecostal en las campañas electorales de América Latina y la capacidad de movilizar a grupos sociales cada vez más amplios, consideramos pertinente presentar un breve desglose del cuerpo religioso que solemos bautizar como “evangélicos” o “evangelistas”. Vale la pena acotar que quienes integran este cuerpo religioso suelen autoidetificarse bajo esas nomenclaturas generalizantes, aun perteneciendo a iglesias que predican credos diferentes. Este no es un detalle menor. La fe no analiza estructuras, se entrega a las creencias que las sostienen. Pero estas estructuras obviadas por la fe, son las que edifican y sostienen sistemas económicos y sociales, por lo que es necesario categorizarlas analíticamente.
Bajo el paraguas de la denominación genérica “evangélico” coexisten varias corrientes, entre ellas las clásicas iglesias luteranas y calvinistas que datan de la época de la Reforma Protestante, ligadas al clima de época que impulsó el capitalismo desde el siglo XVI, que se extendieron por Europa y Estados Unidos. También existen iglesias surgidas a finales del siglo XIX en los Estados Unidos, llamadas pentecostales, cuyas bases doctrinarias se pueden encontrar en la Iglesia de la Ciencia de Cristo y la Iglesia Mormona (Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días), ambas surgidas en los Estados Unidos en el siglo XIX, y extendidas en Latinoamérica a partir de la segunda mitad del siglo pasado. Éstas, al igual que las clásicas iglesias luteranas, tienen como principio la lectura de los evangelios (por ello el mote de evangélicos) pero, a diferencia de las luteranas (que creen en las enseñanzas de Jesús escritas en la biblia), los neopentecostales centran su hito fundacional en la “aparición y revelación del Espíritu Santo” a sus fundadores: Mary Baker Eddy (Ciencia de Cristo) y Joseph Smith (Mormones), quienes desde ese momento quedaron ungidos para profesar en su nombre y redactaron sendas interpretaciones (adaptaciones) de la biblia, al contexto de un capitalismo ya desarrollado y a éste lado del Atlántico.
Las iglesias pentecostales tuvieron su auge a principios del siglo XX, como la Iglesia Ciencia de Cristo, que llegó a ser de las cuarenta empresas más importantes de los Estados Unidos, con una riqueza billonaria -aunque tras la muerte de su “profetiza” empezaron su decadencia-1. Luego se empezaron a sentar las bases de las iglesias neopentecostales, tal y como las conocemos hoy. En los años 60 surgieron iglesias carismáticas donde se cantaba y se hacían rituales de sanación, que al parecer no fueron muy atractivos para la población. Ese estancamiento empezó a ser superado en los años 80 (en un proceso ligado al auge del neoliberalismo), por una ola de renovadores de esa doctrina, quienes escribieron unas nuevas orientaciones del método para atraer feligreses, entre ellos un libro llamado “Fundamentos de la Teoría Pentecostal” escrito por Guy P. Duffield y Nathaniel M. Van Cleave (que es un manual que guía paso a paso cómo debe pensar y actuar cualquier persona que quiera iniciar su emprendimiento casrismático)2. Con ese libro como guía (que algunos consideran el primero de muchos textos de autoayuda) se dan a la tarea de fundar nuevas iglesias o de revalorizar las ya existentes, como la Iglesia Mormona (que también reedita el Libro de Joseph Smith: el Mormon, una versión de la biblia adaptada a las costumbres y mitos del continente americano). Esas nuevas o renovadas iglesias son las conocidas como neopentecostales, que están basadas en el mismo hito fundacional del pentecostal: la unción de sus pastores por el espíritu santo, y dotadas de una orientación medieval de lucha contra el “demonio”; estridentes, con una estética show, un discurso de la prosperidad, el emprendedurismo (neoliberal), y una manera de atracción con un profesional marketing.
Estos “desarrollos” han venido marcados por la incorporación progresiva de beneficios para los miembros del culto -especialmente para los pastores- hasta el punto de sostener la teología de la prosperidad, que afirma la existencia de una relación entre la comunión con dios y los beneficios materiales obtenidos en la labor religiosa, que justifica la prosperidad material de los pastores que, en ese relato, son “elegidos por el Espíritu Santo”. Todo ello en una práctica característica de lo neopentecostal: la independencia o individualización de las iglesias, ya que ninguna responde a una suerte de ente centralizador, nadie limita la apertura de centros religiosos o espacios en los que se difunde el credo y de definición de estrategias de crecimiento. Este último punto es fundamental para entender el proceso de penetración que el neopentecostalismo ha tenido en la región.
