Acerca del autorJavier Calderón Castillo y Taroa Zúñiga
@taroazuniga
@javiercc21
El
protagonismo político de las iglesias neopentecostales (carismáticas)
en los procesos electorales latinoamericanos, obliga ampliar el
conocimiento que existe sobre éstas para explicar las razones de su
inusitada fuerza electoral. En ese propósito, se formulan tres ejes de
análisis: “la ideología de la prosperidad” como rasgo distintivo
neopentecostal en el vasto espectro de las iglesias evangélicas; el uso
profesional del marketing (de la fe y la política) centrado en la idea
de consumo religioso cercano al consumo show -al estilo Factor X-; y la utilización de la “idea del mal” como una lucha terrenal en contra de demonios:
feminismos, derechos sexuales y reproductivos, entre muchos otros temas
de discusión no religiosa -como la lucha contra el demonio político del
“castrochavismo”- que avivaron la disputa por derechos civiles,
contrarios a los preceptos neopentecostales.
Frecuentemente,
las diversas ramas derivadas de la religión Yoruba son unificadas bajo
el término “santería”. De la misma forma, se suele unificar bajo el
término “evangélicos” a diversas ramas derivadas del protestantismo.
Aunque el debate sobre la exactitud de los términos a utilizar cuando
nos referimos a las ramas de corrientes religiosas populares o masivas
del mundo podría, en primera instancia, considerarse una suerte de
quisquilleo metodológico, la importancia de diferenciar tendencias tiene
dos bases fundamentales: por un lado, conocer las diferencias de
cultos, que parte por reconocer variaciones que constituyen y delimitan
la construcción de la identidad religiosa y, por otro lado, desde una
perspectiva que abona a nuestro análisis, entender las razones del
“éxito político de estos cultos”, esto es, interpretar como operan en la
estructuración del control social del poder en las dimensiones micro
cotidianas y las del Estado, que responderá a intereses determinados e
influirá de forma particular en el cuerpo social que agrupa bajo su
credo.
En vista de la
remontada que ha tenido el discurso neopentecostal en las campañas
electorales de América Latina y la capacidad de movilizar a grupos
sociales cada vez más amplios, consideramos pertinente presentar un
breve desglose del cuerpo religioso que solemos bautizar como
“evangélicos” o “evangelistas”. Vale la pena acotar que quienes integran
este cuerpo religioso suelen autoidetificarse bajo esas nomenclaturas
generalizantes, aun perteneciendo a iglesias que predican credos
diferentes. Este no es un detalle menor. La fe no analiza estructuras,
se entrega a las creencias que las sostienen. Pero estas estructuras
obviadas por la fe, son las que edifican y sostienen sistemas económicos
y sociales, por lo que es necesario categorizarlas analíticamente.
Bajo
el paraguas de la denominación genérica “evangélico” coexisten varias
corrientes, entre ellas las clásicas iglesias luteranas y calvinistas
que datan de la época de la Reforma Protestante, ligadas al clima de
época que impulsó el capitalismo desde el siglo XVI, que se extendieron
por Europa y Estados Unidos. También existen iglesias surgidas a finales
del siglo XIX en los Estados Unidos, llamadas pentecostales, cuyas
bases doctrinarias se pueden encontrar en la Iglesia de la Ciencia de
Cristo y la Iglesia Mormona (Iglesia de Jesucristo de los Santos de los
Últimos Días), ambas surgidas en los Estados Unidos en el siglo XIX, y
extendidas en Latinoamérica a partir de la segunda mitad del siglo
pasado. Éstas, al igual que las clásicas iglesias luteranas, tienen como
principio la lectura de los evangelios (por ello el mote de
evangélicos) pero, a diferencia de las luteranas (que creen en las
enseñanzas de Jesús escritas en la biblia), los neopentecostales centran
su hito fundacional en la “aparición y revelación del Espíritu Santo” a
sus fundadores: Mary Baker Eddy (Ciencia de Cristo) y Joseph Smith
(Mormones), quienes desde ese momento quedaron ungidos para profesar en
su nombre y redactaron sendas interpretaciones (adaptaciones) de la
biblia, al contexto de un capitalismo ya desarrollado y a éste lado del
Atlántico.
