En la década pasada, los intercambios comerciales entre China y Latinoamérica se multiplicaron por 21
OMAL/La Marea
A lo largo de estos
últimos años se ha ido produciendo un contacto creciente entre China y
América Latina, en todos los ámbitos. En la década pasada, por ejemplo,
los intercambios comerciales entre ambas regiones se han multiplicado
por 21. El desembarco de China en territorio latinoamericano se ha
caracterizado por el desplazamiento y la absorción de firmas privadas
occidentales por gigantescas inversiones de compañías o consorcios
estatales chinos. Todo ello impulsado por un sistema de flujos
financieros de la banca pública china, que le permite a sus empresas
desembolsar grandes sumas y a los gobiernos de la región, financiar
inversiones sociales e infraestructuras. Entre 2005 y 2013, según el
Instituto de Gobernanza Económica Global de la Universidad de Boston,
China otorgó 102.000 millones de dólares en préstamos a América Latina.
A
pesar de que China está comprometida con el desarrollo de un nuevo
orden asiático a través de iniciativas como el Banco Asiático de
Inversión en Infraestructuras, no parece que esté descuidando la
cooperación Sur-Sur. Y es que China se ha consolidado como el segundo
socio comercial de América Latina, solo por detrás de Estados Unidos,
amenazando con restar al país norteamericano su clásico protagonismo en
la región.
China, la segunda mayor economía del mundo, ha encontrado en América Latina un excelente proveedor de las materias primas y los recursos energéticos
que necesita para alimentar su voraz desarrollo. Así, a las
importaciones del petróleo de Venezuela se le suman las del cobre de
Perú y Chile y la soja de Brasil y Argentina. Además, tanto Chile como
Perú han firmado tratados comerciales con China, mientras Colombia
avanza en las negociaciones y Brasil ha mostrado interés en sumarse a
estos acuerdos de “libre comercio”.
En el período 1990-2013, la
inversión total de China en los diferentes países de América Latina
ascendió a 51.000 millones de dólares. Estas inversiones se han
concentrado especialmente en sectores como la minería, los hidrocarburos
y la agricultura: entre 2010 y 2013 el 90% de la Inversión Extranjera
Directa (IED) china tuvo que ver con los recursos naturales, cuando en
términos totales de IED mundial en la región tan solo se dedicó el 25% a
este sector. Hay que destacar, además, que las inversiones en petróleo y gas
se realizan a través de cuatro empresas estatales, que han canalizado
un flujo de inversión de 30.000 millones de dólares. También están en
alza las industrias minera —con unas inversiones de cerca de 10.000
millones— y manufacturera —rondando los 2.000 millones—, un sector que
va en aumento y produce la destrucción de la pequeña industria local.
El
comercio entre ambas regiones se produce de la siguiente manera:
América Latina exporta materias primas a China —por un valor de 112.000
millones de dólares en 2013— e importa del país asiático manufacturas de
baja, media y alta tecnología. En 2014, el volumen comercial
chino-latinoamericano llegó a ser de 263.600 millones de dólares; el
valor del comercio bilateral se multiplicó 22 veces entre 2000 y 2014.
Con todo ello, China ha desplazado a la Unión Europea como el
origen de buena parte de las importaciones y el destino de las
exportaciones, quedando solo por detrás de Estados Unidos. Hasta la
fecha, los líderes latinoamericanos han apostado por esta relación
económica porque estaban cosechando superávits comerciales con el
aumento de los precios de las commodities; está por ver cómo va a
evolucionar dicha relación ahora que el escenario ha cambiado y países
como Perú, Argentina y Colombia registran déficit.
Introducción del yuan
Cuatro
meses después de que Pekín reuniera a los presidentes de América Latina
en el primer Foro de Cooperación China-CELAC, y prometiera 250.000
millones de dólares en inversiones durante los próximos diez años, el
viaje del primer ministro chino a la región intentó concretar
importantes proyectos en diferentes sectores. Durante su visita a
Brasil, Colombia, Perú y Chile —estos cuatro países representaron el año
pasado el 57% del volumen de comercio bilateral entre China y América
Latina—, Li Keqiang abonó la influencia china en la región a través del
cumplimiento de dos metas fundamentales: la transformación del mapa
económico latinoamericano para apuntalar el protagonismo de la región
Asia-Pacífico y el impulso del yuan en territorio sudamericano a través de Santiago de Chile como plataforma.
