Entrevista a Isabel Rauber, filósofa e investigadora argentina
Nodal
La recomposición de
los proyectos conservadores en América Latina se explica en parte por su
dominio de los poderes fácticos y los aciertos y artimañas que han
desplegado, pero también por las debilidades y los límites de los
gobiernos progresistas y populares. Isabel Rauber –filósofa,
investigadora y docente argentina- es una de las interpretadoras más
lúcidas de este cambio de escenario en la región. Marca tres dilemas
claves: la política de alianzas, el empoderamiento popular y la matriz
productiva, tópicos que desarrolla en esta entrevista. Además, analiza
el conflicto social en Nicaragua y la nueva etapa que se abrió en Cuba
con la asunción de Miguel Díaz-Canel quien, según Rauber, “encabeza el
proceso de evolución en la revolución”.
-¿Por dónde ves las
principales razones del cambio en el escenario político en América
Latina en los últimos años? ¿Cuáles son los límites que mostraron los
gobiernos progresistas y populares?
– Creo que uno de los
problemas fundamentales que tuvieron los gobiernos populares es haberse
estancando luego del primer período. Esos gobiernos asumieron después de
largos períodos neoliberales, como consecuencia de levantamientos
populares y luchas sociales. Hubo un período inicial en el que había
tareas urgentes que resolver como la comida, la educación, un mínimo de
infraestructura. Ese período se termina más o menos en los primeros 10
años, es decir, resueltos esos dramas urgentes de sobrevivencia había
que profundizar los procesos hacia cambios de raíz, cambios desde abajo.
Esos cambios de raíz implicaban acelerar la disputa con los poderes
hegemónicos de siempre. Y ahí creo que predominó, en casi todos los
procesos, una actitud de pensar que podían conservar el gobierno
acordando con los sectores del poder. El caso más emblemático es Brasil,
donde el PT gobernó en acuerdo con un Parlamento que acumuló el poder
suficiente hasta terminar inventando un proceso para tumbar a Dilma y
ahora encarcelar a Lula.
– Alguna vez lo llamaste “cogobernar con los adversarios”.
–
No está mal hacerlo en determinados momentos, pero son momentos que se
agotan. No se puede gobernar así 12 años porque lo que se agota es el
pueblo. Sobre todo un pueblo que no participa en las decisiones. Las
movilizaciones en Brasil sobre el “pase libre” ya habían sido un
indicativo, y ¿cuál fue la conclusión del PT? Que eran sectores medios
impulsados por Estados Unidos. Basta de tener una visión tan paranoica
de la política. El adversario siempre va a estar presente en las
debilidades porque quiere disputar el poder. El problema es por qué
ocurre lo que ocurre y cuál es tu actitud con lo que está ocurriendo. Es
decir, salvo en casos muy puntuales, no te podés aliar con el
adversario para resolver los problemas fundamentales.
La segunda
cuestión es el empoderamiento de los pueblos, que implica que los
pueblos se hagan cargo de las políticas de gobierno y para que se hagan
cargo tienen que decidir. Los pueblos no son carne de cañón que sólo
salen a manifestarse. Tienen organizaciones de base, tienen capacidad de
interpretación, de conocimiento, de saber y de poder territorial. Por
lo tanto, se necesita que el Estado abra las compuertas para la
participación del pueblo en la toma de decisiones, lo que llamamos un
“empoderamiento creciente”. Si un pueblo decide que quiere vivir de una
forma no hay campaña de prensa posible que le diga que ha sido engañado
porque actuó y decidió con plena conciencia. La fuente mediática más
poderosa que tenemos es la conciencia de cada persona sobre cómo quiere
vivir. Creo que el mayor límite de los gobiernos progresistas fue no
haber profundizado la participación popular.
Una tercera pata es
el tema de la producción de formas alternativas que salieran del marco
del extractivismo, y en el sentido económico se quedaron en lo que
podríamos llamar un neodesarrollismo de izquierda que pensó que el
extractivismo si sirve para financiar un plan social está bien. Está
bien para los primeros 10 años, porque los gobiernos tienen que
funcionar, pero ¿se apostó y se apoyó realmente a los modelos
alternativos en lo que hace a la energía, a otras formas de producción?
Muy débilmente.
