Publicado en el libro: Ecología política de la basura. Pensando los residuos desde el Sur. María Fernanda Solíz (coordinadora); Instituto de Estudios Ecologistas del Tercer Mundo – Abya-Yala Quito, 2017. |
“Los dueños del mundo usan el mundo
como si fuera descartable:
una mercancía de vida efímera”
Eduardo Galeano
“ En este momento la cosa más desechable del mundo es el ser humano”
José Saramago, Premio Nobel de Literatura
El
capitalismo, en tanto civilización de la desigualdad, es en esencia
explotador y depredador. El sistema capitalista, como afirmó el filósofo
ecuatoriano Bolívar Echeverría , “ vive de sofocar a la vida y al
mundo de la vida, ese proceso se ha llevado a tal extremo, que la
reproducción del capital solo puede darse en la medida en que destruya
igual a los seres humanos que a la Naturaleza” [1] .
Como sabemos, l a civilización del capital no solo que busca ganancias
sin fin, sino que las necesita para subsistir . Acumula explotando la
mano de obra y la Naturaleza. Acumula fomentandoun proceso sostenido
cada vez más en el crecimiento económico permanente, en el consumo
desbocado y en el masivo desperdicio. Atesora también especulando.
Incluso a transformado recursos renovables en no renovables como
resultado de tanto extractivismo y transtornos provocados. Y no tiene
empacho alguno en obtener cuantiosos réditos destruyendo lo construido, a
través de las guerras, por ejemplo; o del desarrollo de tecnologías
riesgosas con capacidad de devastar territorios y ecosistemas.
Ese modelo dominante de crecimiento infinito, ha roto el equilibrio
interno de la Naturaleza, en donde el “residuo” de una actividad
productiva podría ser el recurso para otro uso provechoso para la vida.
De esta manera no solo se acumulan desperdicios sino que se desperdician
recursos. El parida de nacimiento de esta barbarie se plasmó cuando a
la Naturaleza se le despojó de poder generador y regenerador, cuando
paso a ser un conglomerado de materias primas mercantilizables, no
simplemente subordinada al ser humano, sino a la voracidad del capital.
Hay que tener presente que a demás de la expansión material, el
capitalismo necesita expandirse ideológica y culturalmente. Así se ha
consolidado un discurso ideologizado en la necesidad de asegurar el
consumo y el crecimiento económico como el camino indiscutible para
alcanzar el bienestar.
Con la globalización de una sociedad
atrapada en una realidad inventada desde el mundo de las mercancías, la
producción y el consumo rompieron los ciclos metabólicos del planeta.
Por una parte la extracción de materiales, que han tardado siglos en
constituirse, se realiza a velocidades vertiginosas con una creciente
pérdida de energía, rompiendo los ciclos naturales y acumulando montañas
de desechos que no alcanzan a reintegrarse a los procesos metabólicos
del planeta. A esto se suman las rupturas y las disfuncionalidades de la
propia economía mercantilizada: la velocidad de acumulación productiva
difiere del ritmo de acumulación sustentada en la especulación
financiera. Recordemos que, en los últimos 200 años, las tasas de
crecimiento económico, que nos darían cuenta del mundo de la producción,
bordean el 2%, y que las tasas de interés, que reflejarían los niveles
de la especulación financiera, habrían alcanzado el 4,5% promedio anual,
según Thomas Pikkety [2] . Estos ritmos de una
economía que ha roto sus raíces materiales, son infinitamente más altos
que lo que podría ser la tasa de intercambio con la Naturaleza. Esto nos
grafica una situación de tres velocidades insostenibles en el tiempo.
El
capitalismo, originado en las condiciones de producción , acompañada de
la especulación , su contracara inseparable, va imponiendo su lógica en
muchas otras esferas de la realidad social hasta crear un imaginario
que justifica visiones de dominación, exclusión y depredación y que
rinde culto a lo efímero, a lo que está de moda y que, inclusive, por
aquello de la obsolescencia programada, dura poco.