Todas las iglesias neopentecostales, como la Misión Carismática Internacional, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, El Avivamiento, Alcance Victoria, Ríos de Vida, y sus más de 19 mil versiones en todo el continente, profesan esa fe del emprendedurismo en forma de actividades emocionales o de autoayuda, con la idea de que es posible prosperar si la gente se lo propone, pues rezan que la pobreza es producto de la desidia individual, de la pereza o de cualquier otro defecto de carácter individual. Esto es muy congruente con la cultura del neoliberalismo, aquélla que se basa en un “pensamiento global que tiene que ver con la fe en que una sociedad puede fundarse en la desigualdad. Hay un odio a la igualdad, un desprecio, como si la igualdad fuese algo infame”3, utilizando las palabras del filósofo francés Jacques Rancière para definir las características de las fuerzas conservadoras que están hoy operando en la globalización4.
Esa idea de la prosperidad utilizada para capturar fieles se transmite con facilidad al discurso hegemónico del poder en Latinoamérica que, sin ser neopentecostal (aún), está de acuerdo con el principio de esas iglesias, convirtiéndolas en aliadas de la estructuración de una cultura individual que no pretende exigir al Estado la distribución de la riqueza, la justicia social o la democratización. Esa dialéctica de la conveniencia, que otrora ocupaba la iglesia católica, puede estar siendo corta para los intereses y aspiraciones de estas iglesias, que tienen un pensamiento integrista: en la medida que tienen algo de poder, ven con mayor posibilidad construir en Latinoamérica Estados confesionales, es decir destituyentes de los avances democráticos conseguidos en las últimas décadas.
La ideología de la prosperidad es entonces una marca que distingue a los neopentecostales y que a su vez los ubica como aliados del neoliberalismo. Sus feligreses son los más pobres de las sociedades latinoamericanas, los trabajadores precarizados, los más golpeados por la economía, a quienes el relato de una vida prospera les convence, aunque sólo lo logren los que llegan a ser pastores, o a fundar sus propios emprendimientos religiosos.
El auge del neopentecostalismo en la década de los ´70 se da, nada más y nada menos, que en EE.UU. Como mencionábamos anteriormente, una de las características de este movimiento es la incorporación de nuevas estrategias de crecimiento. Hasta ese momento, los pentecostales se concentraban en las iglesias o sedes en las que se realizaba el culto y a esos espacios a los que se aproximaban los futuros creyentes. Los carismáticos incorporan una suerte de células familiares5 que ya empiezan a incorporar ámbitos laborales y otros espacios de sociabilización de los creyentes para la cooptación de nuevos miembros. Los neopentecostales van más allá. Congresos, marchas, programas radiales y hasta televisivos, para alcanzar el punto actual del neopentecostalismo 2.0: canales youtube, redes sociales y livestream. Ahora bien, luego de este paso a paso ¿A través de qué trochas pasaron las iglesias evangélicas para recorrer América Latina?
Pasaron por las trochas abandonadas por el propio modelo neoliberal y por las expectativas de una vida mejor. En las épocas de crisis económicas y en las crisis de representación política (como muchos catalogan el problema que viven hoy los partidos políticos tradicionales) la desesperanza es el humor social por excelencia. En un estudio de Alejandro Fierro y Oscar Navarro6, sobre las elecciones en Colombia, relatan cómo, en los focus group realizados como metodología, la mayoría de los entrevistados describía la situación personal respecto del país como de desesperanza. En ese mismo tono se expresaron este año los salvadoreños en las elecciones parlamentarias (4 de marzo), los chilenos en noviembre del 2017 en las elecciones presidenciales, y, en general, en toda la región. El humor social producto de la situación nacional de los países latinoamericanos es de desesperanza.
Esas trochas pasaron a través de sus canales de televisión -que se emiten en 158 países del mundo7-, de las redes de emisoras radiales nacionales y transnacionales, a través de la industria editorial con libros de autoayuda neopentecostales- como: “Jesús Nunca Fue Pobre” o “Dios Quiere Que seas Rico”-, charlas de motivación, iglesias en cada barrio y una puesta en escena en todos esos escenarios dignos de comparar a los shows como Voice o Factor X. Luces, cantantes de música juvenil, colores y decoraciones con un despliegue que atrae a multitudes. Un marketing profesional que se relaciona con los gustos, las creencias y las expectativas de los sujetos abandonados por el Estado neoliberal y por las poco creíbles promesas de los partidos políticos. Una estrategia que les resultó favorable para dar el salto a la vida política, pues el camino de análisis de segmentos poblacionales ya los tenían hechos, con nichos de seguidores y un despliegue de conexión con el sentido común basado en la desigualdad y los valores medievales de la fe, atornillados con un despliegue de consumo cultural de entretenimiento religioso.