No es que los gobiernos progresistas
retrocedieron, estas cuentas pendientes, estos agujeros negros, son los
que han intervenido en las caídas.
– ¿Cómo analizás la situación que se dio en Nicaragua en las últimas semanas?
–
Nicaragua es otro emergente de una problemática común, más allá de las
características particulares de cada país. Me parece importante evaluar
los procesos analizando siempre cómo se da la participación popular en
la toma de decisiones. Es decir, ¿hay un empoderamiento real o hay un
desplazamiento del lugar de los sectores históricos del poder por una
cúpula que, aunque se diga de izquierda, no garantiza que se trate de un
proceso real de cambio.
Hay que recordar que el detonante de las
protestas en Nicaragua es un cambio en los impuestos, una propuesta de
reducción de las jubilaciones del 5% y un aumento de un impuesto
interno. Fue como una bomba de tiempo que estalló en la ciudadanía.
Luego el gobierno se autocritica y quita la medida. Pero la pregunta es:
¿por qué tomó la medida? No quiero escuchar explicaciones técnicas,
estoy saturada de escuchar a tecnólogos y tecnócratas que explican cómo
eso hacía falta. La pregunta es: ¿a quién le hacía falta? En segundo
lugar, si es tan necesario ¿por qué no se construyó en consenso con los
sectores del pueblo? ¿O no es un gobierno del pueblo? El problema es que
siempre estamos con lo mismo, el déficit de la participación popular en
la toma de decisiones. Los gobiernos creen que pueden decidir
desplazando el protagonismo popular. Creo que hay una gran debilidad en
ese sentido en la construcción del proceso político en Nicaragua.
Por
supuesto que el imperialismo se ha metido y financia también, pero esos
son los códigos de la política y es sabido que todos los espacios
vacíos que se dejan son ocupados por el adversario. Creo que Nicaragua
es el ejemplo más claro de eso y es bastante diferente a lo que ocurre
en Venezuela, donde hay mucho más un origen de desestabilización con la
guerra económica y el aislamiento; en cambio lo que ha ocurrido en
Nicaragua está más vinculado a errores del propio gobierno.
Viviste
muchos años en Cuba, donde se viene dando una renovación generacional
en la dirigencia de la revolución ratificada con la asunción en la
presidencia de Miguel Díaz-Canel. ¿Qué crees que cambiará y qué no?
¿Cómo imaginas la Cuba que se viene?
-Yo viví en Cuba casi
tres décadas, desde 1978 hasta 2006, lo suficiente como para comprender
la idiosincrasia de los cubanos y cubanas. Díaz-Canel es de la provincia
de Santa Clara, fue el responsable de la provincia, dirigente de la
juventud, estuvo desde 1994 hasta el 2003 en la provincia y tuvo una
gestión muy buena, impulsaba todas las actividades comunitarias, es un
hombre con mucha experiencia. Estuvo en misiones internacionalistas,
después fue viceministro de Educación, primer viceministro del Concejo
de Estado. Tiene una trayectoria para decir que no es un improvisado.
Esto
tiene tanto de continuidad como de ruptura. De continuidad porque es la
característica de Cuba que pone nerviosos a los agentes de la prensa
internacional que trabajan pagados por el imperio, que todo el tiempo
vaticinan una ruptura. Hay que recordar a Silvio Rodríguez que decía que
no se trata de una nueva revolución sino de una evolución en la
revolución. Creo que Díaz-Canel encabeza ese proceso de evolución en la
revolución. El gran desafío para Díaz-Canel y para el pueblo cubano es
repensarse a sí mismos en revolución parados sobre sus propios pies.
Martí decía que hay que ser cultos para ser libres y Fidel se dedicó a
construir un pueblo culto. Podemos mencionar dos fortalezas evidentes
del nivel social de Cuba, la educación y la salud.
Lo malo es que
Díaz-Canel asume en una América Latina que está agudizada por las
contradicciones de un Norte imperial que se quiere devorar al continente
y que actúa para subvertir las relaciones al interior de cada país para
derrotar a gobiernos populares y progresistas y que, evidentemente, ha
vuelto a girar las cañoneras contra Cuba. Díaz-Canel tiene que enfrentar
el bloqueo de este tiempo.
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