Sin embargo,
el mismo capitalismo, como modo de producción enfocado a garantizar la
reproducción continua del capital y sus ganancias, gesta su propia
crisis, una crisis civilizatoria. Ese momento histórico se aproxima, si
es que ya no ha empezado.Vivimos un punto crítico no solo con las
desquiciadas estructuras socioeconómicas, con los superados límites
ambientales, sino también con instituciones políticas incapaces de
atender los retos planteados. Así, con la crisis civilizatoria del
capitalismo se generan varias crisis específicas que ponen en peligro la
libertad y la misma supervivencia de todos los seres vivos, incluyendo
los humanos .
En respuesta, necesitamos plantearnos un cambio
civilizatorio . El objetivo es pensar en un mundo diferente, en un
planeta vivo, en donde todo tiene que ver con todo, que supere al
capitalismo y a todas las visiones antropocéntricas que de él se
alimentan.
El desperdicio entre el negocio y la crisis planetaria
Como resultado de este proceso de crecimiento y acumulación del
capital, es cada vez más impactante e inocultable el volumen de todo
tipo de desechos y basura. Este desperdicio, en términos amplios,
presente también en el gasto excesivo o en el subconsumo de mercancías
constituye parte del motor del capitalismo. Y aunque puede resultar
paradójico, los desechos y la basura son también objetos de acumulación
del capital. Las posibilidades de negocio en los procesos de
reutilización o reciclaje de materias primas o inclusive en “el minado”
de la basura son enormes. Basta ver la multiplicidad de negocios en este
ámbito, los que en su mayoría poco tienen que ver con el
aprovechamiento sostenido de dichos desperdicios.Es más, con mucha
frecuencia,estos negocios someten, directa o indirectamente, a seres
humanos y a territorios a condiciones de precariedad extrema. Son
negocios muchas veces ilegales que han construido una suerte de economía
criminal tanto por las condiciones salud, como el uso de la violencia
que la ilegalidad impone.
El pivotede este proceso -no lo
olvidemos- es el crecimiento económico permanente azuzado por las
demandas de acumulación sin fin del capital. Un ejemplo a una escala
planetaria sobre cómo el desperdicio se convierte en negocio es el que
tiene que ver con el procesamiento de combustibles fósiles. No se puede
seguir consumiéndolos si no se quiere seguir carbonizando la
atmósfera.Sin embargo, en lugar de reducciones en la producción y el
consumo, ha surgido una nuevo negocio alrededor de ese desperdicio: “el
mercado de carbono”.
Para poder continuar con esta reflexión
preguntémonos sobre lo que significa el desperdicio en el mundo en que
vivimos. Jürgen Schuldt, en un trabajo notable, aunque lamentablemente
poco difundido, nos habla de “la civilización del desperdicio” [3] .
El llama la atención sobre el derroche y el desperdicio de dinero y
mercancías en los procesos de producción, consumo y comercio. Inclusive
nos habla de “sus graves consecuencias económicas, psicológicas,
sociopolíticas, culturales, medioambientales y éticas”. Y plantea
reflexiones para entender sus causas y muchas propuestas urgentes para
contribuir a su resolución, abarcando los niveles local, nacional y
global. En su texto detalla una larga lista de posibilidades de acción,
procurando “encontrar nuevas formas de convivencia humana y con la
Naturaleza desde la perspectiva de la dinámica específica de la actual
civilización, que no cubre las necesidades axiológicas y existenciales
del ser humano, ni potencia sus capacidades y realizaciones, a la vez
que irrespeta los Derechos de la Naturaleza, en un planeta cada vez más
estrecho, sobreexplotado y contaminado”.
Un planeta que es
visto como un reservorio de bienes materiales inagotable. Ese es uno de
los mensajes que podemos extraer de las políticas de marketing y de
publicidad masiva y alineante, analizadas por la piscoeconomía, que de
manera desembozada alientan el consumismo y su contracara, el
desperdicio. Parecería que no hemos entendido que el mundo tiene límites
biofísicos que ya están siendo sobre pasados y que es imposible
imaginarnos una sociedad mundial en la que todos sus miembros puedan
consumir como las élites del planeta.
