Diego Pereira
Adital
Lejos
en el tiempo...
Hace más de dos mil años el Rey del Pueblo de Israel mandaba matar a los niños de hasta dos años por miedo a que se cumpliera la profecía de la llegada del Mesías esperado que vendría a gobernar como Rey. Todo el pueblo creyente mantenía esa esperanza intacta a pesar de lo contraditorio que fuera la realidad: sometidos a la extorsión y sometimiento de sus propios gobernantes que, a su vez, vivían bajo el poder romano, eran expropiados de sus pertenencias y mal tratados en su mismísima dignidad de ser hijos de Dios. En una cultura tan creyente se fue forjando la esperanza de un Mesías liberador que libraría a su pueblo de tanta injusticia. En el pasado Moisés liberó a su pueblo de la esclavitud egipcia, mientras Herodes era un tirano que exponía a su propio pueblo al dolor y sufrimiento. El Rey llenaba sus arcas de riqueza convirtindo la religión en un negocio con tal que los romanos no lo mataran.
El
evangelista Mateo nos cuenta lo que sucedió luego del nacimiento de
Jesús en Belén, como fruto del miedo de Herodes de perder el
poder:
"Cuando
se fueron, un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le
dijo: -Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y
quédate allí hasta que te avise, porque Herodes va a buscar al niño
para matarlo. Se levantó, todavía de noche, tomó al niño y a su
madre y partió hacia Egipto, donde residió hasta la muerte de
Herodes. Así se cumplió lo que anunció el Señor por el profeta:
De Egipto llamé a mi hijo. Entonces Herodes, al verse burlado por
los magos, se enfureció mucho y mandó matar a todos los niños
menores de dos años en Belén y sus alrededores; según el tiempo
que había averiguado por los magos”. (Mt 2, 13-16)
La
actuación de Herodes es totalmente despiada y descreída. No sólo
impresiona la crueldad de su decisión de mandar a matar a los niños,
sino la ceguera enorme que tuvo ante el actuar de Dios: si la
profecía se cumplía ¿acaso no era lo que todo su pueblo, y su
tradición religiosa, esperaban? Él como judío ¿no debiera haberse
alegrado con que la llegada del Mesías lo iba a liberar a él
tambien del yugo romano? Parecieran preguntas muy inocentes, pero no,
son capciosas. Casi todos los hombres que ostenta el poder se olvidan
rápidamente de Dios y de su obra, y dejan de lado las necesidades de
su pueblo para satisfacer sus propias necesidades. La riqueza, el
poder y el éxito son las grandes tentaciones del ser humano, que lo
hace llegar a negociar con su propio verdugo.
Más
cerca en tiempo y lugar
Aún
el mundo entero no sale del asombro de los acontecimientos llevados a
cabo el 26 de setiembre del año 2014 en la "Escuela
Normal Rural
Raúl Isidro Burgos” del pueblode Ayotzinapa,
en México donde 43 jóvenes estudiantes fueron reprimidos
por la policía, mal tratados y desaparecidos por la fuerza.Las primeras versiones afrmaban que fueron prendidos fuego y luego
enterrados en varias fosas. Eso quizá no puede ser confirmado del
todo, pero sí se confirma que fueron las autoridades locales,
polícías y un presidente municipal, que los entregaron al cártel
del narcotráfico llamado Guerreros Unidos. Estos dos grupos, los
narcos y el Estado, actuaron de esta forma para evitar la supuesta
formación de una guerrilla que -sostienen- se forman sus integrantes
en las escuelas normales. Pero este hecho es sólo una muestra de
toda la violencia que sucede en Mexico desde hace muchos años.
Si
bien este caso se conoce porque no lograron esconderlo del todo, son
infinitas las atrocidades que a diario viven millares de jóvenes y
niños en todo el mundo, que siguen siendo sometidos a la represión
y expropiados de su libertad. Este caso sale a la luz porque impacta
la espectacularidad del bandalismo, pero son muchos otros lo que
mueren en el silencio de la noche, que no son asaltados por un grupo
policial, pero que mueren en la soledad como consecuencia de la
droga, del hambre, de la enfermedad. Este caso resuena como trueno
porque el poderoso teme ante el miedo de perder su poder ya
que estos jóvenes podrían ser parte de la conformación de una
nueva sociedad que no está dispuesta a ser sometida por el tirano.
Son muchos los jóvenes que mueren deseando un mundo más justo y
equitativo, muchos son los niños sin hogar que quieren vivir en un
mundo donde jugar no sea una prohibición sino un derecho.
