En un rapto de inspiración José Mujica definió a la perfección los cambios generados en la ideología del Frente Amplio: “Cuando era joven quería cambiar el mundo, hoy me conformo con arreglar la vereda de mi casa”
¿Conformarse con arreglar algún desperfecto alcanza para definirse de
izquierda? ¿El gobierno aplica un programa de izquierda? ¿Es relevante
esta definición?
El problema de las palabras
El uso
de esta palabra en el debate político es motivo suficiente para
justificar su esclarecimiento. Como siempre conviene ir a los orígenes,
el problema se plantea con el mito que se ha establecido con respecto al
origen de la palabra izquierda. Se nos dice que surge del lugar que
ocuparon en la revolución francesa aquellos que enfrentaban al rey y
defendían el poder de la asamblea legislativa. A partir de allí se
llamaría izquierda a quienes propendían al poder popular en contra de
las instituciones del feudalismo.
Esta explicación es floja por
dos motivos. Primero porque la palabra izquierda fue utilizada
anteriormente. En la Persia del año 900 algunos intelectuales predicaban
la lucha de los pueblos oprimidos, una mejor distribución de la riqueza
y el establecimiento de una “ciudad de la razón” y en los textos de la época se usaban las palabras “izquierda”, “derecha”, “revolución” y “reacción”.
Seguramente el estudioso de culturas anteriores encontrará las palabras
izquierda y derecha en el sentido en que la entendemos nosotros, los
franceses de la revolución y los persas del año 900.
El segundo
motivo que informa de la pobreza de este mito es que no explica por qué
diablos los enemigos del feudalismo se sentaron a la izquierda y no a
la derecha. Éste es un buen ejemplo para echar por tierra el argumento
de quienes afirman que el signo es arbitrario, es decir, que repetimos
una palabra porque alguien arbitrariamente le asignó un sentido y por lo
tanto la palabra no tendría vínculo en sí con la cosa que nombra.
Este problema de la arbitrariedad o naturalidad del signo es cualquier
cosa menos intrascendente, pero de momento señalemos que los enemigos
del feudalismo optaron por sentarse a la izquierda pues entendieron que
la izquierda significaba enfrentarse a lo usual, es decir, al orden
establecido, habida cuenta que lo usual es que la gente use la mano
derecha y por eso la derecha se considera lo correcto, la forma en que
giran las manecillas del reloj, lo natural, lo “diestro”, al contrario
que la izquierda, lo “siniestro”, lo diabólico, pues Jesús se sienta a
la diestra de Dios Padre y los musulmanes comen con la mano derecha y
usan la mano izquierda, la impura, para otros menesteres menos heroicos.
Así que nosotros, después de los franceses y los persas y vaya a saber
uno desde cuándo, usamos la palabra izquierda para referirnos a quienes
luchan contra el orden establecido, no porque arbitrariamente alguien le
encajara ese significado, sino porque nos parece harto natural llamarla
así y así prevalecen ciertas palabras, de igual manera que si en una
selva se trazan dos caminos, tiende a prevalecer naturalmente y por el
uso el camino más corto mientras el otro será cubierto por el follaje.
¿El FA aplica un programa de izquierda?
El signo elocuente de la globalización es un movimiento de tijeras: por
un lado, y al alza, las trasnacionales traspasan las barreras
nacionales apropiándose con especial énfasis de los recursos naturales,
acentuando la división entre países ricos y países empobrecidos e
incrementando la concentración de riqueza y poder en pocas manos. Jamás
en un ningún otro régimen histórico tan pocos fueron dueños de tanto.
La otra punta del movimiento de tijeras, y a la baja, son Estados que
pierden soberanía ante el empuje de las trasnacionales y ante
instituciones internacionales, mientras en el plano ideológico se asume
esta penetración y esta inaudita concentración de riquezas como algo
natural, al extremo de considerarse el programa económico vigente como
el único posible. Nunca, en toda la historia de los siglos XIX y XX
estuvo tan debilitada la crítica a un orden social injusto y el reclamo
por un reparto equilibrado de la riqueza generada por el hombre.