El autor en mención asume
como que gran parte de esos gastos exagerados y los crecientes
desperdicios puede ser evitable. Vinimos una situación indignante, nos
dice, en que “en un mundo globalizado, coexisten la abundancia exagerada
con la escasez extrema, la riqueza inconmensurable con la pobreza
abyecta”. Un asunto aún mucho enojante si vemos como funciona la
obsolescencia programada de muchos productos y la creciente inutilidad
de algunos de ellos, como es el caso de los teléfonos “celulares
inteligentes”: su vida útil está predeterminada de antemano para
asegurar una creciente velocidad en la circulación de su
mercantilización, demandando cada vez más materiales, mientras que las
posibilidades de utilización plena de la tecnología disponible en esos
aparatos de comunicación resulta una quimera.
El estilo de vida
consumista y depredador -existente en las élites del Norte y del Sur, y
que guía el accionar de miles de millones de personas- está poniendo en
riesgo el equilibrio ecológico global y margina cada vez más masas de
seres humanos de las ( supuestas) ventajas del ansiado progreso. Según
la FAO, en un mundo donde la obesidad y el hambre conviven, al año se
desperdician más de 1,3 mil millones de toneladas de alimentos
perfectamente comestibles: 670 millones en el Norte global y 630
millones en Sur global, incluyendo los países más pobres del planeta. Un
70% de los cereales que se mercadean en el mundo están determinados por
lógicas especulativas. Se produce alimentos para los autos y no para
los seres humanos, llámeselos agro o biocombustibles.
Cada vez
se destinan más y más extensiones de tierra para un agricultura
fundamentada en los monocultivos, a través de los cuales se pierde
aceleradamente la biodiversidad. Los organismos genéticamente
modificados (OGM) y sus paquetes tecnológicos hacen también lo suyo.
Toda esta combinación de acciones ha conducido, desde inicios del siglo
XX, a la pérdida de un 75% de la diversidad genética de las plantas. En
la actualidad, de conformidad con datos del Ministerio de Agricultura de
Alemania, el 30% de las semillas están en peligro de extinción.
Mientras el 75% de la alimentación del mundo se asegura con doce
especies de plantas y cinco de animales, solo tres especies –arroz, maíz
y trigo – contribuyen con cerca de 60% de las calorías y proteínas
obtenidas por los humanos de las plantas. Apenas el 4% de las 250 mil o
300 mil especies de plantas conocidas son utilizadas por los seres
humanos. Y en este escenario, cuando el hambre azota a unos mil millones
de personas en el mundo, vemos cómo los grandes conglomerados
transnacionales de la alimentación, como Monsanto, siguen concentrando
su poder a través del control de las semillas.
El agua también
es otro patrimonio en riesgo, a más de presentar niveles de una enorme
desigualdad en su distribución y de un uso cada vez menos justificable.
Jürgen Schuldt es categórico con el desperdicio del agua:
“el
tristemente conocido uso exagerado del agua, en el que las tuberías o
los caños no solo gotean por desperfectos, sino que son reflejo de la
actitud de muchas personas que dejan correr el líquido en demasía para
regar el jardín y para lavar ropa, utensilios o su propia persona. Es
obvio que tiene que perderse necesariamente una cierta parte, aunque hay
casos en que se puede volver a utilizar, como veremos en su momento.
(…) Se estima que el 85% del agua de uso doméstico termina malgastado en
el mundo. En el Perú, mientras el 30% no tiene acceso al agua, el
desperdicio sería del 40% (con una norma «permisible» a nivel mundial
del 20%), básicamente por falta de mantenimiento de las redes; en donde
el colmo es que los que viven en zonas residenciales pagan 3,20 soles
por metro cúbico, mientras que en los barrios marginales el costo es de
33 soles (sin garantía alguna de su «potabilidad»”.
A lo
anterior sumemos otros usos realmente insostenibles e intolerables. El
sobre consumo y desperdicio de agua sobre todo en actividades
industriales es gigantesco: A esto debe sumarse el desperdicio por los
precarios sistemas de distribución de aguas. Las actividades extractivas
-minería, petróleo, monocultivos-, a su vez, son grandes responsables
de las formas más perversas de desperdicio sistemático, por la
contaminación a gran escala de las aguas de superficie y subterráneas (A
lo que cabría añadir la contaminación masiva del aire y de los suelos).
