Ya llevamos casi cuatro años del proceso de paz con las FARC y por fin se nota un leve cambio. Es aceptable criticar el proceso, ya que existen muchos debates sobre el alcance y naturaleza de los acuerdos firmados. Todavía, son las voces de una minoría, pero por lo menos existen. Sin embargo, hay un elemento del proceso, que no solo no ha cambiado sino se ha fortalecido y es la cuestión del lenguaje que usamos para describir este proceso.
George Orwell hizo famoso el concepto de doblepensar - la facultad de sostener dos opiniones contradictorias simultáneamente, dos creencias contrarias albergadas a la vez en la mente- y neolengua, - la reducción del lenguaje a su más básico con el fin de controlar la capacidad de expresarse- que la verdad era la mentira, la guerra era la paz y nada era lo que parecía. Estamos acostumbrados a estos conceptos, y se suele denunciar el uso y abuso del lenguaje por el imperio norteamericano, los medios, los gremios y el mundo académico. Pero nada se dice acerca del abuso del lenguaje por las ONG y la farándula de la paz que las acompañe. Aquí intentaré abordar ese abuso de lenguaje.
Todos los procesos paz hablan de una falsa unidad nacional, que no sólo no existe, no puede existir, salvo cuando las clases populares se rinden y aceptan como normal el dominio de gentuza como Juan Manuel Santos y la clase de hampones y mafiosos que él representa.
Las Víctimas
Como parte de esa unidad debemos olvidar las causas del conflicto y presentar a todos las víctimas del conflicto, como simples víctimas, no como víctimas del terrorismo del Estado y tampoco como luchadores sociales asesinados por sus convicciones políticas y sus militancias. Simple y llanamente víctimas. Según el diccionario de la RAE, una víctima es una persona que padece las consecuencias dañosas de un delito. Así que bajo la categoría de víctimas, podrían ubicarse personas como Álvaro Uribe Vélez, pues las FARC mataron a su papá. También los hermanos Castaño. Vicente Castaño resaltó su propia condición de víctima en una entrevista concedida a la revista Semana afirmando “Nosotros también hemos sido víctimas, el solo hecho de vernos obligados a ingresar a una guerra que nunca quisimos nos convirtió en víctimas desde el primer momento.” Se ve claramente que el término “víctima” es en el mejor de los casos algo vacío de contenido, pues todos son víctimas, y no se distingue entre unos y otros. O en el peor de los casos, esconde la verdad del conflicto bajo un manto de impunidad que se encubre equiparando a los caídos por el terrorismo de Estado con cualquier otra clase de persona.
Los dirigentes de la UP, Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo, asesinados por el Estado colombiano no eran simples víctimas. Los mataron por una razón. Los miles de militantes de la UP y A Luchar que cayeron bajo las balas del Estado fueron asesinados por un razón. Eran luchadores. Aún en el caso de los campesinos encontramos a pocas personas que son simples víctimas. En 1998, 13.000 campesinos se tomaron la ciudad de Barrancabermeja y la ocuparon durante 103 días. Llegaron a un acuerdo con el gobierno de Pastrana y volvieron a sus casas. Nada más volver a sus fincas, los paramilitares, cuya presencia según el propio Pastrana era abierta y contaba con la ayuda de servidores públicos, comenzaron a asesinar a los dirigentes. Desaparecieron a uno de los principales voceros de los campesinos, Edgar Quiroga. Esos dirigentes y campesinos tampoco son meras víctimas, son luchadores asesinados por el Estado. Sí, hay algunas personas que se pueden llamar víctimas, como los jóvenes, secuestrados y asesinados por las fuerzas estatales y presentados ante los medios como guerrilleros muertos en combate. Son víctimas, no eran luchadores sociales, pero son víctimas de una campaña mediática del Estado. Cada mal llamado falso positivo era una muestra ante los medios de la efectividad de las políticas gubernamentales para hacerle frente a la guerra.