Así que mientras la concentración de riqueza aumenta, la lucha por el
reparto de riqueza se debilita, favoreciendo precisamente la
concentración de riqueza. Este debilitamiento de la posición igualadora,
la pretensión de los plebeyos por apropiarse de la riqueza que generan,
se ve reforzada por la estrepitosa derrota de las revoluciones
socialistas y de los progresismos en nuestro continente.
La
derrota de los progresismos es doble: no sólo vienen siendo barridos del
poder, sino que incluso antes fueron barridos ideológicamente al
aplicar los programas económicos cuya crítica los llevó al poder, y esta
claudicación ideológica es la que refuerza la idea de que no existe, no
tiene derecho a la existencia por considerarse irreal, un programa
económico alternativo al que se aplica en nuestros países en los últimos
cuarenta años.
¿Cuál es el programa que impulsa el Frente
Amplio? El Frente Amplio carece de un plan de desarrollo nacional. En la
agenda política no se incluye este problema, habida cuenta que la
oposición también carece de un pan de desarrollo nacional. Mientras
tanto, en ausencia de un plan, se apuesta a la industrialización que
traería aparejada la inversión extranjera, la gran “dinamizadora” de
nuestra economía.
La inversión extranjera, desde que se le
abrieron las puertas, no ha dinamizado nada en absoluto, al contrario,
mientras goza de exoneraciones tributarias y beneficios por doquier, ha
primarizado nuestra economía y se ha apropiado de los principales rubros
de producción, ampliando la fuga de capitales. A modo de ejemplo, tres
empresas extranjeras, las principales latifundistas, poseen 997.000
hectáreas, es decir, superan reunidas al departamento de Treinta y Tres:
Eufores, 369.000; UAG 320.000 y Stora Enso 308.000.
Esta
apropiación de recursos trae por añadidura la erosión de la República y
del principio de igualdad ante la ley, toda vez que se pactan acuerdos
secretos, se aceleran trámites de habilitación sin estudio previo, se
exonera de tributos que el resto paga religiosamente, se resigna
soberanía jurídica, se pacta una paz sindical a medida y se permite la
injerencia de empresas privadas en la educación pública.
Al
mismo tiempo, el gobierno estimula una agenda de derechos basada en el
principio de la desigualdad ante la ley, una cortina de humo que no
mejora la vida de las minorías y en cambio acentúa la atomización de la
sociedad.
Pretender hacer girar las manecillas del reloj en otra
dirección es cosa del pasado. La reforma agraria una vez propugnada se
ha convertido en una antireforma agraria; la nacionalización de la
banca, en una privatización de la banca y bancarización forzosa; la
igualdad ante la ley, en una desigualdad ante la ley. Sin embargo, con
ser bastante, esto no es todo. Mientras la educación pública cae en
picada y se distancia de la educación privada, aumentan los delitos y
barrios enteros son dominados por el narcotráfico. Nuestra sociedad
asiste a un proceso de colombianización.
¿Pero cuál es el plan
del gobierno y la oposición para revertir este proceso por el cual cada
vez más gente adopta formas de vida antisociales? Así como en el terreno
económico, no hay plan. Se administran unas chirolas populistas para
asistir a los más carenciados y apenas el Estado vea disminuidos sus
ingresos por la suicida apuesta a la producción de bienes primarios,
estallará la bomba de tiempo con consecuencias insospechadas.
¿Por qué fracasaron las revoluciones socialistas y los progresismos?
Las revoluciones son irrupciones democráticas donde miles de individuos
anteriormente apáticos, se lanzan a la actividad política para imprimir
un nuevo rumbo y generando para ello nuevas instituciones democráticas.
Ante los innumerables problemas que deben afrontar, como una
invasión extranjera y un descalabro en la producción, la única
posibilidad de triunfo de las revoluciones es mantener y estimular estas
nuevas instituciones democráticas para dejar que se liberen todas las
fuerzas constructivas que anidan en una sociedad, las cuales normalmente
no se activan, y para eso, para optar por el mejor camino y aprender de
los errores, es imprescindible la lucha de ideas.
