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sábado, 7 de enero de 2012

ALEPH: Compasión a la carta

Carolina Escobar Sarti

Es tan criminal el que roba desde su cómoda oficina en un banco como el que entra a robar a una casa o roba a mano armada en la calle. Claro que las buenas costumbres mandan llamar al primero “presunto inocente hasta no probar lo contrario”, mientras que consideran a los otros “criminales socialmente peligrosos”. El hecho es que la manera en que varios de los inculpados por el caso Bancafé fueron capturados en diciembre pasado motivó que algunas voces se alzaran compasivamente por ellos.

No estoy de acuerdo con este tipo de procedimientos, sobre todo cuando una persona sindicada se presenta voluntariamente ante la justicia. Pero voces que jamás se alzaron por la manera violenta en que sacaban a jóvenes para el reclutamiento forzoso cualquier día del año, o que nunca se pronunciaron por la forma violenta en que sacaron a tantos de sus hogares a mitad de la noche frente a toda su familia, para después ejecutarlos extrajudicialmente sin que mediara ningún juicio justo, ahora se compadecen por lo sucedido a quienes son sindicados de delitos mayores. A esto llamo yo compasión a la carta.

Cosas como estas, asociadas a interpretaciones arbitrarias y antojadizas de la ley, le han hecho mucho daño a este país. Algunos se preguntaron, también, por qué hasta ahora actuó el Ministerio Público (MP). Quizás no recuerdan que, aunque los hechos se dan hace ya cinco años, no es sino hasta el 2009 que se pone una denuncia en el MP, cuando la actual Fiscal General aún no estaba al frente de esa institución. El equipo anterior del MP se llevó mucho tiempo en reunir toda la documentación pertinente, y nunca terminó de analizarla, quizás porque no se consideró tema prioritario o por la enorme cantidad de trabajo que implicaba. El año pasado se concluyó el proceso en el MP y se hizo un rechequeo con auditorías forenses propias. Fue hasta entonces cuando se delimitó el delito y se procedió.

Este caso trae a colación mucho más de lo que superficialmente deja ver; desnuda, por ejemplo, una legislación nacional que sobreprotege a la banca privada en detrimento de la banca central, obligada a pagar con el dinero de la ciudadanía, los elotes que unos pocos empresarios fraudulentos se comen. Si un banco privado quiebra, el banco central sale a cubrirle las espaldas. Para mí, esta siempre ha sido una práctica retorcida del neoliberalismo que despotrica contra el Estado pero, parasitariamente, le chupa la sangre.

Por otra parte, está el silencio de las autoridades de la Superintendencia de Bancos alrededor del caso, tanto antes de que se destapara públicamente como cuando esto sucedió y posteriormente. Entre las funciones de la Superintendencia está el anticiparse, vía la fiscalización del desempeño de cada entidad bancaria, a cualquier hecho como el sucedido con Bancafé. Es preciso el ejercicio de la regulación por parte de este tipo de instancias, para cerrarle el paso a un sistema de sobornos, ilegalidades, tráfico de influencias y otras formas ilegítimas de poder que no generan confianza entre la ciudadanía y debilitan al Estado.

Pero más allá de los delitos patrimoniales cometidos por ladrones de cuello blanco está el factor humano. ¿Qué hay de las personas que cometieron suicidio a raíz de haber perdido todo el capital ahorrado durante una vida? ¿O de las depresiones de cuentahabientes que aún siguen con vida pero completamente despojados de un capital que por derecho solo a ellas y ellos pertenece? “Ojalá seamos dignos de la desesperada esperanza”, deseó Eduardo Galeano de cara a un 2012 que inicia.

“Ojalá podamos ser desobedientes, cada vez que recibimos órdenes que humillan nuestra conciencia o violan nuestro sentido común. (….) Ojalá podamos mantener viva la certeza de que es posible ser compatriota y contemporáneo de todo aquel que viva animado por la voluntad de justicia y la voluntad de belleza, nazca donde nazca y viva cuando viva, porque no tienen fronteras los mapas del alma ni del tiempo.” Ojalá, porque Guatemala ya merece mejores derroteros.

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