Lo que sucede con los alimentos y el agua acontece con las
medicinas, la energía, la vestimenta, el papel, productos electrónicos,
vehículos, construcciones de todo tipo, ollas… Toda esta composición de
desperdicios es provocada por el sobregasto y por la “capacidad ociosa
de consumo”, al decir de Jürgen Schuldt [4] .
Así las cosas, siguiendo a este mismo autor,
“para poder avizorar un panorama completo de la basura que se vierte en
el mundo, puede ser útil tener una idea de los montos de que se trata.
En el año 2007, según The Economist (2008a), se generaron 2.120 millones
de toneladas de basura a escala mundial (Medina 2008). Gran parte de
ella (alrededor del 26% en 2009) responde a tres países: Estados Unidos,
China e India. De ese total de basura, generada en el año 2007, 566
millones corresponden a los países de altos ingresos, 986 millones a
países de ingresos medios y 569 millones a los de bajos ingresos. En los
países más desarrollados es donde más residuos sólidos por habitante se
generan. En términos per cápita, tenemos que la basura que producen las
personas de los países de altos ingresos equivale a 1,4 kilos por día;
los de medianos ingresos, 800 gramos/día y los de bajos ingresos, 600
gramos/día.”
Más allá de que la noción del desperdicio sea
connatural al capitalismo, el concepto de la basura revela la ruptura de
las relaciones entre las sociedades humanas y la Naturaleza y esta se
vuelve un problema mayor con la industrialización y peor aún, en la
actualidad, en la era de la cibernética. Ahora, por ejemplo, los
aparatos electrónicos después de muy poco tiempo ya resultan obsoletos:
“la basura electrónica contiene metales pesados y sustancias químicas
tóxicas persistentes que no se degradan con facilidad en el ambiente
entre los cuales podemos identificar plomo, mercurio, berilio y cadmio.
Como estos aparatos han sido diseñados utilizando tales sustancias,
cuando son desechados, no pueden ser dispuestos o reciclados de un modo
ambientalmente seguro”. Solo el año 2010, “terminaron en la basura unos
10 millones de celulares”. [5]
El
problema radica en el imparable proceso de ruptura de los procesos
metabólicos. Los combustibles fósiles y toda la organización
socioeconómica-política-cultural a su alrededorjuegan un papel central
por la creciente generación de desechos no biodegradables. La
acumulación de basura está alterando no sólo la química del planeta sino
también sus formas: montañas de basura, islas de basura, de hecho ahora
ya se habla del “Octavo Continente” o “Basural del Pacífico Norte” [6] .
En la búsqueda de respuestas a esta ruptura de relaciones con la
Naturaleza nos tropezamos con un patrón tecnocientífico que en lugar de
construir comprensiones vitales del funcionamiento de la Naturaleza, su
metabolismo y sus procesos vitales, irrumpe en ella para explotarla,
dominarla y transformarla. Como recordó Vanda Shiva en los años noventa
del siglo pasado,
“con el advenimiento del industrialismo y del
colonialismo, sin embargo, se produjo un quiebre conceptual. Los
'recursos naturales' se transformaron en aquellas partes de la
naturaleza, que eran requeridas como insumos para la producción
industrial y el comercio colonial. (…) La Naturaleza, cuya naturaleza es
surgir nuevamente, rebrotar, fue transformada por esta concepción del
mundo originalmente occidental en materia muerta y manejable. Su
capacidad para renovarse y crecer ha sido negada. Se ha convertido en
dependiente de los seres humanos” [7] .
No olvidemos que en todo tipo de técnica hay inscrita una “forma
social”, que implica una manera de relacionarnos unos con otros y de
construirnos a nosotros mismos; basta mirar la sociedad que “produce” el
automóvil y el tipo de energía que éste demanda. De la misma manera los
dispositivos tecnológicos, como son los teléfonos celulares, por
ejemplo, que en pocos años de vida se han convertido en un fenómeno
global: hoy habría ya más teléfonos celulares que seres humanos, o los
computadores que se reproducen y desechan año a año, lo que supone una
inmensa cantidad de desechos.