El término víctima, en el marco del proceso de paz, incluye a tanta gente y tantas categorías, y pone a Uribe, los Castaño y otra gentuza en el mismo plano que las víctimas del terrorismo de Estado, lo cual sólo sirve para crear confusiones sobre la naturaleza de la guerra en Colombia. Esa frase, da una oportunidad a las ONG para proponer una solución al problema de tantas víctimas: una salida o solución política.
La Salida o Solución Política Negociada
Las hinchas del proceso de paz hablan de la necesidad de una salida o solución política, otra frase engañosa. ¿Qué es una solución política? Pues, la derrota militar de las insurgencias sería una solución política. La vieja frase de Clauswitz la guerra es la continuación de la política por otros medios, nos dice todo. Sería la victoria de una política estatal guerrerista, la misma política que llevan implementando durante los últimos 50 años los gobiernos colombianos. Una victoria de la insurgencia sería otra solución política, aunque es poco probable. Una revolución sería otra solución política. Aunque semejante escenario está muy lejos y no se puede plantear como una propuesta inmediata, el problema es que está descartada, no sólo en esta coyuntura, sino para siempre. La llamada solución política tiene que ser negociada con la burguesía. Con esto quieren decir que el Estado tiene una voluntad de negociar asuntos de fondo. No obstante, si el Estado quisiera resolver la cuestión agraria no tiene que negociar con nadie, lo podría hacer por sí mismo Si el Estado quiere cambiar las políticas minero-energéticas, también lo puede hacer sin consultar a las insurgencias. La salida política negociada, es un engaño, solo pone fin a la violencia insurgente y descarta la oposición a las políticas estatales y es por eso, que se convoca a apoyar a los acuerdos, porque la posibilidad de oponerse a las políticas estatales está descartada. No es por nada que la otrora dirigente del Polo Democrático, Clara López es hoy en día la Ministra de Trabajo para la Paz. La solución política de que hablan tanto es aceptar las reglas de juego de la clase capitalista y reconocer su victoria.
La Reconciliación
Y esto nos lleva a otra frase tan común en todos los procesos de paz en el mundo: la reconciliación. Dicen que hay que buscar la paz y la reconciliación, porque la reconciliación es buena. Es buena en las relaciones personales y lo es en la sociedad en su conjunto y nos tratan como si fuera un asunto parecido a un problema de pareja. Como buscar una situación donde nos abracemos, nos besemos y vivamos felices para siempre. A diferencia de las cuentas de hadas, ese fin mítico no existe y no existirá jamás. No ha pasado en ninguna sociedad como resultado de un proceso de paz. La reconciliación es restablecer una relación amistosa, o conseguir la paz interior. ¿Cuál es esa relación que se quiere restablecer? ¿Quiénes se reconcilian? Y ¿Cuál fue el motivo de la discordia? Esas preguntas no se contestan realmente. En el discurso de la paz, todos tenemos que reconciliarnos con el otro, perdonar y olvidar. El campesino que vio a su familia morir descuartizada con una motosierra tiene que reconciliarse con aquellos que asesinaron a su ser querido, con los capos del paramilitarismo y con el Estado. La familia del estudiante desaparecido también tiene que buscar la reconciliación. No es una opción, es una orden de los que siempre han mandado en la sociedad. Los verdugos, el Estado, la Iglesia Católica y demás hampones mandan decir que hay que perdonar y olvidar. En el proceso con los paramilitares de las AUC, monseñor Rubiano lo dejó muy claro. Afirmó en una entrevista con El Tiempo que “Perdonar es indispensable porque sólo quien perdona deja de ser víctima.” Francisco de Roux, el jesuita preferido de las empresas palmeras y las ONG también afirmó que “en el complicado problema en que estamos metidos los colombianos la justicia sin perdón es la venganza sin salida.” Otra vez esa frase de víctimas pasivas que sólo pueden dejar de ser víctimas si se prestan para un borrón y cuenta nueva. Pelear por lo suyo, la tierra, la verdad, la justicia (tal como lo conciben) está descartado. La reconciliación es vivir todos juntos Es como dice Robert Meister “La esperanza que fundamenta el moderno Discurso de Derechos Humano es que las víctimas de los males del pasado no lucharan contra aquellos que se beneficiaron y siguen beneficiándose una vez los malhechores se hayan ido”, es decir que la reconciliación obliga a no luchar. Es la negación de conflicto de clases, hay que vivir felizmente con las empresas petroleras, las mineras, los partidos de la oligarquía, los terratenientes, las empresas palmeras que tanto le gustan a Francisco de Roux y a los Uribes y Santos del país. Quien quiere luchar contra ellos, quiere volver al pasado, a la violencia y esa gente es el verdadero problema en la sociedad.
