Ángel Guerra Cabrera
El resultado de las
elecciones parlamentarias del 6 de diciembre en la República Bolivariana
de Venezuela constituye el más duro revés infligido al chavismo por la
contrarrevolución y el imperialismo.
Seguramente el gobierno bolivariano ha cometido errores de
importancia que contribuyeron a esta derrota y deberán ser evaluados por
sus líderes y por los militantes revolucionarios de ese país para
adoptar los correctivos que exijan. Es una tarea de ellos en la que no
me inmiscuiré.
Pero, más allá de eso, lo que muestra este desastroso desempeño
electoral es la creciente asimetría de condiciones en que se han visto
forzados cada vez más a desenvolverse los gobiernos de izquierda ante
los continuos torneos comiciales a que obliga la democracia
representativa, con el desgaste que ello implica. En su caso, no se
trata, como los gobiernos neoliberales, de limitarse a administrar el
sistema, subordinados a los dictados de creciente depredación y saqueo
de pueblos del capitalismo neoliberal y sus centros imperiales de poder
financiero; sino de construir un nuevo proyecto social.
Estas elecciones venezolanas se desarrollaron en un marco geopolítico
y una correlación de fuerzas distintos al de las 19 organizadas
anteriormente por el gobierno bolivariano.
Primero, la derecha y Estados Unidos han conseguido recomponerse
después de la sorpresa que les depararon la rebelión de las masas
populares de América Latina y el Caribe (ALC) contra el neoliberalismo y
sus importantes consecuencias. Entre ellas, el surgimiento de un líder
de la talla de Hugo Chávez y de otros de gran valía que llegaron a
ocupar la presidencia de varios países de la región, e iniciaron
procesos de redistribución de la riqueza orientados en lo externo a
romper la dependencia de Estados Unidos, impulsar la unidad e
integración latino-caribeña y la emergencia de un mundo multipolar.
Segundo, repuestas de la sorpresa y el susto que les produjo la nueva
realidad, esas fuerzas desencadenaron una contraofensiva con el
propósito de derrocar por distintas vías a los gobiernos posneoliberales
de ALC. La misma fue intensificada a partir del fallecimiento del
comandante Chávez, una pérdida cuyo carácter extremadamente sensible no
escapó a su percepción.
Tercero, ese accionar ha comprendido –con énfasis particular en el
caso venezolano– la aplicación del recetario de las llamadas guerras de
cuarta generación: guerras económica, diplomática y mediática, así como
otras formas solapadas o violentas de acción, legal e ilegal, incluyendo
la intervención del paramilitarismo en asesinatos de líderes populares y
la desestabilización interna. A la especulación del capital local e
internacional con los fondos financieros del gobierno bolivariano, el
acaparamiento y el desabasto se unió la caída de los precios del
petróleo, a todas luces una jugada de Washington contra Rusia, Irán y
Venezuela. Es este el factor que más daño hizo a la capacidad de
maniobra de Caracas ante el embate de la derecha local e internacional.
Como si todo esto fuera poco, cabe recordar que el presidente
Obama firmó un decreto el 6 de marzo de este año que calificaba a
Venezuela de
peligro para la seguridad nacional de Estados Unidos. Es con esta pistola en la sien y el acoso y agobio ya expuestos que concurrieron a votar este 6 de diciembre los venezolanos.
Cabe recordar que las revoluciones auténticas, como la bolivariana y
chavista, no surgen ni orientan su rumbo con arreglo a los tiempos o
eventos electorales. Sí, la derrota sufrida es de gran trascendencia. La
victoria electoral lograda por la contrarrevolución al obtener la
mayoría calificada en la Asamblea Nacional, le otorga una cuota enorme
de poder político que podría eventualmente permitirle el
desmantelamiento de los logros sociales del chavismo pero no significa
el fin de la revolución.
El chavismo, sujeto político fundamental de ella, está vivo y si se
mantiene estrechamente unido, explica al pueblo la gravedad de la
situación creada, traza una estrategia inteligente frente a la nueva
situación y construye una amplia coalición de fuerzas populares puede
recomponerse y preparar el contragolpe contra una derecha que va por
todo.
El momento en Venezuela, y en América Latina y el Caribe, es de
combate. Las fuerzas populares que lograron poner fin al ALCA en Mar de
Plata, crear el Alba, Petrocaribe, Unasur y la Celac, hacer que nuestra
región dejara de ser traspatio imperial, no se darán por vencidas y
pervivirán.
Twitter: @aguerraguerra
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