Se trata de un patrón tecnológico
que no solo altera los sistemas naturales generando grandes cantidades
de desperdicios, sino que pretende enfrentar los problemas de esos
desperdicios con las mismas soluciones ocultando elracismo e inclusive
la inequidad social. Los basurales se ubican en los sitios más
marginados, la basura más tóxica se exporta a países empobrecidos. Así
la inequidad ecológica se superpone a las inequidades sociales,
económicas e inclusive de género.
Del desperdicio de elementos vitales al reencantamiento del mundo
Este
tema del desperdicio recobra nueva fuerza en la actualidad, con una
sociedad mundial signada por sus enormes logros materiales y
tecnológicos, que contrastan con sus crecientes desequilibrios en
términos de ingresos y riqueza, oportunidades y libertades. Tenemos una
sociedad dominada por profundos y contradictorios fenómenos de
globalización económica, caracterizados, además, por una mundialización
de una cultura consumista y productivista.
La crisis de la
institucionalidad de los Estados-nación, surgidos en la modernidad,
parece en la actualidad que les ha dejado una función meramente
policial: asegurar a nivel local/nacional el correcto desempeño que
demanda la economía mundial, en medio de una creciente financiarización
que parece ser el sustrato de la actuales y desbocadas violencias
estructurales, al tiempo que los extractivismos se expanden con
redoblada fuerza a partir de lógicas de acumulación
primario-exportadoras que comenzaron a surgir desde los orígenes de la
colonia. Karl Marx fue muy claro cuando destacó que “ el descubrimiento
de las comarcas auríferas y argentíferas en América, el exterminio,
esclavización y soterramiento en las minas de la población aborigen, la
conquista y saqueo de las Indias Orientales, la trasformación de África
en un coto reservado para la caza comercial de pieles-negras,
caracterizan los albores de la era de producción capitalista. Estos
procesos idílicos constituyen factores fundamentales de la acumulación
originaria ” (El Capital, tomo I, 1876). Y desde entonces la “misión
civilizatoria” empezó un proceso global de transformación de la
Naturaleza en recursos comercialmente utilizables y de las comunidades
indígenas en individuos portadores de esa modernidad capitalista,
emulando a sus conquistadores. Así, la subordinación de la Naturaleza al
mercado vino acompañada de la represión de lo comunitario, con la
consiguiente pérdida de los antiguos y tradicionales derechos de
aquellos pueblos para asegurar su fuente de sustento en la Naturaleza.
Debe quedar claro que no hay violencia sin colonialismo, ni capitalismo
sin extractivismo, pues éste es un fenómeno estructural, históricamente
vinculado y acotado a la modernidad capitalista [8] .
En
este contexto se gesta -como algo inédito en la historia de la relación
entre la Tierra y la Humanidad- una cada vez más compleja y profunda
crisis ambiental provocada por la superación de los límites biofísicos
como consecuencia del accionar de los seres humanos, organizados dentro
de la lógica de la civilización capitalista, cabe agregar. Y es este
proceso de sostenida destrucción de la Naturaleza -y también de la
sociedad- el que está poniendo en peligro la vida misma sobre el
planeta.
No nos olvidemos que a más de los problemas ambientales,
el mundo enfrenta una creciente y nunca antes vista desigualdad social,
en medio de masivos negocios especulativos y de destrucción, que se
dan, por ejemplo, a través de la migración y la trata de personas, el
narcotráfico, las guerras, la venta de armas y otras muchas formas de
acumulación no productiva del capital. Así las cosas, inclusive la
privatización y la creciente mercantilización del conocimiento están a
la orden del día. Y, en consecuencia, la mercantilización de la
Naturaleza continúa imparable, para muestra el enloquecido mercado de
carbono.
Desde esa perspectiva múltiple, la superación de la
civilización del desperdicio, es también la superación de la
civilización de la desigualdad, de la explotación y de la destrucción.
