Ángel Guerra Cabrera
Trabajar por la
desnuclearización total de la península coreana, reducir sus arsenales,
firmar un acuerdo de paz y procurar un futuro conjunto de prosperidad y
reunificación fueron los acuerdos centrales de la memorable cumbre entre
las dos Coreas, celebrada el 27 de abril. Los resultados del encuentro
entre sus líderes Kim Jong-un, del Norte, y Moon Jae-in, del Sur, son
esperanzadores. Más, si consideramos la opinión de notables expertos:
que la escalada de tensión del año pasado estuvo a punto de transformar
el conflicto en una guerra nuclear. Son obvias las trágicas
consecuencias que un desenlace de esa naturaleza podría haber acarreado,
cuando menos al pueblo coreano y a gran parte de la humanidad que
habita en esa región del mundo.
La tercera cumbre intercoreana y primera en 11 años tuvo entre sus
primicias la visita por vez primera a Corea del Sur, de un líder del
Norte, toda vez que se efectuó en el lado sudcoreano del Área de
Seguridad Conjunta.
Ambas Coreas han mostrado una firme voluntad de paz y entendimiento
que hizo posible la minuciosa preparación de este encuentro en poco más
100 días. Cuento a partir del 10 de enero pasado en que se produjo la
reunión a nivel de ministros entre las dos partes y fuera anunciada la
posibilidad de esta cita. En el medio, la participación de Corea del
Norte en los Juegos Olímpicos de Invierno de Pyeongchang, Corea del Sur,
donde las delegaciones de los dos países desfilaron bajo una misma
bandera por primera vez en 12 años. Fue notoria la presencia al frente
de la representación del norte de su presidente honorífico Kim Yong-nam y
de Kim Yo-jong, hermana de Kim Jong-un y jefa del departamento de
propaganda del Partido del Trabajo de Corea del Norte. Kim despertó
simpatía entre sus compatriotas del sur y, hace una semana, junto a
Yong-nam, acompañó a su hermano en las pláticas con el presidente
sudcoreano Moon.
Además de lo ya señalado, en la declaración conjunta de la cumbre
figura también cesar cualquier acción hostil entre ellas, evitar
enfrentamientos en el Mar Amarillo, adoptar medidas para cooperar con la
comunidad internacional, celebrar conversaciones militares de alto
nivel en mayo, reanudar las reuniones de familias separadas por la
guerra de 1950-53, eliminar los medios de propaganda en la frontera y
participar conjuntamente en competencias deportivas internacionales.
Tanto para Moon como para Kim el logro de este acontecimiento
constituye una resonante victoria. El primero basó su campaña electoral
en la promesa de conseguir un relajamiento de la tensión y un clima de
paz en la península, meta en cuya consecución ha demostrado una
indudable capacidad de maniobra y liderazgo. Por su parte, el líder
norcoreano ha exhibido audacia, flexibilidad e igualmente liderazgo en
la preparación y desarrollo de esta reunión. Todo lo cual contribuirá a
disipar la imagen de irresponsable y guerrerista que le han forjado los
medios corporativos. Además, si resulta estable y duradero el inédito
proceso de relanzamiento de las relaciones de cooperación entre las dos
partes, se estarían sentando las bases para el aflojamiento gradual de
las sanciones por parte del Sur y, eventualmente, para la modernización
de la economía del Norte. Hay que anotar gran parte del mérito por la
realización de esta cumbre a las dos Coreas, con claro apoyo de China y
Rusia. En este sentido fue muy importante la previa visita de Kim a
China, que significó una recomposición de las relaciones entre ambos
gobiernos, socavadas por la mutua desconfianza en los dos últimos años, y
particularmente, de las del líder norcoreano con su homólogo chino, Xi
Jingping.
La cumbre ha puesto freno de manera notable al grave deterioro ya
referido del conflicto, en gran medida provocado por la sempiterna
hostilidad de Washington hacia Pyongyang, agravada con la llegada de
Trump a la presidencia. Aunque diera después un brusco giro y anunciara
su propósito de reunirse con Kim. Como es usual, Trump le atribuyó a su
línea dura el éxito de la cita intercoreana. El encuentro de los
mandatarios estadunidense y norcoreano dará una idea de cuán pronto
puede avanzar un acuerdo de desnuclearización y la firma de un tratado
de paz entre las dos Coreas, imposibles de concretar sin la anuencia
estadunidense. La funesta presencia de John Bolton y Mike Pompeo en la
política exterior de Estados Unidos no augura nada bueno. El primero,
por lo declarado, entiende la desnuclearización del norte como una
rendición, que Pyongyang no aceptará.
Twitter:@aguerraguerra
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