Las iglesias
pentecostales tuvieron su auge a principios del siglo XX, como la
Iglesia Ciencia de Cristo, que llegó a ser de las cuarenta empresas más
importantes de los Estados Unidos, con una riqueza billonaria -aunque
tras la muerte de su “profetiza” empezaron su decadencia-1.
Luego se empezaron a sentar las bases de las iglesias neopentecostales,
tal y como las conocemos hoy. En los años 60 surgieron iglesias
carismáticas donde se cantaba y se hacían rituales de sanación, que al
parecer no fueron muy atractivos para la población. Ese estancamiento
empezó a ser superado en los años 80 (en un proceso ligado al auge del
neoliberalismo), por una ola de renovadores de esa doctrina, quienes
escribieron unas nuevas orientaciones del método para atraer feligreses,
entre ellos un libro llamado “Fundamentos de la Teoría Pentecostal”
escrito por Guy P. Duffield y Nathaniel M. Van Cleave (que es un manual
que guía paso a paso cómo debe pensar y actuar cualquier persona que
quiera iniciar su emprendimiento casrismático)2.
Con ese libro como guía (que algunos consideran el primero de muchos
textos de autoayuda) se dan a la tarea de fundar nuevas iglesias o de
revalorizar las ya existentes, como la Iglesia Mormona (que también
reedita el Libro de Joseph Smith: el Mormon, una versión de la biblia
adaptada a las costumbres y mitos del continente americano). Esas nuevas
o renovadas iglesias son las conocidas como neopentecostales, que están
basadas en el mismo hito fundacional del pentecostal: la unción de sus
pastores por el espíritu santo, y dotadas de una orientación medieval de
lucha contra el “demonio”; estridentes, con una estética show, un discurso de la prosperidad, el emprendedurismo (neoliberal), y una manera de atracción con un profesional marketing.
Estos
“desarrollos” han venido marcados por la incorporación progresiva de
beneficios para los miembros del culto -especialmente para los pastores-
hasta el punto de sostener la teología de la prosperidad, que afirma la
existencia de una relación entre la comunión con dios y los beneficios
materiales obtenidos en la labor religiosa, que justifica la prosperidad
material de los pastores que, en ese relato, son “elegidos por el
Espíritu Santo”. Todo ello en una práctica característica de lo
neopentecostal: la independencia o individualización de las iglesias, ya
que ninguna responde a una suerte de ente centralizador, nadie limita
la apertura de centros religiosos o espacios en los que se difunde el
credo y de definición de estrategias de crecimiento. Este último punto
es fundamental para entender el proceso de penetración que el
neopentecostalismo ha tenido en la región.
Todas
las iglesias neopentecostales, como la Misión Carismática
Internacional, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos
Días, El Avivamiento, Alcance Victoria, Ríos de Vida, y sus más de 19
mil versiones en todo el continente, profesan esa fe del emprendedurismo
en forma de actividades emocionales o de autoayuda, con la idea de que
es posible prosperar si la gente se lo propone, pues rezan que la
pobreza es producto de la desidia individual, de la pereza o de
cualquier otro defecto de carácter individual. Esto es muy congruente
con la cultura del neoliberalismo, aquélla que se basa en un
“pensamiento global que tiene que ver con la fe en que una sociedad
puede fundarse en la desigualdad. Hay un odio a la igualdad, un
desprecio, como si la igualdad fuese algo infame”3,
utilizando las palabras del filósofo francés Jacques Rancière para
definir las características de las fuerzas conservadoras que están hoy
operando en la globalización4.
Esa
idea de la prosperidad utilizada para capturar fieles se transmite con
facilidad al discurso hegemónico del poder en Latinoamérica que, sin ser
neopentecostal (aún), está de acuerdo con el principio de esas
iglesias, convirtiéndolas en aliadas de la estructuración de una cultura
individual que no pretende exigir al Estado la distribución de la
riqueza, la justicia social o la democratización. Esa dialéctica de la
conveniencia, que otrora ocupaba la iglesia católica, puede estar siendo
corta para los intereses y aspiraciones de estas iglesias, que tienen
un pensamiento integrista: en la medida que tienen algo de poder, ven
con mayor posibilidad construir en Latinoamérica Estados confesionales,
es decir destituyentes de los avances democráticos conseguidos en las
últimas décadas.