Por lo tanto hay muchas acciones que se deben emprender inmediata- y
simultáneamente
Una síntesis de las acciones a seguir nos
conduce a asumir concretamente mensajes que podemos desplegarlos desde
la cotidianidad y que deben proyectarse desde abajo a los otros niveles
de acción estratégicos: local, nacional, regional, internacional. Así
los principales ejes de estas propuestas se sintetizan en reemplazar,
rechazar, reutilizar, reducir, reparar, reciclar, reclamar, respetar.
Avanzando en construcción de alternativas cabría destacar los
lineamientos básicos de la lucha, que podríamos sintetizarlos en
desurbanizar, destecnologizar, descomplejizar, despetrolizar. Y todo
esto como parte de la construcción de otra economía para otra
civilización.
Podemos partir de un punto donde cada vez hay
mayor consenso, incluso entre quienes creen posible el “desarrollo”: el
crecimiento económico no es sinónimo de “desarrollo”. El crecimiento
implica un simple incremento de magnitudes económicas (como el PIB u
otra magnitud utilizada de referencia), mientras que el “desarrollo” (a
la larga siempre capitalista) no solo implica aspectos cuantitativos,
sino incluso cualitativos (por ejemplo una industrialización
contaminadora en esencia, mayor peso en el comercio internacional, poder
y dominio de sociedades capitalistas fuertes sobre sociedades
capitalistas débiles, etc.) [9] .
Lo que falta aún entender es que el “desarrollo” (sin apellido), aunque
cueste aceptarlo, no es más que un fantasma inalcanzable. Por eso,
liberarnos de las ataduras del “desarrollo” podría potenciar las
capacidades propias para encontrar otras formas de construir estilos de
vida dignos para todos los habitantes del planeta, inspirados en las
visiones y propuestas de cada sociedad, sin caer en la copia inviable y
caricaturizada de otras realidades (caricatura que incluso ha sido
exacerbada por los propios promotores del “desarrollo”).
Este
cuestionamiento no implica sostener las actuales desigualdades e
inequidades sociales que permitirían a los grupos opulentos de las
sociedades en el Norte y en el Sur mantener sus privilegiados modos de
vida. Eso de ninguna manera. Al contrario, especialmente en condiciones
de decrecimiento (no confundirla con una reducción del producto interno
bruto provocada por una crisis), la única forma de para disminuir la
pobreza y mejorar las condiciones económicas de las grandes mayorías es
con una transformación agresiva en los procesos distributivos [10] .
En términos económicos, el decrecimiento critica directamente a la
lógica del capital pues si las economías decrecen en lugar de crecer, ya
no es posible realizar una “reproducción ampliada” del capitalismo,
implicando a su vez una no-acumulación de capital (e incluso una posible
“des-acumulación”). Si se deja de acumular capital, se pone un alto a
la concentración de poder en manos de las clases capitalistas, y el
propio sistema entra en un proceso de desaparición debido a que, si no
se crece, la única forma de reducir la pobreza y mejorar las condiciones
de vida de las mayorías es por medio de drásticos cambios
distributivos. Simultáneamente empezaría el derrumbe del capital
financiero, el cual precisamente se sostiene de la “acumulación
ficticia” de capital.
A esta dinámica se acopla perfectamente
el post-extractivismo, pues si los principales centros capitalistas se
contraen, aparte de contraer su demanda de productos primarios, hasta es
posible que los mecanismos de intercambio desigual que generan la
extracción de valor desde la periferia a los centros se vayan asfixiando
(pues los centros ya no necesitarían seguir extrayendo valor para
acumular). Al asfixiarse el intercambio desigual, la periferia
capitalista posiblemente requerirá cada vez exportar menos recursos
naturales para tratar de evitar los flujos negativos del comercio
internacional capitalista. Si a esto se suma una contracción en la
demanda internacional, entonces necesariamente el capitalismo
dependiente (típicamente atado a modalidades de acumulación
primario-exportadoras) no podría sostenerse y, a la larga, terminaría
por desaparecer [11] . Y todo este proceso deberá venir de la mano con un reencuentro de los seres humanos con la Naturaleza.
