Ya estamos en 2017, a
punto de ser investido Trump presidente de Estados Unidos; mientras
tanto, Maduro continúa al frente de Venezuela; Evo gobierna en Bolivia, y
lo mismo ocurre con Correa en Ecuador, a la espera de lo que suceda en
las próximas elecciones del 19 febrero. Los agoreros del fin de ciclo
exageraron. Es innegable que nos encontramos ante un profundo avance de
la restauración neoliberal en América Latina, pero muchos se excedieron
en sus pronósticos apocalípticos. Las derrotas electorales en la
Asamblea legislativa en Venezuela (diciembre 2015), en el referendo por
la repostulación en Bolivia (febrero 2016) y la pérdida de algunas
ciudades importantes en Ecuador (febrero 2014) supusieron un importante
revés al progreso de los procesos de cambio. Sin embargo, a pesar de las
infinitas dificultades, se ha logrado resistir. Y, por ahora, el trío
nacido en constituyentes no tira la toalla.
La región, indudablemente, ha tenido importantes transformaciones en
clave política. Macri preside Argentina con un giro radical de sus
políticas, que procuran hacernos olvidar de la positiva herencia K. En
Brasil, el golpe de Estado de Temer ha permitido un golpe económico, con
el objetivo de restituir el orden neoliberal. No son cambios menores
porque no son países cualesquiera, ni por su tamaño ni por su
importancia geopolítica. A eso se suma el Pacífico (Colombia, Chile,
Perú y México) que prosigue su profundización neoliberal, a pesar de las
protestas ciudadanas, y Paraguay es un comensal más en esta cena
conservadora luego de otro golpe, el que se dio contra Lugo, hace ya
varios años.
De una forma u otra se consolida el bloque geopolítico de derechas en
el continente. A eso cabe añadir un frente externo adverso que no debe
subestimarse. Estamos inmersos en una larga contracción económica
mundial que es usada como excusa para fortalecer el espíritu global
neoliberal. Se impone progresivamente el sentido común propio de las
recetas de los recortes sociales, privatizaciones que conllevan merma de
soberanía, creciente darwinismo económico, supremacía del poder
financiero, reconcentración de la riqueza en pocas manos. Esta
racionalidad también se observa incluso en el interior del bloque más
progresista a la hora de tener que decidir qué hacer ante una situación
hostil y compleja. Todo, absolutamente todo, está en disputa.
Pero en este devenir, hay un pequeño gran detalle que no puede
ser descuidado. En cualquier ciclo largo, obligatoriamente se deben
afrontar muchos momentos cuesta arriba. Algunos, propios de situaciones
ajenas y otros consecuencia de las contradicciones y tensiones casa
adentro. Ni todo es color rosa ni existe linealidad que valga cuando se
navega a contracorriente. En esos casos, aguantar y resistir el viento
en contra es una fortaleza excesivamente infravalorada ahora, cuando
prevalecen las promesas vacías y los globos de colores.
La épica revolucionaria está habituada a edificarse con base en el
momento fundacional que suele poner punto y final en términos simbólicos
con el régimen antiguo. Suele ser escasamente seductor el periodo que
toca estar en resistencia. No resulta sencillo explicar ni argumentar
que ante tales circunstancias históricas no queda otra alternativa que
interrumpir relativamente el ritmo progresivo de mejoras. Eso trunca
drásticamente las crecientes expectativas y tiene indudablemente un alto
costo político. Para procesos políticos tan acostumbrados a acelerar,
frenar es casi una renuncia a un sello de origen.
De la superación o no de este momento histórico dependerá que podamos
hablar de fin de ciclo o no. Por ahora, lo que sí podemos afirmar es
que estos últimos años han constituido un ciclo corto tumultuoso en el
que se igualan y rivalizan los proyectos. La hegemonía neoliberal no iba
a acabarse en una década, por mucho tiempo que este lapso parezca. Lo
mismo que las independencias necesitaron de mucho recorrido para
consolidarse, sería un craso error histórico creer que ahora todo se
termina. Más que tener paciencia, lo que se requiere es levantar la
vista, mirar atrás en la Historia y adelante hacia el Futuro, y seguir
creyendo que sí se puede. Sólo si se cree en ello y se buscan las
opciones considerando que el
pasado, pasado es, este ciclo largo tendrá posibilidades de no cerrarse. Por ahora, se acaba el año y todo está tan incierto como abierto. El ciclo continúa no sin vaivenes, y suponer que todo sería viajar en VIP era creer demasiado en Santaclós.
Director del Celag
Twitter: @alfreserramanci
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