La
ideología de la prosperidad es entonces una marca que distingue a los
neopentecostales y que a su vez los ubica como aliados del
neoliberalismo. Sus feligreses son los más pobres de las sociedades
latinoamericanas, los trabajadores precarizados, los más golpeados por
la economía, a quienes el relato de una vida prospera les convence,
aunque sólo lo logren los que llegan a ser pastores, o a fundar sus
propios emprendimientos religiosos.
El
auge del neopentecostalismo en la década de los ´70 se da, nada más y
nada menos, que en EE.UU. Como mencionábamos anteriormente, una de las
características de este movimiento es la incorporación de nuevas
estrategias de crecimiento. Hasta ese momento, los pentecostales se
concentraban en las iglesias o sedes en las que se realizaba el culto y a
esos espacios a los que se aproximaban los futuros creyentes. Los
carismáticos incorporan una suerte de células familiares5 que
ya empiezan a incorporar ámbitos laborales y otros espacios de
sociabilización de los creyentes para la cooptación de nuevos miembros.
Los neopentecostales van más allá. Congresos, marchas, programas
radiales y hasta televisivos, para alcanzar el punto actual del
neopentecostalismo 2.0: canales youtube, redes sociales y livestream. Ahora bien, luego de este paso a paso ¿A través de qué trochas pasaron las iglesias evangélicas para recorrer América Latina?
Pasaron
por las trochas abandonadas por el propio modelo neoliberal y por las
expectativas de una vida mejor. En las épocas de crisis económicas y en
las crisis de representación política (como muchos catalogan el problema
que viven hoy los partidos políticos tradicionales) la desesperanza es
el humor social por excelencia. En un estudio de Alejandro Fierro y
Oscar Navarro6, sobre las elecciones en Colombia, relatan cómo, en los focus group realizados
como metodología, la mayoría de los entrevistados describía la
situación personal respecto del país como de desesperanza. En ese mismo
tono se expresaron este año los salvadoreños en las elecciones
parlamentarias (4 de marzo), los chilenos en noviembre del 2017 en las
elecciones presidenciales, y, en general, en toda la región. El humor
social producto de la situación nacional de los países latinoamericanos
es de desesperanza.
Esas trochas pasaron a través de sus canales de televisión -que se emiten en 158 países del mundo7-,
de las redes de emisoras radiales nacionales y transnacionales, a
través de la industria editorial con libros de autoayuda
neopentecostales- como: “Jesús Nunca Fue Pobre” o “Dios Quiere Que seas
Rico”-, charlas de motivación, iglesias en cada barrio y una puesta en
escena en todos esos escenarios dignos de comparar a los shows como Voice o Factor X. Luces, cantantes de música juvenil, colores y decoraciones con un despliegue que atrae a multitudes. Un marketing
profesional que se relaciona con los gustos, las creencias y las
expectativas de los sujetos abandonados por el Estado neoliberal y por
las poco creíbles promesas de los partidos políticos. Una estrategia que
les resultó favorable para dar el salto a la vida política, pues el
camino de análisis de segmentos poblacionales ya los tenían hechos, con
nichos de seguidores y un despliegue de conexión con el sentido común
basado en la desigualdad y los valores medievales de la fe, atornillados
con un despliegue de consumo cultural de entretenimiento religioso.
Como
se ha ido explicando en el texto, las iglesias neopentecostales, que
reúnen variadas características (algunas ya explicadas en artículos
anteriores)8,
han personificado la idea del mal (tan conveniente y utilizada por
todas las religiones) en forma de enfermedades que padecen las personas:
en el desempleo, el alcohol, las drogas y, por supuesto, en sus
enemigos políticos.
Enemigos
políticos serían todos aquellos que reclaman por los derechos civiles
plenos: en las enseñanzas dadas por el “Espíritu Santo” a sus pastores,
el feminismo, y la salud sexual y reproductiva, son pecados demoníacos.
Entran en el grupo indeseable, también, todos los que quieren hacer
Estados fuertes en la economía y distribuir de la riqueza, ampliar la
educación, generar bienestar y cambiar el paradigma de la desigualdad
individual neoliberal.