Al endiosar la economía, en particular al mercado, se ab andonaron
muchos instrumentos no económicos, indispensables para mejorar las
condiciones de vida. Por ejemplo, creer que los problemas ambientales
globales se resolverán con medidas de mercado es un error que puede
costarnos muy caro; se ha demostrado que más efectivas han sido las
normas y regulaciones (todavía insuficientes), que las “leyes” de la
economía capitalista de la oferta y la demanda. Pero eso no es todo. No
podemos seguir mercantilizando la Naturaleza, proceso que propicia su
explotación desenfrenada; todo lo contrario, hay que desmercatilizarla;
tenemos que reencontrarnos con ella asegurando su capacidad de
regeneración, basada en el respeto, la responsabilidad y la reciprocidad [12] .
Un paso inevitableradica probablemente en empezar a pensar en los
desechos con más respeto. Se considera basura o desperdicio a una gran
cantidad de materiales cuyo uso ha sido desvinculado de los procesos
naturales. Los desechos orgánicos, por ejemplo, son realmente una
importante materia prima para devolver la fertilidad a los suelos. Esto
nos lleva a recuperar la Naturaleza desde la perspectiva de la vida y no
como depósito de materia inerte, privatizable, mercantilizable…
La clave está en pensar en la producción y el consumo con una visión
que cierre los ciclos y evite las fugas de nutrientes o de energía, que
erróneamente se los considera “basura”. La utilización de estos
excedentes de nutrientes y energía servirán para apoyar el mayor número
de ciclos de diferentes actividades manteniendo el equilibrio interno.
De esta manera el “residuo” de una actividad de producción puede ser
asumido como recursos para otra actividad productiva, así no solamente
se maximiza la productividad sino que se evita la contaminación del
ambiente. Un uso razonable de estos recursos exige también evitar usos
dispendiosos, como los que se dan en el tema del empaque de muchos
productos, por ejemplo.
El secreto está en pensar a
laNaturaleza como un ser vivo. Un sujeto con derecho a mantener sus
procesos vitales, que incluyen la circulación de los nutrientes y de la
energía.“La Tierra –como sistema viviente- nos excede, nos precede y nos contiene absolutamente”, para recurrir a palabras de Horacio Machado Aráoz.
Aquí está implícito un gran paso revolucionario, realmente
civilizatorio, que nos conmina a transitar de visiones antropocéntricas a
visiones integradoras desde lo biocéntrico comunitario, queterminen por
asumir las consiguientes consecuencias políticas, económicas, sociales y
culturales que supone. Cabe dar paso al “reencantamiento del mundo” [13] es decir
“a derribar barreras artificiales entre los seres humanos y la
Naturaleza, a reconocer que ambas forman parte de un universo único
enmarcado por la flecha del tiempo. El reencantamiento del mundo se
propone liberar aún más el pensamiento humano. El problema fue que, en
el intento de liberar el espíritu humano, el concepto del científico
neutral (propuesto no por Weber sino por la ciencia social positivista)
ofrecía una solución imposible al laudable objetivo de liberar a los
estudios de cualquier ortodoxia arbitraria. Ningún científico puede ser
separado de su contexto físico y social. Toda medición modifica la
realidad en el intento de registrarla. Toda conceptualización se basa en
compromisos filosóficos”, como recomienda Immanuel Wallerstein [14] .
Los derechos de la Naturaleza, como derecho a la existencia de la Humanidad
Desde una remozada aproximación a los retos de la Humanidad se convoca,
entonces, a repensar colectivamente los caminos para superar el
capitalismo y el antropocentrismo.
La liberación de la
Naturaleza de su condición de simple objeto de propiedad, exigió y
exige, entonces, un esfuerzo político que le reconozca como sujeto de
derechos. Los Derechos de la Naturaleza, siempre vinculados a los
Derechos Humanos, nos abren la puerta para empezar a transitar hacia
otra civilización, en donde la reproducción de la vida y no la
reproducción del capital sean su horizonte permanente [15] .