La Justicia Transicional
Y con ese fin de exigir que no luchemos, inventaron otra frase La Justicia Transicional. ¿Transición de qué a qué? Sería chévere si nos pudieran contestar esa pregunta tan sencilla. Pero no sólo no lo hacen, sino no aceptan la pregunta. Esa una frase que todos usan pero no explican, o mejor dicho no explican en términos que los familiares de las víctimas del terrorismo de Estado puedan entender. Nunca dicen, “mire, su hijo murió y a su verdugo, lo vamos a soltar en nombre de la paz, porque hay que avanzar” ni tampoco dicen que no nos pueden mostrar ni un sólo ejemplo en el mundo, donde esa justicia transicional haya metido en la cárcel a un presidente o alto militar. De hecho, en el acuerdo firmado con las FARC, se prohíbe explícitamente la posibilidad de llevar a un ex presidente ante las cortes. Como Meister afirma “La actual literatura dominante acerca de la justicia transicional tiende a aceptar que las víctimas del pasado nunca ganan – sus opciones están entre seguir luchando o dejar de luchar – y dejar de luchar tiene sentido si pueden declarar una victoria moral que parece ponerle fin a esa opresión.” Además “existe muy poca discusión sobre el papel de las víctimas… en relación con los beneficiarios estructurales, aquellos que recibieron ventajas materiales y sociales del viejo régimen y cuya prosperidad actual en el nuevo orden no pudo haber sobrevivido la victoria de víctimas no reconciliadas.” La reconciliación es el mecanismo para que los que construyeron la guerra y ahora la paz no pierdan ni un peso en el proceso y conserven su papel dominante en la sociedad. La reconciliación, es en fin, una reconciliación no tanto con verdugos individuales, sino con el sistema, con el capitalismo y con la clase dirigente del país, los Pastranas, los Santos, los Vargas, los Lleras, y no olvidemos a la familia Turbay, por si acaso alguien cree que solo hay reconciliarse con los gobernantes de años recientes y sus crímenes. de manera que , hay que reconciliarse con todos y con todo.
La justicia transicional es el engaño que promete algún día al final de un arco iris encontraremos la justicia. La justicia que prometen es tan ilusoria como el oro-que según la mitología – dicen que los duendes tienen escondido al final de los arco iris que vemos en el cielo. Sólo hay que mirar al caso de Ríos Montt en Guatemala, o a las empresas mineras sudafricanas, beneficiaras del apartheid y la justicia transicional, que no les persiguió, y hoy en día causan estragos en comunidades colombianas. El país ya ha vivido las consecuencias de la justicia transicional, una vez con los verdugos de Sud África que llegan acá, y ahora nos tocará vivirla en carne propia y directamente. En nombre de la reconciliación no se tocará a BP, Oxy, Chiquita, Indupalma etc. Ni siquiera serán investigados.
El lenguaje de la paz, es parte de la guerra ideológica neoliberal que quiere convencernos que no sólo no se debe luchar sino que la lucha no es una opción. La paz y la reconciliación es cuando prometemos ser buenos esclavos del capital.
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