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lunes, 6 de diciembre de 2010

Los efectos del invierno y de las improvisaciones

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"Las familias afectadas, en su gran mayoría, son las mismas que sobreviven ahogadas en pobreza, falta de tierra, desempleo, vivienda inadecuada, ingresos insuficientes"

Resumen Latinoamericano/Desde Abajo/Alba TV - El agua está cubriendo todo el país. Día a día, desde diversas coordenadas del territorio nacional, se informa de nuevas poblaciones cubiertas por ríos como el Magdalena, el Cauca y muchos más.

Las imágenes que transmite la televisión impactan, pero las familias afectadas, en su gran mayoría, son las mismas que sobreviven ahogadas en pobreza, falta de tierra, desempleo, vivienda inadecuada, ingresos insuficientes. Sin duda, muchas de ellas desplazadas de la primera, la segunda o la actual ola de violencia que sacude al país, y bajo la cual millones sufren el robo de su tierra y su techo.

El invierno llegó con todo al país, pero ya se sabía que en 2010 sería más intenso, pues se cuenta con el efecto de La Niña, que reproduce las lluvias por efectos de vientos llegados desde el océano Pacífico. Si esto se sabía, si se conocía que estaríamos sometidos a ese fenómeno hidrometeorológico, lo que vivimos es además falta de prevención, desidia gubernamental, y los efectos innegables de un modelo que niega el derecho a vida digna para la mayoría de quienes habitan Colombia. Los datos oficiales hablan ahora de 1.600.000 damnificados, 174 muertos, 19 desaparecidos y 225 heridos, datos que no tienen en cuenta a los afectados por el deslizamiento de tierra sobre el barrio La Gabriela, de Bello (Antioquia), donde las víctimas pueden pasar de 150.

Los vientos y el agua se suman a las precarias condiciones en que viven miles de familias colombianas, las cuales, ante la concentración de la tierra y la riqueza en pocas manos, se tienen que recostar al lado de las montañas, aruñando un pedazo de tierra para levantar en ella sus viviendas, para garantizarles protección a los integrantes de cada una de estas familias.

El invierno no cae sobre la nada. “Ni la variabilidad ni el cambio climáticos hacen su aparición en escenarios en blanco sino en territorios sobre los que ya pesan múltiples amenazas de carácter natural (como los terremotos y las erupciones volcánicas), o de origen directa o indirectamente humano, como los deslizamientos y las inundaciones debidas al manejo inadecuado de las cuencas hidrográficas”.

Dirigentes sinvergüenzas

Apenas iniciado el invierno, y con los primeros cientos de miles de afectados, el anuncio de las autoridades oficiales fue realizar colectas para poder atender a las víctimas de los desastres naturales, pero también, como ya lo dijimos, reflejar la falta de planeación y de la evidencia de un modelo económico y social que no responde sino por la minoría.

El llamado ha sido reiterativo. Un Estado con un presupuesto anual de 148 billones de pesos, en su mayoría destinado a pagar deuda externa y sostener un guerra que quieren llevar hasta el extremo del arrasamiento del enemigo, lo primero que hace cuando ve que el invierno arrecia es acudir a la colecta pública, nacional e internacional. Y en televisión aparecen los ‘dadivosos’ banqueros, beneficiarios de las prebendas de un sistema totalmente financiarizado, que ganan al año 10 billones de pesos, entregando mil o dos mil millones de aporte deducibles de la renta, para que por sus ‘generosidades’ sean presentados como héroes de la beneficencia pública. Y para mostrar “todo el esfuerzo hecho”, ahora dice el propio Ministro de Gobierno que están raspando la olla.

¡Estado limosnero!

Estamos ante una actitud sinvergüenza. Se acude a la ‘solidaridad’ de una sociedad sometida a un sistema impositivo que le cobra más al que tiene menos y beneficia con subsidios a quien más tiene. Con esa ‘Solidaridad’ se busca despertar sentimientos explotando la tristeza y el dolor de cientos, de miles, inundados bajo la potencia de los ríos.

Ahora el Presidente dice que “esto nunca nos había pasado en nuestra historia”, pero no es cierto. Aunque en menor intensidad, año tras año el país, y en éste lo más pobres, sufren las consecuencias del invierno pero también del verano. Como dice Gustavo Wilches-Chaux, “somos un país inadaptado al invierno, pero también al verano”. Y somos así por ausencia de planificación, por la concentración de las mejores tierras en pocas manos, por la falta de una organización del territorio que se lleve a cabo a partir de pensar en el ser humano y no en cómo se favorece a unos cuantos ricos.

Dan vergüenza estos dirigentes nacionales, tan sensibleros a la orden de un desastre que se podía prevenir. Dan vergüenza cuando se les mira en el espejo de la vida presente y pasada, cuando miramos que otros países –a pesar de no tener la variedad de recursos e inmensas posibilidades que se tienen en Colombia–, ante fenómenos naturales como los huracanes, tienen la capacidad de proteger a toda su población, reubicándola, llevándola a albergues temporales, etcétera, todo dentro de un sistema social y político donde lo fundamental es el ser humano y no la propiedad de las cosas.

El país está bajo agua. Pero lo que también está totalmente anegado es el modelo económico, social y político que ha permitido que los efectos del invierno se traduzcan en tragedia y, cómo no, están totalmente ahogados los dirigentes de ese modelo que ahora se refugian, para ejercer su mandato, en aquellos a quienes siempre desprecian.

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