El
primer objetivo se alcanzó con los gobiernos de Brasil y Perú: se
pondrá en marcha la construcción de una red ferroviaria de más de 5.000
kilómetros para conectar los océanos Atlántico y Pacífico, con el fin de
aumentar los montos y la velocidad de los intercambios comerciales con
China. El segundo, por su parte, se impulsará con el lanzamiento de la
primera plaza financiera del yuan en América Latina. De este modo, en
medio de las urgencias que imponen unos precios de las materias primas a
la baja, el gigante asiático se presta a aumentar su influencia en la
región gracias a su demanda de commodities, su oferta de infraestructuras y su músculo financiero.
El
proceso de desaceleración de la economía china, la crisis financiera
global y las discusiones sobre el modelo de desarrollo en varios países
de América Latina han llevado a la exploración de otras formas de
relación y a plantear nuevos campos de cooperación entre ambas partes,
que tienen que ver con su aplicación en el desarrollo productivo y la creación de nuevos proyectos conjuntos (joint-ventures)
para producir en terceros países y para los mercados globales. Además,
fuentes diplomáticas chinas sugieren que “China y América Latina deben
incrementar su diálogo político sobre el devenir del mundo y el
reordenamiento internacional, especialmente sobre los llamados bienes
públicos globales, como el cambio climático, las transferencias de
conocimiento, la preservación de la riqueza marina, entre otros”.
¿Nueva potencia colonial?
En
los últimos años ha arreciado el debate sobre el papel de la presencia
de China en América Latina. Los análisis tienden a polarizarse entre la
mayoría de los gobiernos y los grandes grupos económicos, que lo ven
como una oportunidad, y muchos movimientos sociales, colectivos
ambientalistas, pueblos indígenas y pequeños empresarios, que ven en
todo ello la repetición de la actuación de EE.UU. y la Unión Europea en
el continente.
Los primeros se fijan, sobre todo, en el crecimiento económico registrado gracias a las materias primas, la
llegada de capitales para infraestructuras y la reducción de su
dependencia con respecto al mercado norteamericano, así como en que China no parece tener interés en subvertir el orden político
de los países de la región. A su vez, las organizaciones que mantienen
una postura crítica fijan su atención en el deterioro de la pequeña
industria local debido a la competencia de la mano de obra china y la
invasión de sus productos a bajo precio, que acelera procesos de
desindustrialización; la excesiva especialización de la región en
productos exportadores; el gran coste ambiental en deforestación, gases
de efecto invernadero y uso de grandes cantidades de agua que
representan muchos de estos proyectos; la conversión de sus países en
altamente endeudados del crédito chino y el aumento del cultivo de
productos transgénicos, entre otros.
No debemos olvidar, por otra parte, que la presencia de China en América Latina va acompañada de un aumento considerable de la represión
que ejercen los gobiernos sobre aquellos que osan cuestionar y
movilizarse en contra de esta situación, llegando a ser acusados de
“enemigos de la patria” y de estar en contra del bienestar general del
país. Los casos de represión contra las poblaciones peruanas que se
levantaron contra proyectos mineros y en Nicaragua contra la pretensión
de un nuevo canal interoceánico así lo ejemplifican.
Para estas
organizaciones, América Latina corre el riesgo, además, de quedarse
anclada en una especialización tradicional en bienes primarios, con
pocas posibilidades de adquirir nueva tecnología y diversificar su
producción exportadora, y con un alto coste en impactos sociales y
ambientales que repercuten intensamente en la cultura propia de los
países latinoamericanos. Así, una vez más, se plantea la necesidad de cuestionar el modelo de desarrollo
que se quiere implementar, y cómo hacer compatibles los niveles de
consumo e infraestructuras con la lucha contra la pobreza y la
protección social y ambiental. Porque, vale la pena preguntarse, ¿es la
relación de América Latina con China un nuevo modelo a seguir o es más
de lo mismo?
Luis Nieto Pereira (@NietoLua) es coordinador de Paz con Dignidad.
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