Nunca
como ahora, en todo el mundo, tanta gente vive de su trabajo, pero
nunca como ahora, en todo el mundo, tanta gente trabaja sin sus derechos
garantizados.
Una sociedad cuya riqueza es resultado de
lo que hacen diariamente los trabajadores, cada vez les reconoce menos,
cada vez garantiza menos sus empleos, sus derechos, sus salarios
mínimamente dignos.
Es alrededor de las actividades del
trabajo que vive la mayoría aplastante de la gente en todo el mundo.
Entre despertar muy temprano, gastar algunas horas en un trasporte muy
malo, cumplir una larga e intensa jornada de trabajo, retomar el mismo
trasporte de retorno, llegar a la casa y recomponer las energías para
reempezar la misma jornada al día siguiente, gira la vida de millones y
millones de personas en todo el mundo.
Para la
gran mayoría, se vive o se sobrevive para trabajar. No hay tiempo para
mucho más. Ni se puede escoger en qué trabajar. Cuando hay trabajo
Porque
lo que más caracteriza hoy al mundo del trabajo, en cualquier parte del
mundo, en mayores o menores proporciones, es el trabajo informal, el
trabajo precario, sin contrato de trabajo, con trabajo intermitente,
como define la nueva y cruel legislación del trabajo en Brasil. Es
decir, trabajo sin garantía de continuidad, sin vacaciones, ni licencia
de salud o maternidad, ni décimo tercero, ni nada de lo que está
presente en los contratos formales de trabajo.
La misma
identidad del trabajador se va debilitando, en la medida en que la
mayoría de ellos tienen varias actividades a la vez, para poder
redondear el presupuesto familiar. Varios de ellos cambian de actividad
de un mes a otro, se arreglan como pueden, juntando varias pagas en el
mismo día.
Las organizaciones de los trabajadores, para
que puedan defender sus reivindicaciones, a su vez, también se
debilitan, dejando a los trabajadores cada vez más fragilizados frente a
la ofensiva en contra de sus derechos elementales. En varios países,
reformas aprobadas en los Congresos o en curso, en la práctica cancelan
toda base mínima de negociación, dejando que el desempleo presione a los
trabajadores a que acepten cualquier tipo de trabajo, por la necesidad
elemental de sobrevivencia de él y de su familia.
Uno de
las imágenes más tristes de nuestras sociedades es la figura del
desempleado, que sale tempranito de su casa, golpeando de puerta en
puerta, en la búsqueda de alguna fuente de sobrevivencia. Que en gran
parte de los casos recibe una respuesta negativa, esto es, se le dice
que ni por el miserable sueldo vital se le puede contratar, que él no
vale ni ese sueldo mínimo miserable. Y tantas veces no dice a sus
familiares que ha perdido su trabajo, que es un desempleado, deambula
buscando trabajo, como si estuviera trabajando, pero llega un momento en
que todos se dan cuenta que falta lo elemental en la casa, que el
desempleo ha ingresado también en ese hogar.
Y el
desempleado no tiene ni a quien alegar. Mientras el derecho a la
propiedad está garantizado en las constituciones, aunque se refiera al
derecho de una minoría, el derecho al trabajo no tiene ley que lo
garantice ni alguien a quien reclamar. Como si el derecho al trabajo no
se refiriera a la gran mayoría de la población y el derecho a la
propiedad a una ínfima minoría.
Cuando las fuerzas
conservadoras toman la ofensiva, quien paga el precio más caro es el
trabajador. El ve amenazado su empleo, sus derechos, su salario, su
educación, su salud. Este primero de mayo – día del trabajador y no del
trabajo, como algunos insisten en decir – encuentra a la gran mayoría de
los trabajadores del mundo en situación penosa. Perdiendo derechos y
con muchas dificultades para defenderlos.
Sin embargo, la
mayoría aplastante de nuestras sociedades, aunque pueda no identificarse
como tal, es trabajador, vive de su trabajo. Una actividad que
diferencia al hombre de los otros animales, porque solo el hombre
trasforma la naturaleza para sobrevivir y, así, se trasforma a sí mismo.
Pero en la sociedad capitalista, el trabajador no es dueño de su
trabajo, lo arrienda para poder sobrevivir, no tiene poder sobre lo que
produce, a qué precio produce, para quien produce, cómo produce y no se
reconoce en los productos de su mismo trabajo. Es un trabajador
alienado, que aliena su capacidad de trabajo y es alienado por el
proceso de producción, que hace con que él sea alienado respecto a lo
que el mismo ha producido.
En este año, en particular, la
vida del trabajador es tormentosa. Si tiene empleo, no sabe hasta cuándo
podrá tenerlo. Si tiene empleo, tantas veces no tiene contrato de
trabajo firmado. El empleo ha dejado de ser fuente segura de mantención,
de condiciones de vida mínimamente dignas para él y para su familia.
Un
día del trabajador que más se parece a una noche por la inseguridad,
por la ofensiva retrógrada respecto a los derechos básicos que el
trabajador necesita y merece. Que el próximo primero de mayo sea de
nuevo un día de fiesta, de celebración, de conquistas garantizadas, de
empleo seguro y de salario digno.
- Emir Sader,
sociólogo y científico político brasileño, es coordinador del
Laboratorio de Políticas Públicas de la Universidad Estadual de Rio de
Janeiro (UERJ).
https://www.alainet.org/es/articulo/192558
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