El
gobierno de Cuba firmó ayer en Bruselas el Acuerdo de Diálogo Político y
de Cooperación con la Unión Europea (UE), que incluye un mayor
intercambio político y comercial, así como la cooperación intensificada
en turismo, cultura y lucha contra el cambio climático. Tras la firma
del documento por la jefa de la diplomacia europea, Federica Mogherini, y
el ministro cubano de Relaciones Exteriores, Bruno Rodríguez, éste
advirtió que los embargos económico y financiero que Washington mantiene
contra la isla desde hace más de medio siglo impide una asociación más
amplia entre las partes, dado que las empresas europeas que no acatan el
bloqueo se arriesgan a ser sancionadas en sus operaciones en territorio
estadunidense o demandadas allí.
El convenio, logrado con el
telón de fondo de la muerte reciente del máximo dirigente histórico de
la Revolución Cubana, y semanas antes de que Donald Trump arribe a la
Casa Blanca, constituye un importante respiro para La Habana.
Cierto,
el deceso de Fidel Castro fue impactante para la opinión pública
mundial y constituyó un duro golpe anímico para el gobierno y para la
mayor parte del pueblo cubano, pero no conllevó ni implicará un cambio
significativo en la ruta del país hacia la plena recuperación económica
ni en la agenda de reformas planteadas por su hermano y sucesor, Raúl
Castro.
Mucho más preocupante, en la perspectiva de la isla, es el
propósito expresado por Trump respecto de que congelará y revertirá el
proceso de normalización de las relaciones bilaterales emprendido hace
dos años por el mandatario cubano y por el presidente saliente Barack
Obama. De concretarse la amenaza, Cuba podría ser sometida por varios
años más a un embargo hostil, ilegal e injusto que obstaculiza sus
posibilidades de crecimiento y que ha sido repudiado por el total de la
comunidad internacional y que en la última votación de la Asamblea
General de las Naciones Unidas fue rechazado de manera unánime, con las
solas abstenciones de Washington y de Tel Aviv.
Con
todo, no es seguro que el próximo presidente estadunidense logre hacer
realidad la reversión del tímido deshielo conseguido hasta ahora, pues
el embargo resulta contrario a los intereses de los empresarios
estadunidenses –el propio Trump intentó burlarlo en alguna ocasión para
hacer negocios con Cuba– y su respaldo se ha reducido hasta en la
comunidad cubano-estadunidense de Miami.
Lo importante, ahora, es que Bruselas ha enterrado la llamada
posición común, una aberrante e injerencista resolución de la UE que fue impulsada en 1996 por el ex presidente derechista español José María Aznar, según la cual la normalización de relaciones entre la isla caribeña y la comunidad europea debía quedar condicionada a un acatamiento por parte de los cubanos del canon de institucionalidad representativa y el régimen de partidos que los gobiernos occidentales consideran como la única modalidad válida de democracia.
Cabe esperar que se ahonden y
diversifiquen las relaciones y la cooperación entre la UE y Cuba y que
el deshielo entre La Habana y Washington continúe a pesar de la
inquietante sucesión presidencial que está a punto de tener lugar en
Estados Unidos.
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