Nicaragua
La decisión del
presidente Daniel Ortega de menguar los montos de las pensiones de los
trabajadores nicaragüenses sólo podía haber producido lo que produjo: un
enorme, severo y ruidoso descontento social y popular. Tan enorme,
severo y ruidoso, que Ortega no tuvo más opción que echar abajo la
antipopular medida.
Pero, ciertamente, no lo hizo de inmediato.
Antes intentó salvarla acusando a los protestantes e inconformes de
conspirar contra su gobierno. ¿Conspiradores y subversivos los modestos
pensionados y sus familias que difícilmente llegan al fin de mes con los
precarios montos de sus modestas, por no decir famélicas pensiones?
Digamos que Ortega puso en práctica una de las más conocidas y
aborrecibles medidas de la teoría económica neoliberal, tan apreciadas y
recomendadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI). Ese tipo de
medidas que suelen ser la punta de lanza, la pica en Flandes, la cabeza
de playa de los siniestros programas de ajuste que han sumido en la
pobreza a las naciones donde se han aplicado desde hace tres décadas.
¿Ignoraba Ortega que al ordenar la reducción de las pensiones ponía
en práctica una de las célebres recetas del FMI y del Consenso de
Washington? ¿Se comportó como un clásico neoliberal sin saberlo? ¿O más
bien cedió a las presiones y chantajes de los organismos financieros
internacionales que condicionan el otorgamiento de créditos a la
aplicación de esos tristemente célebres programas de ajustes, los que
siempre implican reducciones salariales y pérdidas de prestaciones
sociales?
Ya se ve que Daniel Ortega se colocó en el peor de
los mundos posibles. Con la decisión de reducir las pensiones quedó mal
con los pensionados, con las familias de éstos, con los trabajadores que
en el futuro serán pensionados y con la clase trabajadora que entendió
rápidamente que a esta primera medida neoliberal seguirían otras del
mismo tenor, como el aumento de la edad de jubilación, mayor
precarización de las pensiones y mayores aportaciones para obtener el
derecho a la jubilación. Y, por contrapartida, con la determinación de
echar abajo la medida quedó mal con el FMI y con otros ideólogos del
neoliberalismo.
Ortega esgrimió como razón para reducir las
pensiones la necesidad de paliar la severa crisis financiera del
Instituto Nicaragüense de Seguridad Social. Y aquí está otra clara
concepción neoliberal: echar sobre las espaldas de los trabajadores la
carga de resolver las crisis económicas.
Finalmente, y
saludando con beneplácito la decisión de derogar la reforma de las
pensiones, es imprescindible destacar que la tal reforma mostraba una
quizás incipiente pero innegable derechización del sandinismo. Al menos
de la facción del sandinismo que representa Ortega.
Los
penosos acontecimientos de estos días dejan, sin embargo, una clara
enseñanza: los gobiernos populares no pueden ni deben atentar contra los
intereses y el bienestar de los trabajadores. Porque actuar así tiene
una obvia consecuencia.
La pérdida de apoyo popular y social,
y la consecuente invitación a la derecha criolla y al imperialismo
yanqui para participar en los movimientos de rechazo a las medidas
neoliberales con la finalidad de debilitar a esos gobiernos populares. Y
luego, si las condiciones lo permiten, iniciar las tareas subversivas
que conduzcan al derrocamiento del gobierno y al retorno de la derecha y
del imperialismo al poder.
Blog del autor: www.economiaypoliticahoy. wordpress.com
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