La
voz de los que no tienen voz
Hoy
en día aquel grito de dolor de las madres de los niños muertos por
la orden de Herodes, se sigue escuchando en la voz de lo que claman
en el desierto como el profeta Isaías (Cfr. Is 40, 3). Los llantos
de aquellos niños siguen resonando por toda la tierra y se encarna
en los llantos de tantos otros niños que mueren de injusticia de la
mano de los tiranos. También los gritos de espanto de los 43 jóvenes
estudiantes se vuelve a escuchar en la voz de tantas manifestaciones
en todo el mundo que denuncian la injusticia y reclaman libertad. Las
lágrimas de los ojos de sus madres, padres y familiares conforman el
río de denuncias que baña el mundo y alcanza a tantos jóvenes que
salieron a la calle a manifestar sus disdonformidad con un sistema
que sigue aplastando al más débil.
Pero
esos gritos y esos llantos también se escucha en los que gritan por
ellos y alzan las voz para que el crimen siga siendo descubierto y
combatido. Leyendo a Jon Sobrino en su artículo Hacer
teología en nuestro tiempo y en nuestro lugar,preparado para el Congreso Continental de Teología llevado a cabo en
Unisinos, Brasil en el 2012, se conjugaron en mi interior algunas
ideas de las que surgen estas reflexiones.
En
este artículo Sobrino habla, entre otras cosas, de la necesidad de
no olvidar a los millares de mártires que dieron su vida por el
Evangelio y por la Iglesia de los Pobres en El Salvador, en la época
de las dictaduras militares. Vivió desde cerca el obrar de Monseñor
Romero y de Ignacio Ellacuría quienes dieron su vida por causa de
defender a los inocentes. Ambos terminan derramando sus sangre como
víctimas del opresor que, sin miedo a mostrarse, deja en evidencia
la crueldad de los que dirijen los destinos de los pueblos. Pero
junto a ellos son muchos los maŕtires de nuestra América Latina que
mueren injustamente.
Sobrino
remarca el desafío que proponen los mártires para la teología ya
que muchas veces solo se logra ver una parte de su importancia: sí,
ellos mueren en defensa de la los pobres e indefensos, pero sobre
todo, mueren por enfrentarse a los enemigos de los pobres,
los que quieren eliminar ya que su presencia molesta y complica al
sistema. Lo que nos preocupa de todo esto es que si la muerte de los
inocentes toca alguna fibra eclesial en la actualidad, si el
conocimiento de estas injusticias afecta de manera tal a la Iglesia y
a los cristianos, que los que la integramos estemos dispuestos a
enfentarnos a los poderosos en defensa de los más débiles.
En
palabras de Sobrino: "...con
excepciones a las sociedades de abundancia, aun las todavía
cristianas sociológicamente, poco o nada les interesa los abundantes
martirios y los pueblos crucificados a lo largo y a lo ancho del
planeta. Están ciegos. No los ven ni los sienten como el siervo
doliente y redentor” (p.43).
Estas palabras tienen su importancia ya que "...los
mártires han marcado, de forma importante, el quehacer eclesial y
teológico...”. Son
ellos los que explicitan la gravedad en la cual mueren tantas
personas a diario y deben llamar la atención de los que, en la
Iglesia, proclaman un mensaje de esperanza y liberación.
Lo
que nos apropiamos de este artículo de Sobrino es sobre todo lo
siguiente: "De los
mártires hay que hacer memoria. Son memoria subersiva...son memoria
histórica, tan promovida por las ciencias sociales, para saber de
qué horrrores venimos, en la sociedad y en la Iglesia, qué tenemos
que reparar, a quién tenemos que juzgar con justicia, pero sin
amnistías encubridoras, a quién debemos estar dispuestos a
perdonar, a qué personas y pueblos debemos consolar. Son memoria
cristiana. Mantienen presente en la realidad, no sólo en la
liturgia, la cena del Señor y la Pascua de Jesús...”(p.44-45).
Debemos
mantener viva la memoria de los mátires que entregan su vida por
causa del Evangelio y tambien la de los que la entregan en defensa de
los más débiles. Pero rescatamos aquí la "realidad” de la que
habla Sobrino y entendemos por ella toda manifestación
existente a favor de los más débiles y en contra del poder.
Por eso se incluyen dentro de esta realidad infinitas acciones
llevadas a cabo por personas cristianas, de otras confesiones o no
creyentes, que luchan contra el maltrato de sus semejantes al punto
de dar la vida por su causa, los que trabajan sin descanso por un
mundo más justo y que exponen su misma existencia aún con el
peligro de que se extinga.
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