Ahora ¿por
qué los revolucionarios abandonan la democracia que las impulsa al poder
y cavan de esa manera su propia tumba? Sea cual fuere la respuesta a
esta interrogante, no puede excluir el hecho de que los revolucionarios
no han construido aún un sistema de ideas suficientemente fuerte como
para no ser absorbidos por la ideología dominante, o si se quiere, la
ideología dominante tiene un poder de resistencia suficiente como para
contrarrestar los embates que ha sufrido hasta ahora.
Si el
sistema ha podido contrarrestar estas impresionantes irrupciones
democráticas ¿qué decir de su capacidad para contrarrestar el tímido
empuje de los progresismos? Habida cuenta del desgaste de los partidos
que habían llevado a cabo la apertura a los capitales trasnacionales, el
progresismo alcanzó el gobierno para abandonar ipso facto el discurso
crítico que lo llevó al gobierno y convertirse, de esa manera, en el
nuevo partido de las trasnacionales. En ese sentido, y desde ese
específico punto de vista, no existiría tal diferencia entre derecha e
izquierda, las dos caras de la moneda del sistema, un “recambio” por
birlibirloque que permite la continuidad del modelo.
Como muy
bien dijo en el 2005 en Washington el viceministro de Economía, la
ventaja de que el Frente Amplio estuviera en el gobierno es que no se
llevarían a cabo plebiscitos contra las privatizaciones.
¿Es posible contrarrestar el movimiento de tijeras?
El tsunami de las trasnacionales con la consiguiente merma de la
democracia ha generado en distintos lugares el movimiento de indignados,
que aun con todas las debilidades que se les quiera señalar, son un
claro indicio de tensión cuando plantean que “ Somos el 99% frente al 1%” .
En tanto la apropiación de recursos exige una erosión de las soberanías
nacionales en lo económico, jurídico e ideológico, son factibles de
sumarse a la lucha contra la avanzada del capital una amplia gama de
sectores que sienten como un peligro esta múltiple erosión de la
soberanía.
Esto obliga a un reacomodamiento de la izquierda, que
en términos ideológicos erra como un ciego al borde del abismo. Un
ejemplo paradigmático de esta confusión es la política seguida por “La diaria”
: por un lado plantea una crítica al acuerdo con UPM, la mayor entrega
de soberanía desde la apertura democrática; por el otro realiza una
penosa tarea de desprestigio contra el movimiento de autoconvocados, sin
considerar que precisamente el movimiento de autoconvocados critica la
extranjerización de tierras y los desiguales beneficios que se le
otorgan a la inversión extranjera.
No viene a cuento si todos
aquellos que se autodenominan de izquierda lograrán entender o no la
principal contradicción de nuestra época. Lo que sí viene a cuento es
que el entusiasmo que generó el acceso al gobierno del Frente Amplio,
luego de 13 años de una magna obra, se ha convertido en un profundo
suspiro de desencanto. De ahí la necesidad de revalorizar el significado
de la palabra izquierda y de pensar en esa amplia gama de sectores
dispuesta a pelear por la soberanía.
El capital concentra
riquezas y planifica, como planificó con la ley de forestación y zonas
francas la implantación de las pasteras, esos pulpos extractores con
infinidad de tentáculos llamados eucaliptus.
Mientras el
capital ensucia los océanos con plástico y arrasa las selvas, no sabemos
con exactitud a dónde nos llevará esta progresiva información y control
sobre cada uno de nosotros, este ataque a la libertad de expresión, a
la palabra y el humor, este empastillamiento progresivo, esta negación
de las diferencias biológicas y en suma, este peligrosísimo ataque al
deseo del hombre.
El capital concentra riquezas y planifica y,
al igual que un cáncer, va por más y no se detiene. Si no enfrentamos
este tsunami, deberemos despedirnos de las repúblicas y de algunas otras
cosas más elementales.
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