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sábado, 15 de octubre de 2011

La toma de Wall Street (por etapas)



Ilán Semo
La inversión de las signaturas.- Wall Street ha vuelto al cronoscopio de la escena mundial. Primero fue en 2008 como el epicentro de una crisis financiera que, desde hace un año, ha empezado a cobrar facturas en los más diversos ámbitos de la economía. Todo comenzó con el colapso de las hipotecas. Siguieron las aseguradoras y los bancos. Los estados centrales reaccionaron cortando el gasto público para salvar lo insalvable: empresas congestionadas por la reducción de mercado. Y finalmente, a partir de 2010, la crisis ha empezado a paralizar la producción y el consumo general. Si alguien creía que el término sistema pertenecía a los anacronismos del siglo XX, una franja considerable de los jóvenes de Estados Unidos y Europa, objetos/sujetos c del no-empleo, lo han redescubierto como una pesadilla. Si hasta 2008 la vida transcurría bajo la esperanza o la administrable angustia de cómo optimizar el sistema en favor de los sueños individuales, cómo encontrar la mejor puerta para ingresar a él, en 2011 esa franja se despierta con la noticia de que el sistema está evaporándose, casi desmantelándose a sí mismo. No sólo no hay cómo entrar, sino que ya no hay puertas a secas.

Desde septiembre de 2011, Wall Street ha devenido el sitio de otro epicentro: el centro de una crisis ahora político-simbólica. Cierto, el método de la multitud ocupante data de la plaza Tahir en El Cairo y de los indignados de la Puerta del Sol de Madrid, pero la revuelta estadunidense es distinta: en la mira de Ocupa Wall Street se encuentran no las signaturas del orden político, sino los iconos arquetípicos del gran santuario del capital.

Hay algo que nadie previó en el hipercapitalismo: el mercado hizo tanto por desmantelar la centralidad de lo político que finalmente acabó por situar a sus símbolos, ya sin mediación alguna, en el focus del encono. Ni en los mejores sueños utópicos del socialismo del siglo XX, el capitalismo tendría que enfrentar un reto de in-representación de esta naturaleza.

La nueva ira.- En Algo anda mal Tony Judt describió meticulosamente los grados de pauperización por los que ha atravesado en la pasada década 40 por ciento de la población estadunidense. Primero una pauperización absoluta. 1) Los que se encuentran en la escala inferior de los ingresos son los que más padecen de sobrepeso (y de las afecciones que acarrea). Comer sano en Estados Unidos cuesta hoy bastante caro. Esa mayoría descarrilada se alimenta de carbohidratos. 2) Los más pobres mueren antes, mucho antes. El dilema no es sólo el acceso restringido a la seguridad social, sino que los nuevos tratamientos y medicamentos sólo están disponibles para quienes cuentan con seguros de alto costo. 3) Vista desde la perspectiva de la movilidad social, la educación se ha vuelto un vía crucis: una carrera en un college público es una vía casi segura al desempleo.

Las estadísticas abundan en una demografía que no sólo margina a una parte ya sustancial de la población, sino que la vuelve espectadora de su propia marginación.

Pero Judt habla de un síntoma más severo: una sociedad que ha borrado del catálogo elemental de sus principios la posibilidad de argumentar cómo se puede salir de esta situación. El capitalismo salvaje trajo consigo no sólo una revolución tecnológica (la digitalización del mundo) y de flujos (la globalización), sino un reorden cultural e ideológico. Ese invento llamado individuo volvió ahora como la fantasmagoría de un destino.

No es casual que la multitud ocupante de Wall Street pasó de la ocupación de la calle al asedio a las residencias de quienes son los personajes reales y conceptuales de esta historia: quienes han capitalizado una economía que, al menos en la percepción pública, aparece como un mercado del saqueo (el concepto es de Max Weber) y no como el fruto de méritos propios.

Los cálculos subterráneos.- Los críticos de Ocupa Wall Street se burlan de sus activistas con un doble anatema: dreaming zombies (zombis soñadores). El zombi, que es la pesadilla del muerto vivo, se pasea ahora por las calles de los templos del capital, pero en calidad de un ente melancólico. Lo más probable es que los únicos soñadores hoy sean quienes creen que las cosas seguirán siendo indefinidamente como lo habían sido hasta ahora.

La fuerza de esa rebelión, que simbólicamente ha desacralizado la certidumbre que alimenta la utopía arquitectónica de ese centro financiero, se halla acaso en los pisos subterráneos no de las alacantarillas (que es donde cinematográficamente aparecen los zombis), sino de las redes sociales del mundo digital. Millones de tweets, de mensajes en facebook y de correos electrónicos garantizan que la multitud ocupante tenga serias oportunidades de convertirse en una multitud virtual. ¿Cómo afectará la crisis a los ratings de los candidatos que se disputarán la presidencia en Estados Unidos? Sin duda quedarán afectados. Pero sobre todo afectarán la conciencia de un sistema basado en la invulnerabilidad de sus certidumbres, que son precisamente las que han fijado la idea de un “Estados Unidos seguro (safe)”.

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