Estamos a medio siglo
de la gran insubordinación de obreros, estudiantes, intelectuales y
pueblos oprimidos contra el conservadurismo y la dominación de los
capitalistas pero hemos retrocedido dos siglos, al nacimiento casi del
movimiento obrero y vivimos un mundo de pesadilla, no de sueño de
liberación.
El mayo de 1968 sacudió Francia, Italia, Japón, la
entonces Checoeslovaquia, México, Argentina, Brasil, Japón y tuvo
fuertes repercusiones en Estados Unidos y en el resto del mundo y en el
campo cultural. Ese terremoto social fue el resultado de más de 20 años
de reconstrucción de la economía europea con pleno empleo, fuertes
sindicatos obreros, prosperidad económica creciente y transformaciones
sociales profundas como el vaciamiento de las zonas rurales francesas e
italianas o checas y la incorporación a la industria de una multitud de
jóvenes campesinos y artesanos combativos.
Resultó igualmente
de la crisis del estalinismo después de la muerte de Stalin en 1952, de
la desestalinización que debilitó la dictadura burocrática en la URSS,
de la rebelión de los obreros de la construcción de Berlín oriental en
1953 y de las manifestaciones obreras en Poznan que iban al encuentro de
los tanques con banderas rojas y cantando “La Internacional”, de la
insurrección obrera de 1956 en Hungría, donde se volvieron a formar
soviets y el Partido Comunista se diferenció de la Unión Soviética, de
la derrota de los planes israelíes, franceses e ingleses durante su
fracasada ofensiva para tomar el Canal de Suez en ese mismo año, de la
revolución de independencia argelina y del apoyo que le dieron a esa
lucha heroica y a los inmigrantes árabes en Francia muchísimos
militantes de izquierda y destacados intelectuales.
Fue fruto,
sobre todo, de la derrota estadounidense en 1952 en la guerra de Corea,
de la de las tropas francesas en 1954 en Dien Bien Phu y del
empantanamiento en la guerra de Vietnam de los estadounidenses que
fueron a Indochina a salvar el colonialismo y lograron, en cambio,
radicalizar y politizar la juventud de su propio país. El socialismo era
entonces una esperanza. Existía aún la Unión Soviética que, aunque no
atraía a los rebeldes de todo el mundo ya desde hacía tiempo, no era
todavía capitalista, autocrática y mafiosa como la Rusia de Putin y
China vivía desde 1966 la Revolución Cultural que, para los
desinformados comunistas occidentales, aparecía como antiburocrática y
libertaria aunque, en realidad, fue una lucha cruenta por el poder que
provocó cerca de dos millones de muertos y un terrible desastre
económico.
El mundo actual es muy diferente. Las grandes
mayorías comparten los valores capitalistas y aceptan la regulación
económica por el mercado y la meritocracia. La economía se está
recuperando apenas de una crisis de 30 años que comenzó a fines de los
setenta y provocó enorme desocupación, particularmente juvenil,
inestabilidad e inseguridad en los hogares de los trabajadores,
desarrollo del “sálvese quien pueda” y del “primero yo” a costa de la
solidaridad y el espíritu colectivo y el ejemplo soviético y chino
vacunaron contra la idea de socialismo a cientos de millones de
trabajadores e intelectuales
Otras centenas de millones de
personas se ven hoy obligadas a emigrar arriesgando sus vidas por las
sequías, inundaciones y desastres ecológicos producidos por el
recalentamiento climático y la contaminación ambiental provocados en su
afán de lucro por el capitalismo. En la juventud han cundido la
desocupación, la incultura, el consumismo, el individualismo, incluso
las drogas y en los sectores más atrasados se piensa sólo sobre el
propio país ignorando el mundo y crecen pestes inmundas como la
xenofobia, el racismo, el neofascismo y neonazismo.
Rusia
presenta al mundo un gobierno autocrático de capitalistas oligarcas que
se apoya en la rancia Iglesia Ortodoxa y mantiene el nacionalismo y gran
cantidad de residuos del estalinismo mientras añora al zarismo. China,
por su parte, es una potencia capitalista nacionalista y su partido
“comunista” confuciano de 90 millones de miembros reúne a casi todos los
multimillonarios del país. Además, los grandes partidos
socialdemócratas de la posguerra- salvo el inglés, que va a la
izquierda- desaparecieron como el italiano, se desmoronaron como el
francés o el español o se están debilitando día a día, como el alemán.
Por último, en los países dependientes o hay gobiernos de derecha,
antipopulares, o hay dictaduras nacionalistas de facto.
La
juventud, en su inmensa mayoría, no ve hoy un futuro que pueda
conquistar o construir. Ve en cambio la posibilidad de una guerra
atómica o de un inmenso desastre ecológico. Las grandes luchas se hacen
hoy para no seguir retrocediendo, como en Francia o en Argentina, y no
son ofensivas sino defensivas frente a la ofensiva mundial capitalista y
los socialistas consecuentes son poquísimos.
Es probable, por
lo tanto, que pase casi desapercibido el aniversario del mayo de 1968
que fue escenario de la mayor huelga general en la historia de Francia
con la ocupación de todas las fábricas y universidades y la lucha común
de obreros y estudiantes y que en Italia llevó en 1969 a la creación de
consejos obreros y a la ocupación de las fábricas, en Argentina a la
insurrección obrero-estudiantil en Córdoba y en México a la huelga
universitaria y la represión de 1968.
Pero las fechas son sólo
una invención social para regularse en el fluir ininterrumpido del
tiempo y de los acontecimientos y no reconocen ni conmemoraciones ni
plazos. La resistencia, la rebelión, la autoorganización, la toma de
conciencia por parte de las masas reciben el impulso que les dan la
brutalidad del capitalismo, los ejemplos de movilizaciones que, aunque
no triunfen, elevan la confianza en sí mismos de quienes luchan y, por
último, del combate por las ideas de quienes no temen nadar contra la
corriente y ayudan a abrir las mentes y los corazones de los oprimidos.
Eso actúa aunque no se vea.
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