La
personificación del “demonio”, en ese caso ,sería para ellos los
gobiernos progresistas, cualquier tendencia de izquierda. En el ambiente
político actual, se han subido al macartismo de lucha contra el
“castrochavismo”, neologismo de connotación negativa que pretende
describir lo que ocurre en los países gobernados por partidos y
liderazgos no neoliberales. A ese “demonio” no lo pueden tolerar, pues
disputa con ellos las bases populares que les hacen fuertes, y les puede
quitar parte del argumentario de la ideología de la prosperidad, además
de ser fuente de maldad por la perspectiva de derechos que les ha
caracterizado.
Es una
característica muy útil para hacer política, pues ponen en el mismo
rasero problemas de la sociedad, como el alcoholismo, con discusiones de
orden político, como la orientación del Estado. En las actividades de
culto que realizan, mezclan muy bien ambas dimensiones (bien distintas),
a través de la personificación de ascenso social logrado por los
pastores. Ellos y ellas hablan de sí mismos como fuente de prosperidad,
sin que haya mediado el Estado o con el “esfuerzo de erradicar los
demonios de sus vidas”9,
como recientemente afirmaron en la Cumbre Interreligiosa que le entregó
el mandato al secretario de la OEA, Almagro, para salvar de la
corrupción a Latinoamérica10.
Con
esa performance religioso-política las iglesias neopentecostales vienen
conquistando espacios de poder en Latinoamérica. Los primeros grandes
logros de los neopentecostales fueron el triunfo en Guatemala del
presidente-pastor-actor, Jimmy Morales11,
la vicepresidenta de Nicaragua Rosario Murillo y el paso a segunda
vuelta en Costa Rica del pastor Fabricio Alvarado. Fueron fundamentales
en la derrota del Acuerdo de Paz en Colombia, en el 2016, en el golpe
parlamentario contra Dilma Rousseff en Brasil, y hoy están jugando con
toda su fuerza en las campañas electorales que se avecinan: Venezuela
(20 de mayo) y Colombia (27 de mayo).
Los
pastores y las pastoras, con permiso para enriquecerse (no olvidemos la
teología de la prosperidad) comienzan a proyectarse como un modelo a
seguir o a alcanzar, como un suerte de empresarios exitosos que cuentan
con el “vale” de la integridad espiritual. Contando con recursos
“propios”, años de entrenamiento en la prédica, redes internacionales y
grupos de seguidores, todo parece listo para dar el salto hacia la vida
política. Los neopentecostales venían de no posicionar candidatos
propios en las elecciones de comienzos de este siglo, pero ello viene
cambiando. Cuando las condiciones se los permiten, deciden presentarse
como una garantía que se apoya en lo espiritual, como el caso de Morales
en Guatemala, de Fabricio Alvarado (Costa Rica), de Viviane Morales en
Colombia (que aunque renunció a la candidatura se plegó al uribismo), o
Javier Bertucci en Venezuela.
Estas
fuerzas políticas religiosas neopentecostales, están tratando de
imponer un regreso a las discusiones decimonónicas sobre la separación
de la religión y el Estado, influenciando la agenda política, y
permeando facciones de derechas que añoran el caudal electoral de esas
iglesias. Desde nuestra perspectiva, esas formaciones políticas
religiosas no pueden denominarse “nuevas derechas” (si es que estas
existen en Latinoamérica), sino factores de poder retrógrados, que están
colgados de una ola conservadora en la región favorable a sus
propósitos y refractarios a cualquier desarrollo de cambio cultural en
Latinoamérica.
Son un
actor en la política que está jugando con todas las fuerzas y que merece
seguir siendo estudiado, entre otros, por todos aquellos que se ubican
en la idea del cambio, pues la disputa de los votos en muchos países
pasa por la disputa con subjetividades relacionadas con la fe de esas
iglesias. Una disputa parecida a la vivida en los años ’70, cuando al
poder conservador de la iglesia católica se le opuso la teología de la
liberación -que en algunos países abrió compuertas de transformación-.
Todo ello, porque de la fe a la política parece que sólo hay un paso.
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