La Jornada
El historiador Tony Judt escribió una serie de ensayos entre 1995 y 2010 que se publicaron el año pasado bajo el título de Cuando los hechos cambian.
Esta frase es reminiscente de aquella que supuestamente habría usado
Keynes y que remataba añadiendo “…cambio mi parecer. ¿Usted qué hace,
señor?”
Esta expresión puede denotar arrogancia, al aludir a la incapacidad
del interlocutor para adaptarse a las nuevas condiciones, tal y como
correspondería a una persona razonable y de talante práctico. Pero me
parece que esta interpretación admite una mayor y necesaria sutileza.
La modificación de los hechos políticos, por ejemplo, exige un ajuste
de nuestros pareceres, es necio pretender que las condiciones no se
alteran y negar que surgen nuevas relaciones, problemas y conflictos que
tienen que enfrentarse.
Uno de los asuntos más controvertidos hoy gira en torno a la elección
de Trump, que ha propiciado desde frustración hasta acomodos
convenientes. A eso ha seguido la conformación de su gobierno, que
representa un claro mensaje de intenciones. Desde nuestro horizonte,
conlleva un análisis de las posibles repercusiones que tendrá en esta
sociedad.
Una perspectiva del ajuste de los pareceres tiene que ver con la
situación económica. Trump se encuentra con que la actividad productiva
del país que va a gobernar se halla en una fase de recuperación, junto
con el empleo y los ingresos.
Estos hechos ocurren luego de ocho años del comienzo de la crisis
financiera que significó una fuerte recesión, el ajuste severo de la
política monetaria –tasas de interés cercanas a cero–, y de la política
fiscal –un fuerte endeudamiento público, primero para rescatar al
sistema financiero y luego para impulsar la recuperación. Los costos de
la crisis fueron muy grandes y desiguales y eso no debería echarse bajo
el tapete, en aras de acomodar los pareceres.
Las medidas anunciadas por Trump en cuanto a la rebaja de los
impuestos, el aumento del gasto público en sectores como la
infraestructura y la conservación de los empleos en su territorio, caen
en un terreno más favorable para el crecimiento.
Pero hay más. El compromiso de derogar la legislación sobre el acceso
a los servicios de la salud (la llamada Obamacare), el ajuste de las
leyes laborales y medioambientales son medidas bien recibidas por las
empresas que pueden, entonces, incrementar las inversiones. Esto, por
supuesto, no es equivalente a la consecución de un mayor nivel de
bienestar de las familias y, en cambio, significa un replanteamiento de
los enfrentamientos sociales en diversos frentes.
Las regulaciones de todo tipo aplicadas en el gobierno de
Obama podrían tender a desbaratarse. Especialmente en el campo
financiero, donde fueron significativas aunque inconclusas y con grandes
fricciones luego de la crisis. En 2010 se aprobó la ley Dodd-Frank para
la reforma de Wall Street y la protección de los consumidores. Ahora
estas medidas dirigidas a contener los riesgos sistémicos de las
actividades de financiamiento, agravados por la fuerte especulación,
pueden revocarse con la mayoría republicana en el Congreso.
De la carga reglamentaria, Wall Street pasará a un nuevo periodo de
euforia. Dos personajes ligados con la gigante empresa financiera
Goldman Sachs han sido nominados para sendos puestos clave en la gestión
económica. Steven Mnuchin ex alto ejecutivo, en el Departamento del
Tesoro, y Gary Cohn, actual segundo de abordo, en el Consejo Económico
Nacional.
Ese banco es simbiótico con el poder. En la administración de Bill
Clinton cuando Rubin estuvo en el Tesoro y luego Paulson con Bush II.
Ahora, Steve Bannon, ideólogo de la extrema derecha, jefe de la campaña
electoral de Trump y uno de sus asesores principales, trabajó en aquel
banco. Estos son los más notorios. La influencia es global. Carney,
gobernador del Banco de Inglaterra, y Draghi, que preside el Banco
Central Europeo, estuvieron empleados ahí. Y José Manuel Barroso, ex
presidente de la Comisión Europea, está hoy empleado ahí.
La elección de Trump llevó a algunos analistas a prever un desplome
del mercado accionario, pero repuntó notablemente, reforzando el valor
del dólar. Las presiones sobre empresas que planeaban mover operaciones a
México no han desatado grandes oposiciones.
Acomodar los pareceres a los hechos es un elemento imprescindible.
Cómo hacerlo es el factor más relevante. El mundo no es como uno quiere,
aunque cueste un gran esfuerzo admitirlo. Y, sin embargo, eso no
implica un sometimiento o fatalidad.
Una cosa es lo que todo esto representa en Estados Unidos y otra, muy
distinta, lo que significa en México. Los efectos adversos ya se han
manifestado, no han menguado y seguirán por muchos meses. No hay
siquiera una buena estimación de los costos y los ajustes que habrá que
hacer.
Pensar que puede fincarse en el mercado interno el impulso de un
nuevo crecimiento económico es muy distinto a hacerlo. Entretanto,
gobierno y partidos se escapan en tratar de ganar elecciones a como dé
lugar. Extremadamente miope para la sociedad, pero potencialmente
rentable para muchos en la política y los negocios.
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