Leopoldo Santos Ramírez*
La creación de la Asamblea Nacional
Constituyente de Venezuela a fuerza de votos democráticos fue la mejor
táctica para enfrentar la oposición al régimen chavista. En las
circunstancias actuales de una embestida feroz y criminal de la derecha
venezolana alentada desde el exterior por Estados Unidos y sus
satélites, con todos sus problemas, las elecciones sirvieron
fundamentalmente para evadir el golpe de Estado traicionero de los
opositores que habían logrado copar la anterior Asamblea Nacional,
gracias a la crisis de desabasto de alimentos y a la política económica
errática del régimen de Nicolás Maduro. Pero no obstante las críticas
que desde la geografía latinoamericana se le puedan enderezar, no hay
duda del interés legítimo del presidente venezolano por defender la
soberanía de su nación, la idea de consolidar la paz para su pueblo,
defender los recursos naturales de ese país, los derechos conquistados
durante el régimen del fallecido presidente Hugo Chávez, y trabajar la
perspectiva de ampliarlos. Los 8 millones de sufragios registrados
durante los comicios cobijan de legitimidad al proceso electoral, sobre
todo porque las autoridades encargadas de organizar las elecciones
tienen una reputación bien ganada de profesionalismo y honradez. Desde
ya, las fuerzas de la derecha del continente intentan desconocer la
naturaleza legal de los comicios. Igual, desde antes los poderes
externos se empeñaron en todo tipo de sabotajes para hacer fracasar esta
elección, no solamente para derrocar a Maduro, sino con el objetivo de
que el ejemplo de una Asamblea Constituyente representante del poder
originario del pueblo no impacte a la región. Es muy pronto para
adelantar vísperas, pero sin duda las elecciones venezolanas están
abriendo una coyuntura en que clases populares y sujetos sociales
latinoamericanos podrían desplazarse en los próximos años a la búsqueda
de soluciones para las crisis que se avecinan. De alguna manera el
fantasma de Simón Bolívar empieza a recorrer las trochas y caminos
hemisféricos con su proyecto utópico de integración de la madre patria
latinoamericana.
Si bien la jornada electoral venezolana viene como buena noticia para
los pueblos de América Latina agobiados por tantas experiencias
políticas negativas durante los últimos años, esto apenas es el punto de
partida para los venezolanos. Es decir, ellos mismos están conscientes
de los riesgos a enfrentar, del enemigo de clase interno, pero también
del mismo poder de Estados Unidos que ejerce control político sobre el
conjunto de estados donde la derecha neoliberal se ha entronizado, como
es el caso del gobierno mexicano, que viola su propia Constitución al
adoptar una actitud injerencista en el proceso venezolano. Con esto,
Peña Nieto y el Senado mexicano echan por la borda la riqueza de la
política exterior mexicana tejida con el conocimiento de largos años en
que el país hubo de resistir invasiones militares extranjeras que
pretendieron invalidarnos como nación independiente y soberana. El
enemigo interno de los venezolanos constituye una clase autoritaria y
racista con suficiente poder económico para poner en aprietos al nuevo
régimen de la Asamblea Constituyente. Por eso es necesario dotar de
poder y autonomía a las comunas, extendiendo el poder en sindicatos y
barrios, midiendo con precisión el riesgo y dificultades que ello
implique, y paralelamente cortar las fuentes de la corrupción. Cuando la
burguesía se empeñaba en destituir a Hugo Chávez los ganaderos ricos
llegaron al extremo de matar a sus propias vacas para agravar el
desabasto de leche en un país que tradicionalmente es deficitario en
producción de lácteos.
Hace años, durante el gobierno de Chávez encontrándome en
Caracas fui testigo de cómo la policía en plena avenida al mediodía
confiscó un camión repartidor de leche para impedir el aumento del
precio al vital líquido. Pero la fuerza de la derecha no le viene
solamente de su poder económico, sino en las últimas décadas del apoyo
estadunidense mediante la embajada que mantiene una relación ambigua con
el Estado chavista. Por un lado, trata de derrocarlo, y por otro
negocia la entrega puntual del petróleo y el estatus de privilegio para
las múltiples trasnacionales que han echado raíces en Venezuela y están
en todos los negocios globales. Junto a beneficios mínimos esto propicia
un asedio financiero que ha saboteado los mejores esfuerzos de la
administración madurista.
Pero el mayor peso de la presión contra el régimen lo ejercen las
industrias de la información en Venezuela, sean de capital nacional o
trasnacional. Los medios ligados a los intereses estadunidenses y
extranjeros han desarrollado una narrativa que ha logrado introducirse
en la mente de numerosos sectores latinoamericanos, distorsionando la
realidad y haciendo aparecer a Maduro y su gobierno como el villano de
la política venezolana. En esto han jugado un papel central consorcios
como CNN, con la estrella Patricia Janiot, Juan del Rincón, Osmary
Hernández y Rafael Romo, distorsionando a placer los hechos reales,
ocultando actos tan criminales como la quema de personas vivas,
chavistas o no, por los grupos de choque de la oposición. En la
transmisión del día de elecciones, el conductor Juan del Rincón se burló
del aspecto físico de algunos candidatos a la Constituyente, en una
actitud racista despreciable. Sus replicantes en México se concentran en
Televisa y Tv Azteca, y en los medios donde escriben los intelectuales
orgánicos de siempre enganchados a los poderes fácticos y de Estado. Por
eso es necesario que la izquierda latinoamericana –cualquier cosa que
eso signifique– se mueva y cree espacios para contrarrestar a la
narrativa
insidiosa del odio y resalte otra, apegada a los hechos reales.
Venezuela es ahora, la más alta prioridad para los intereses populares
de toda Latinoamérica.
*Investigador de El Colegio de Sonora
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