Como se ha ido explicando en el texto, las iglesias neopentecostales, que reúnen variadas características (algunas ya explicadas en artículos anteriores)8, han personificado la idea del mal (tan conveniente y utilizada por todas las religiones) en forma de enfermedades que padecen las personas: en el desempleo, el alcohol, las drogas y, por supuesto, en sus enemigos políticos.
Enemigos políticos serían todos aquellos que reclaman por los derechos civiles plenos: en las enseñanzas dadas por el “Espíritu Santo” a sus pastores, el feminismo, y la salud sexual y reproductiva, son pecados demoníacos. Entran en el grupo indeseable, también, todos los que quieren hacer Estados fuertes en la economía y distribuir de la riqueza, ampliar la educación, generar bienestar y cambiar el paradigma de la desigualdad individual neoliberal.
La personificación del “demonio”, en ese caso ,sería para ellos los gobiernos progresistas, cualquier tendencia de izquierda. En el ambiente político actual, se han subido al macartismo de lucha contra el “castrochavismo”, neologismo de connotación negativa que pretende describir lo que ocurre en los países gobernados por partidos y liderazgos no neoliberales. A ese “demonio” no lo pueden tolerar, pues disputa con ellos las bases populares que les hacen fuertes, y les puede quitar parte del argumentario de la ideología de la prosperidad, además de ser fuente de maldad por la perspectiva de derechos que les ha caracterizado.
Es una característica muy útil para hacer política, pues ponen en el mismo rasero problemas de la sociedad, como el alcoholismo, con discusiones de orden político, como la orientación del Estado. En las actividades de culto que realizan, mezclan muy bien ambas dimensiones (bien distintas), a través de la personificación de ascenso social logrado por los pastores. Ellos y ellas hablan de sí mismos como fuente de prosperidad, sin que haya mediado el Estado o con el “esfuerzo de erradicar los demonios de sus vidas”9, como recientemente afirmaron en la Cumbre Interreligiosa que le entregó el mandato al secretario de la OEA, Almagro, para salvar de la corrupción a Latinoamérica10.
Con esa performance religioso-política las iglesias neopentecostales vienen conquistando espacios de poder en Latinoamérica. Los primeros grandes logros de los neopentecostales fueron el triunfo en Guatemala del presidente-pastor-actor, Jimmy Morales11, la vicepresidenta de Nicaragua Rosario Murillo y el paso a segunda vuelta en Costa Rica del pastor Fabricio Alvarado. Fueron fundamentales en la derrota del Acuerdo de Paz en Colombia, en el 2016, en el golpe parlamentario contra Dilma Rousseff en Brasil, y hoy están jugando con toda su fuerza en las campañas electorales que se avecinan: Venezuela (20 de mayo) y Colombia (27 de mayo).
Los pastores y las pastoras, con permiso para enriquecerse (no olvidemos la teología de la prosperidad) comienzan a proyectarse como un modelo a seguir o a alcanzar, como un suerte de empresarios exitosos que cuentan con el “vale” de la integridad espiritual. Contando con recursos “propios”, años de entrenamiento en la prédica, redes internacionales y grupos de seguidores, todo parece listo para dar el salto hacia la vida política. Los neopentecostales venían de no posicionar candidatos propios en las elecciones de comienzos de este siglo, pero ello viene cambiando. Cuando las condiciones se los permiten, deciden presentarse como una garantía que se apoya en lo espiritual, como el caso de Morales en Guatemala, de Fabricio Alvarado (Costa Rica), de Viviane Morales en Colombia (que aunque renunció a la candidatura se plegó al uribismo), o Javier Bertucci en Venezuela.
Estas fuerzas políticas religiosas neopentecostales, están tratando de imponer un regreso a las discusiones decimonónicas sobre la separación de la religión y el Estado, influenciando la agenda política, y permeando facciones de derechas que añoran el caudal electoral de esas iglesias. Desde nuestra perspectiva, esas formaciones políticas religiosas no pueden denominarse “nuevas derechas” (si es que estas existen en Latinoamérica), sino factores de poder retrógrados, que están colgados de una ola conservadora en la región favorable a sus propósitos y refractarios a cualquier desarrollo de cambio cultural en Latinoamérica.
Son un actor en la política que está jugando con todas las fuerzas y que merece seguir siendo estudiado, entre otros, por todos aquellos que se ubican en la idea del cambio, pues la disputa de los votos en muchos países pasa por la disputa con subjetividades relacionadas con la fe de esas iglesias. Una disputa parecida a la vivida en los años ’70, cuando al poder conservador de la iglesia católica se le opuso la teología de la liberación -que en algunos países abrió compuertas de transformación-. Todo ello, porque de la fe a la política parece que sólo hay un paso. 

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