Uno tiene que conceder
crédito a Donald Trump por sus soberbias relaciones públicas. No
importa qué haga o diga, o lo que esté ocurriendo en cualquier parte del
mundo. Se las arregla para mantenerse en el constante centro de
atención en Estados Unidos y por todo el resto del mundo. La gente puede
quererlo u odiarlo, atacarlo o defenderlo, pero incesantemente habla de
él.
Hay un chiste sobre él que anda circulando. Un votante anti-Trump nos
recuerda que Trump dijo durante la contienda electoral que si los
votantes elegían a Hillary Clinton se hallarían en un Estados Unidos
gobernado desde el Día Uno por una presidenta que estaría enfrentando
cargos criminales. El votante continúa: Trump tenía razón. Yo voté por
Hillary y me encuentro con un Estados Unidos gobernado por un presidente
que enfrenta cargos criminales desde el Día Uno.
Casi todos los activistas contrarios a Trump tienen mucho miedo de
que las habilidades en relaciones públicas de Trump significan que será
capaz de desviar esos cargos con éxito. Donald Trump parece, él mismo,
menos seguro. Parece temer que los cargos se mantengan y lo fuercen
fuera de su puesto.
Este es el corazón del punto que le concierne al Fiscal Especial.
Utilizando una ley aprobada después de la renuncia de Nixon del cargo,
el Subprocurador General designó a un llamado Fiscal Especial, cuyo
deber es investigar si sí o no varios miembros de su administración, y
posiblemente Trump mismo, violaron el código penal de algún modo.
Nadie sabe qué va a encontrar eventualmente el Fiscal Especial. Puede
absolver a todo mundo. Puede procesar a algunos de los asociados de
Trump, pero absolverlo a él. Puede incriminar a Trump. Todo el proceso
puede llevar mucho tiempo, muy posiblemente un año más o menos.
Es obvio que Trump está nervioso. Hay ahora rumores de que puede
decidir hacer algo que está entre sus poderes legales –despedir al
Fiscal Especial. La situación es análoga a la que encontró Richard Nixon
en 1973; análoga, pero no idéntica.
Nixon buscó despedir a la persona que investigaba el llamado allanamiento Watergate.
Le ordenó primero al Procurador General y luego al Subprocurador
General que lo corrieran. Ellos se negaron y renunciaron. Finalmente
logró el acuerdo del tercero en la línea del Departamento de Justicia,
el Fiscal General, para que lo hiciera.
La serie completa de eventos se conoce ahora como la Masacre del
Sábado en la Noche. La mayor parte de los analistas le atribuye la caída
de Nixon, un año después, a las acciones que emprendió en ese momento
–que fue el punto donde significativamente socavó su respaldo público y a
nivel de Congreso.
El dilema para Donald Trump es si debe despedir al Fiscal
Especial ahora o correr el riesgo de encarar una serie desafortunada de
cargos tiempo después. Esta es la clásica situación donde de cualquier
manera pierde uno. Sean los que sean los procesos alternativos que Trump
decida emprender, pierde. No hay manera de que él resuelva el dilema.
La razón básica es que no podrá cumplir sus promesas electorales en
relación con los cambios que dijo que lograría inmediatamente al asumir
la presidencia. Sus niveles de aprobación y respaldo en las encuestas
muestran que se ha hundido constante. El resultado es que ya no se le
venera ni se le teme. En cambio, se le ignora.
¿Sabe Trump esto? Es notoriamente listo, pero es notoria su
exaltación. Su entraña, sin duda, le dice que corra al Fiscal Especial
ahora, antes de que las cosas se pongan peores. Se encoge de hombros
cuando se le dice que mucha gente puede renunciar a su gobierno. Le ha
brindado tan poca lealtad a sus asociados mientras que exige una lealtad
de 100 por ciento de ellos. Sospecho que muchas personas que ahora le
sirven en puestos altos cuentan los días que permanecerán en sus
puestos.
Las discusiones internas de la administración Trump son prácticamente
un libro abierto. Las filtraciones son masivas. Parece que la mayoría
de los asesores le están diciendo (en tonos apagados) que debe calmarse y
no hacer nada, incluido no tweetear del asunto. También parece que es impermeable a este consejo, y de hecho resiente que se lo hagan.
Mi suposición es que se encontrará un día tan enojado acerca de los
cargos contra él que explotará y despedirá al Fiscal Especial. Pero ya
nos ha sorprendido antes y puede volverlo a hacer.
Lo básico que el resto de nosotros debe recordar acerca de eso es
que, para Trump en lo personal, ésta es una situación en la que de
cualquier forma pierde. Cómo va a hacerle el Partido Republicano para
evitar ser arrastrado por Trump es otra cuestión a considerar. Es
definitivamente muy pronto para saberlo. Los líderes del partido no se
conocen a sí mismos.
Finalmente, para el resto de nosotros, debemos abstenernos de festejar demasiado pronto en torno al dilema de Trump.
Pero puede ser peor.
Traducción: Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein
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