Víctor M. Toledo
La Jornada
Aunque usted no lo crea, nuestra
larga, larguísima historia está llena de Donald Trumps. No es el
primero ni será el último. Está pletórica de individuos que casi
siempre, pero no siempre, fueron del sexo masculino, y que anteponen sus
intereses individuales o de grupo a los de la colectividad. La
evolución humana no sólo fue el resultado de mejoras de comunicación
como el lenguaje, de la invención tecnológica, del cuidado de los
infantes o del dominio del fuego, sino muy especialmente de la capacidad
de nuestros antepasados para aislar y controlar a los Donald Trumps del
paleolítico y neolítico: los machos alfa. Hace más de dos décadas que
los estudiosos de los primates (como Jane Goodall, Frans de Waal y
otros) han ofrecido evidencias que revelan semejanzas no sólo de
comportamiento, sino de patrones sociales y políticos de la especie
humana con sus parientes más cercanos: gorilas, chimpancés y bonobos. No
sólo se trata de similitudes genéticas (el genoma de chimpancés y
bonobos es similar al nuestro en 97.5 por ciento), sino de las
relaciones sociales y políticas. En su libro Hierarchy in the Forest (Jerarquía en la selva),
el reconocido primatólogo Christopher Boehm, de la Universidad del Sur
de California, avanza y argumenta una teoría que pudiera explicar las
raíces evolutivas de lo que hoy sucede. Según Boehm, a diferencia de las
estructuras marcadamente jerárquicas de esos primates, en las que los
grupos sociales son dominados por el poder de un macho alfa y toda una
secuencia de machos cada vez más jóvenes, la especie humana logró
generar sociedades igualitarias en las que quedó regulado el poder de
los individuos dominantes. Como resultado, por miles de generaciones la
especie humana mantuvo sociedades sin clases, bandas de cazadores y
recolectores y tribus de agricultores y horticultores, regidos por el
bien común y el altruismo de los individuos. Esta situación, que duró
uno 195 mil años, se vio disuelta con la llegada nuevamente de
sociedades jerarquizadas y con clases: señoríos, estados, imperios, que
rompieron el control colectivo de los individuos dominantes y
permitieron la reaparición de los déspotas, es decir, de los monos
dementes (Homo demens). Este retorno o involución en lo social
fue lo que paradójicamente facilitó el origen de las civilizaciones y la
expansión y multiplicación de la especie en los pasados 5 mil años, así
como los avances en el conocimiento, las comunicaciones y la
tecnología.
Hoy, con el crecimiento desmesurado y obsceno de la especie (vamos
hacia los 8 mil millones), también se han multiplicado los monos y monas
dementes, y aunque son una minoría de minorías, detentan descomunales
fuerzas y poderes. Homo demens hay para rato. Los hay
explícitos e implícitos, conscientes e inconscientes, normales y
anormales, aunque tienden a concentrarse en dos ámbitos bien conocidos
de la modernidad: el poder político y el poder económico. Hay monos y
monas dementes de derecha, centro e izquierda, y por supuesto
apolíticos. En los pináculos de los poderes gubernamentales y de las corporaciones, en los congresos y en las iglesias, en los organismos internacionales y en los partidos, tras las ventanillas de las oficinas y especialmente en los ejércitos, que son los templos gigantescos de la imbecilidad humana. Pueden complicarle el trámite a un ciudadano o apretar el botón de un arma nuclear o acelerar la devastación ambiental planetaria. Ahí donde puedan mostrarán su músculo autoritario, sus genes egoístas y la pequeñez de su cerebro, no importa puesto, clase social, genealogía, ideología política, religión, etnia o pedigrí. En una sociedad en la que se celebra la libre competencia, un puñado de hombres y mujeres abandonan su sapiencia y prudencia, y ni la moral religiosa ni las reglas y leyes logran evitar que se conviertan en los dominadores del resto.
El problema, y este es el asunto supremo o central, lo que
realmente preocupa, es que hoy en día no está en juego solamente nuestra
banda o tribu, ni siquiera un reino, comarca o país. El peligro es
total y está cada vez más cerca. La insensibilidad de Donald Trump hacia
los marginados y explotados (minorías y migrantes) y en general hacia
los otros(los diferentes), y su negación del peligro que hoy representa el calentamiento planetario como consecuencia del modelo industrial*, constituyen dos actitudes demenciales en manos de un individuo todopoderoso. Lo que los monos dementes están construyendo es un carretera hacia el abismo, una corta carrera hacia el colapso de toda la humanidad y de su entorno planetario. Atrás irán quedando los conflictos de clases, imperios, razas o creencias. El mundo parece hoy una gigantesca jungla (¿o una jaula?) donde los individuos dominantes, violentos, soberbios y ególatras, forman la cima de una pirámide ordenada por las jerarquías. ¿Lograremos detener las tendencias destructivas? ¿ Homo sapiens u Homo demens?
No hay comentarios:
Publicar un comentario