Luis linares Zapata
Son pocas o casi
inexistentes las dudas sobre la composición futura del gobierno de
Donald Trump. Los generales desempeñarán los roles principales en
aspectos de seguridad, inteligencia, inmigración y defensa. Pero el
íntimo rescoldo de sus sentires radica en los que asume son compañeros
de vida, éxito y visión: superricosy empresarios de grandes
corporativos. Una versión mayúscula del triste gobierno de los gerentes
inaugurado por Vicente Fox. Serán estos los adjuntos de sus aventuras
durante los próximos años. Poco importan, por ahora al menos, la
experiencia en los campos donde se habrán de desempeñar. Juntos
integrarán un mundo masculino, personas que desplieguen feromonas por
donde miran y caminan. Lejos, muy lejos quedaron sus bocanadas de
campaña donde, prevenía con voces de alarma, que la política –y el mismo
sistema– estaban sujetos y al servicio de la plutocracia.
Las presunciones del magnate cobran ahora significados precisos. El
producto no será gratificante para la gran mayoría de afectados por el
modelo en boga en ese país y que fueron sus votantes. La educación
quedará en manos de una rica mujer abocada a la privatización. La
excepción de genero confirmatoria de la regla mágica del dinero a
borbotones. Un especulador de altos vuelos se hará cargo del Tesoro, la
encomienda crucial garante de la desregulación y el mercado. Y, con este
mismo corte a la medida, entra en flagrante contradicción con sus
amenazas y alegatos de alejarse de Wall Street. Complementa tal
percepción el perfil de su consejero para asuntos económicos. Estos dos
últimos personajes tienen origen común: el enorme banco de inversiones
Goldman Sachs. Una institución que prepara ejecutivos para colocarlos en
posiciones (Banco de Inglaterra, Banco Central Europeo) donde se
definen los rasgos estructurales de las finanzas que, por ahora, dominan
la escena mundial. La presunción de los republicanos de fiera estirpe
acerca de la conjura china para usar el cambio climático como palanca
contra la supremacía estadunidense, se acentúa y despeja incógnitas al
confirmar, en ese renglón de la conservación, a un enemigo de los
movimientos ecológicos. Y, su otra línea de argumentación, obsesiva
durante la campaña, el comercio y los tratados (TLCAN y ATP) los encarga
a un billonario (en dólares, claro) que hizo fortuna rescatando
constructoras en problemas sólo para destazarlas y venderlas después.
Los militares contratados por Trump llevan atados, y bien atados,
rasgos de dureza. Una condición indispensable para proyectar la imagen
de fuerza efectiva y decisión que despeje todo temor de vulnerabilidad
para esa nación que se mira asediada. Tratará de poner fin a toda
actitud dubitativa y blandengue, tanto del gobierno como de sus aparatos
de conquista y defensa, una distinción peyorativa que le achacó a Obama
durante toda su campaña. Él y sus aguerridos darán cuenta, a corto
plazo, de los fanáticos de ISIS y de cualquier otra amenaza que ronde
por ahí. La capacidad negociadora, eufemismo que trata de ocultar sus
arranques impositivos al interior como, en especial, sus tentaciones
imperiales al exterior, los muestra Trump con todos sus triunfadores que
invitó al gobierno.
La posición que Trump ha meditado con mayor cuidado ha sido la
del secretario de Estado. Ha ido mostrando, en el proceso designatorio,
las cualidades (defectos) de su propio temperamento y búsqueda de
formas para suplir sus debilidades, si es que, en efecto, considera
tener alguna. Empezó por llamar a un ex candidato presidencial, sujeto
de sus críticas burlas: Mitt Romney. El republicano que perdió frente a
Obama y al que Trump traqueteó, con frecuencia, como ejemplo de
ineptitud política. Romney fue quien recomendó, meses atrás, poner
atención en las finanzas de Trump y escudriñar sus evasiones
impositivas. Un asunto que Trump difícilmente pasará por alto. Haberlo
llamado a consultas llevó, al parecer, la intensión de desatar una
grilla de doble rebote: él, Trump, es capaz de perdonar y sentarse a
trabajar hasta con quien, con coraje y alevosía, se atrevió a
denunciarlo para hacerle daño. Su preferido fue, finalmente, un CEO de
tamaño considerable, el mero mandón de la Exxon Mobil, petrolera inmensa
y con negocios globales. Tal designación, sin embargo, adelanta una
serie de conflictos con el Senado por la nula experiencia diplomática
del ejecutivo y su cercanía con V. Putin.
La llamada incorrección política de Trump, que durante la campaña fue
vista como distintivo, se ha transformado en una serie casi cotidiana
de traspiés, malos entendidos y preocupaciones diversas. Usando el
Twitter como vehículo de comunicación diaria, hace alarde de sus
posiciones personales en cualquier tópico que llama su atención. Las
alarmas de peligros e incertidumbres, ya alebrestadas en todo el mundo,
se agrandan al tocar dentro de su país. Trump, asesores y ministros
llevarán al extremo la vigencia del modelo concentrador, excluyente e
imperial. Ese modelo, precisamente, que ha causado tanta desigualdad
entre las diversas sociedades de las naciones donde se aplica con
severidad y sin desviaciones.
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