Este aspecto es fundamental si aceptamos que todos los seres vivos
tienen el mismo valor ontológico, lo que no implica que todos sean
idénticos. Eso sí, todas las especies vivas tienen la misma importancia y
por lo tanto merecen ser. Esto conduce a romper con la visión
instrumental del ambiente, en tanto se reconocen valores propios a la
Naturaleza. No se habla de valores que son atribuidos por los seres
humanos.
Dotar de Derechos a la Naturaleza significa, entonces,
alentar políticamente su paso de objeto a sujeto, como parte de un
proceso centenario de ampliación de los sujetos del derecho. Lo central
de los Derechos de la Naturaleza, es rescatar el “derecho a la
existencia” de los propios seres humanos. Responsabilidad, respeto y
reciprocidad con la Naturaleza deben ser los tres pilares de este
accionar.Aquí cabe la célebre frase de uno de los grandes racionalistas
de la filosofía del siglo XVII, el holandés Baruch de Spinoza
(1632-1677), quien en contraposición con la actual posición teórica
sobre la racionalidad, reclamaba que “cualquier cosa que sea contraria a
la Naturaleza lo es también a la razón, y cualquier cosa que sea
contraria a la razón es absurda”.
Hay que entender que lo que
hacemos por la Naturaleza lo hacemos por nosotros mismos. Este es un
punto medular de los Derechos de la Naturaleza. Insistamos hasta el
cansancio que el ser humano no puede vivir al margen de la Naturaleza y
menos aún si la destruye. Por lo tanto, garantizar la sustentabilidad es
indispensable para asegurar la vida del ser humano en el planeta. Esta
lucha de liberación, en tanto esfuerzo político, empieza por reconocer
que el sistema capitalista destruye sus propias condiciones biofísicas
de existencia.
Este es el meollo del asunto. Lo potente en la
actualidad es que contamos con valores, experiencias y prácticas
civilizatorias alternativas como el Buen Vivir o sumakkawsay o suma
qamaña de las comunidades indígenas andinas y amazónicas. [16] A
más de las visiones de Nuestra América hay otras muchas aproximaciones a
pensamientos de alguna manera emparentados con la búsqueda de una vida
armoniosa desde visiones filosóficas incluyentes en todos los
continentes. El Buen Vivir, en tanto cultura de vida, con diversos
nombres y variedades, es conocido y practicado en diferentes regiones de
la Madre Tierra, como el Ubuntu en África o el Swaraj en la India [17] .
Y hay muchas, muchísimas más experiencias a lo largo y ancho del
planeta, que están inmersas en un maravilloso y complejo proceso de
“reencantamiento del mundo”.
El Buen Vivir, sin olvidar y menos
aún manipular sus orígenes ancestrales, puede ser una plataforma para
discutir, concertar y aplicar respuestas frente a
los devastadores efectos de los cambios climáticos a nivel planetario y
las crecientes marginaciones y violencias sociales en el mundo. Incluso
puede aportar para plantear un cambio de paradigma en medio de la crisis
que golpea a los países otrora centrales. En ese sentido, la
construcción del Buen Vivir, como parte de procesos profundamente
democráticos, puede ser útil para encontrar incluso respuestas globales a
los retos que tiene que enfrentar la Humanidad.
Nos toca, en
definitiva, reencantar el mundo alrededor de la vida. Requerimos para
ello abrir todos los caminos de diálogo y de reencuentro entre los seres
humanos, en tanto individuos y comunidades, y de todos con la
Naturaleza, entendiendo que todos los seres humanos formamos parte de la
misma, que, en suma, somos Naturaleza.-
Alberto
Acosta, economista ecuatoriano. Investigador de la FLACSO-Ecuador.
Exministro de Energía y Minas. Expresidente de la Asamblea
Constituyente. Excandidato a la Presidencia de la República. Miembro del
Tribunal Permanente de los Derechos de la Naturaleza.
Esperanza Martínez, bióloga
ecuatoriana. Presidenta de Acción Ecológica (2016) y coordinadora de
Oilwatch. Asesora del presidente de la Asamblea Constituyente. Miembro
del Tribunal Permanente de los Derechos de la Naturaleza.
NOTA: Los autores deja constancia del aporte del economista ecuatoriano John Cajas-Guijarro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario