Luis Linares Zapata
La Jornada
El aparato de poder
funcionó tal como esperaban los apostadores de gran escala. A pesar de
algunos sobresaltos inesperados, la realeza del Partido Demócrata se
impuso con determinación aun antes del inicio de las contiendas
primarias. Hillary D. Rodham Clinton es la abanderada por excelencia del
sistema, afirmaron exaltados los dirigentes. Y ahí la tienen, de cuerpo
entero, arropada por los mejores oradores con los que cuenta Estados
Unidos. Una criatura pública, moldeada siguiendo los estándares
indicados para una obra acoplada a los intereses del poder. Ella será la
encargada de llevar a cabo los cambios que el presente demanda,
anuncian con fervor dependiente los innumerables propagandistas del statu quo
que la apoyan. Sabrá, dicen, recoger e integrar las demandas que esa
entusiasta cauda de seguidores que Bernie Sanders trajo y llevó por toda
la campaña de las primarias. Su lucha por la presidencia se basará en
la enorme coalición de fuerzas formada por el presidente Barack Obama.
Y por si las anteriores razones no fueran suficientes, apoyarla es
indispensable para salvar, no sólo a esa dividida nación, sino a
confines bastante más allá de ella. Y ese algo más incluye a buena
porción de la élite mexicana que seguirá llevando sus negocios como de
costumbre. Al menos a esa parte adicional que se apiña tras el mismo statu quo
local: las huestes priístas y panistas y demás adláteres
incondicionales capitaneados por la plutocracia. La alternativa de
Donald Trump es inaceptable, se oye por doquier; un verdadero peligro
para México y alrededores. Poca duda cabe acerca de la impropia figura
del magnate de los bienes raíces como alternativa. Eso queda fuera de
cualquier consideración remanente. Pero ello no implica que la opción
por Hillary sea lo conducente y menos aún la salvadora. Tampoco será lo
decente, dirían algunos otros. Esos que todavía sienten los apremios de
una emoción democratizante que tan agudamente despertara el senador por
Vermont con su prédica socialista.
La convención del Partido Demócrata hizo las veces de un mundo
cayendo a plomo sobre la solitaria persona de un Sanders abrumado por la
escenografía. Difícil resistir el peso de esa enorme masa crítica de
dignatarios y oradores cuyos textos fueron cuidadosamente designados
desde lo alto. Ni aún contando con los millones de seguidores de
Sanders, dispuestos al sacrificio, fue posible alterar el designio
superior del tinglado real de poder imperial. Ni los dañinos contenidos
de los e-mails publicados días antes podrían modificar la
sentencia: Hillary es, casi, una selección natural. Y así fue. Sanders y
el enorme caudal de la energía protestaria que lo impulsó quedó a la
deriva una vez más. Muy a pesar de los enternecedores llantos de esa
juventud decidida a ir, con toda su inventiva, por la modificación de un
sistema que entiende injusto, corrupto y desvinculado de la gente
común. Todo un conjunto de partidarios del cambio que conformaban,
ciertamente, casi la mitad (48 por ciento) de los delegados ahí
reunidos. Nada fue capaz de alterar el dictado ya consagrado de antemano
por los poderosos en turno.
Cada uno fue pasando al estrado: Bill Clinton, Michelle Obama,
E. Warren, John Biden, Barack Obama, M. Bloomberg, Chelsie Clinton,
hasta el cantautor Paul Simon y toda una pléyade adicional de personajes
estelares contribuyeron. Selectos convidados a la fiesta del
convencimiento masivo. Todos ellos portando un caudal de razones,
cánticos y palabras bien ensartadas que sellaron el teatro de la
política estadunidense. Nada que hacer, al menos por ahora, además de
cabecear frente a la abrumadora imposición desplegada.
Pero el descontento con las condiciones impuestas por el gastado
modelo imperante está casi intacto aún después de la lluvia de promesas
vertidas, tanto por demócratas como republicanos. La sociedad
estadunidense se desangra en la base de su pirámide poblacional. Ahí, en
esa porción de mero abajo, se han incrustado los desajustes, las
carencias, las imposibilidades de continuación sin ruptura ante los
daños ocasionados por la concentración brutal del ingreso y la riqueza
acumulada en pocas manos. Sanders no ha capitulado del todo, seguirá
intentando su revolución política en ciernes, pero se dejaron en el
camino trozos inmensos de su precioso capital adquirido en la lucha
electiva. Fue Sanders quien hizo el hallazgo de esa tonada íntima que
despertó a la juventud educada para infundirle el deseo de transformar a
su país. Muchos de sus seguidores quizá voten por Hillary ante el
rechazo que sienten por Trump. Pero una multitud se refugiará en el
abstencionismo, enconchándose sobre sí misma. Las rutas futuras de esa
juvenil energía se desconocen, pero seguirá ahí, dispuesta a una nueva
aventura social y política futura. Hillary no responderá a tales
urgencias y llamado. Ella es una pieza bien ajustada a la maquinaria del
poder establecido y así seguirá funcionando por los venideros años de
su periodo presidencial.
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