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viernes, 18 de mayo de 2018

Las urnas hablan pero las calles muerden


Editorial Virginia Bolten

El Fondo Monetario Internacional (FMI) fue creado el año de 1944, en una conferencia de las Naciones Unidas en Bretton Woods. El objetivo del fondo es de cooperación económica para evitar devaluaciones competitivas y asegurar la estabilidad del sistema monetario internacional.
La salida pensada para mantener el mundo financiero estable nunca ha funcionado como lo planeado. Las implicancias sociales y económicas de los países que toman la deuda son importantes. El FMI es un prestamista de última instancia. Las altas tasas de interés impuestas por el fondo exigen un conjunto de cambios estructurales y económicos para que se cumpla con el pago.
Para cumplir con el compromiso de pago, los países ajustan sus gastos públicos de forma que la deuda adquirida sea priorizada –y la deuda también es pública–, esto significa recortes presupuestarios, ajustes, reformas. Traduciendo esto concretamente, se paga los intereses de la deuda en detrimento de los gastos en salud, educación, vivienda, cultura. Más allá de esto, la reducción de salarios y jubilaciones da muestras de quienes pagan esta deuda.
En un artículo publicado el año 2016 por el departamento de investigación del propio FMI, Jonathan D. Ostry, Prakash Loungani y Davide Furceri concluyen que las políticas de austeridad hacen más mal que bien. El artículo es una crítica a la doctrina neoliberal y también remarca que el aumento de las inversiones extranjeras directas no producen las mejoras esperadas. Además de esto, señala que los costos de mayor desigualdad son evidentes y que el aumento de la desigualdad perjudica el nivel de sostenibilidad del crecimiento.
El gobierno de Macri ha ganado las elecciones con promesas de cambio. Las medidas tomadas por el equipo económico del presidente desde su inicio evidenciaban una apertura del país al mercado contando con el sacrificio de la población, de la clase trabajadora. Los ajustes combinados con los recortes y el pedido de espera por la llamada “lluvia de inversiones” caracterizaron estos dos primeros dos años del macrismo. Lo esperado frente a los equívocos en las decisiones tomadas ahora se desvela. El retorno al Fondo no es una sorpresa.
Distinto de lo que pasa en otros países de Latinoamérica, estas medidas de austeridad –nítidamente formuladas afuera de la región sudaca– vienen de mano de un gobierno legítimo. En la Argentina hay un fuerte respeto por la institución democrática, sin embargo también las calles son un espacio de disputa política que traduce los reclamos populares como forma de exigir sus demandas, demostrar desacuerdos y garantizar los derechos sociales.
La tradición de protestas masivas hacen de Argentina un país con vida política dinámica y su alto nivel de organización popular permite resistencias que cambian el rumbo de las políticas públicas. Tal vez por ello, en los últimos años –y no sólo en el gobierno de Macri–, se intensificaron las medidas para reprimir y acallar a las calles. Con la profundización de la crisis mundial, el avance del neoliberalismo y la reacomodación geopolítica del mercado, es necesario que se disminuya el poder del pueblo, hecho que se pretende lograr a través de la ley antiterrorista y de las inversiones en el sistema represivo del Estado.
Macri ganó las elecciones por voluntad del pueblo. A pesar de esto, las respuestas a su intento de aplicar una agenda contra los derechos de las personas trabajadoras y jubiladas a lo largo de su mandato fueron contundentes, sobre todo en las protestas de diciembre del año 2017. La consigna traída en muchas protestas en contra de los tarifazos, los despidos y la precarización laboral “Macri Pará la Mano” fueron un aviso popular. Y si las urnas –con la victoria de Macri–hablan de un pueblo que desea una sociedad mejor, las calles, más allá de hablar, también muerden. La memoria colectiva sigue viva. Lo que preguntamos desde Virginia Bolten es ¿Así como en 2001, las calles argentinas volverán a morder?

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