The Guardian / El Diario
Hasta no hace tanto, Barack Obama seguía tragándose el cuento de Mark Zuckerberg sobre unir al mundo |
Barack
Obama y Mark Zuckerberg durante un encuentro de Facebook en Palo Alto,
en el año 2011 / AP: Marcio Jose Sanchez MARCIO JOSE SANCHEZ
Hace
unas semanas, el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, vino a
Washington para absorber la ira del Congreso de EEUU, enfadado por la
manera en que su empresa permitió a la consultora política Cambridge
Analytica recoger los datos personales de millones de confiados usuarios
de Facebook.
Algunos congresistas entendieron que la indignación
debe ser aún mayor porque el principal objetivo de la compañía de
Zuckerberg es espiarnos. Entendieron que nos rastrea mientras navegamos
por Internet. Que controla las noticias que ven los usuarios. Que a
fuerza de adquisiciones se queda con sus competidores y opera
prácticamente como un monopolio. Que esta corporación panóptica (yo
mismo uso sus servicios a diario) tiene más poder, político y cultural
del que ninguna empresa privada debería tener. Como dijo Zephyr Teachout, Facebook es "un peligro para la democracia".
Una
vez comprendido esto, algunos miembros del Congreso fueron bastante
duros con Zuckerberg. Verlo retorcerse bajo el escrutinio de Washington
me recordó otra conversación muy diferente en el verano de 2016 entre el
joven multimillonario y un cargo electo, cuando imperaba una idea más
luminosa de Facebook entre la clase ilustrada estadounidense.
El
escenario era la Cumbre Empresarial Global que todos los años celebra
el Departamento de Estado de EEUU. El cargo electo era el presidente
Barack Obama y el objetivo del encuentro, al parecer, hacer publicidad a Facebook como un maravilloso facilitador de relaciones humanas básicas.
Sentado
en un panel junto a empresarios de todo el mundo, el presidente de
Estados Unidos regaló a su amigo Zuckerberg una fácil pregunta sobre
cómo Facebook había “creado esta plataforma para el emprendimiento en
todo el mundo". El consejero delegado de Facebook, vestido con su
humilde disfraz de vaqueros, camiseta y zapatillas, se esforzó por
informar a todo el mundo de que lo animaban ideales de alto nivel.
"Cuando estaba comenzando", murmuró, "me preocupaba profundamente poder
dar una voz a todos, y dar a la gente las herramientas necesarias para
compartir todo lo que les importaba, y unir a la comunidad...".
Ningún
maleducado senador intervino para interrumpir el mensaje de propaganda.
Como si lo hubiera hecho por su fe en la bondad humana, Zuckerberg
siguió describiendo sus esfuerzos para conectar a todo el mundo a través
de Internet. "Es esta profunda creencia de que estás tratando de hacer
un cambio, que estás tratando de conectar a la gente en el mundo, y
realmente creo que si haces algo bueno y ayudas a la gente, entonces en
algún momento alguna parte de ese bien regresa a ti. Puede que no sepas
de antemano lo que va a ser, pero en el trabajo que hemos desarrollado
ese ha sido mi principio rector".
De acuerdo, así es como
funciona. Las gigantescas inversiones corporativas en verdad son actos
de generosidad. Los líderes empresariales de buen corazón, cuando las
hacen, están pensando que serán recompensados con el karma. Ese es el
"principio rector".
Lectores, esto lo que se escuchó decir al presidente cuando Zuckerberg terminó esa egoísta homilía: "Estupendo".
No
menciono todo esto para sugerir que Obama participase en una maniobra
de lavado de cara de las grandes corporaciones, sino para recordar a los
progresistas y demócratas que, hasta hace muy poco, así éramos los
progresistas. Nos tragamos el cuento. Nos creímos el bombo publicitario.
Pensamos que Facebook no era un "peligro para la democracia". Facebook
era la democracia.
¿Se acuerdan? La campaña de 2008 que llevó a Obama a la Casa Blanca fue descrita por los iluminados como "las elecciones de Facebook". Vimos a un gestor de redes sociales, hábilmente ayudado por un cofundador de Facebook, llevar a Obama a ganar la presidencia organizando comunidades, ¡organizándolas en Internet! Combinar el idealismo de la unión y la impresionante visión de futuro fue demasiado para los tozudos y egoístas republicanos.
Allá
donde iba Internet, también iban los mercados, el espíritu empresarial y
la liberación. Esa era la tesis del Departamento de Estado de Obama,
dirigido por Hillary Clinton. Ella fue la que dijo que la nueva misión
del Departamento de Estado era llevar la "libertad a Internet"
(introdujo el concepto en un discurso pronunciado,
irónicamente, en un museo de periodismo). Tenía la intención de superar
la censura estatal y luchar contra los tiranos del mundo usando el "enfoque del capital riesgo".
Fui
bombardeado de manera inolvidable con el tecno-optimismo progresista
durante un acto de la Fundación Clinton en marzo de 2015 en el que una
oradora aclamaba a las redes sociales como aliadas y liberadoras de la población femenina del planeta. Piensen en la forma en que Obama se rodeó de gente trasplantada de Silicon Valley en los últimos años de su Administración; o en la campaña de Clinton de 2016, dirigida por un algoritmo, o en la rumoreada intención de Clinton de convertir a la número dos de Facebook, Sheryl Sandberg, en su secretaria del Tesoro.
Pero
entonces todo se dio la vuelta. En lugar de derrocar regímenes
desagradables de Oriente Medio, Internet sirvió para tumbar a los
camaradas del Partido Demócrata. Resultó que hasta un canalla obtuso
como Donald Trump era capaz de tuitear. Unos correos electrónicos
equivocados causaron innumerables dolores de cabeza. Los malvados trolls
rusos publicaron artículos delirantes en Facebook. Y para terminar,
Cambridge Analytica, recogiendo los datos personales de las personas...
Qué ingrato resultó ser Internet.
El Partido Demócrata está hoy en
una encrucijada. Espero que la terrible experiencia de 2016 les haga
pensar dos veces antes de renovar su fe en la Primera Iglesia de Silicon
Valley. Tal vez, al fin, ya estén listos para pensar un poco más qué
significa la palabra democracia. Para defendernos, por fin, a nosotros,
los vigilados.
Traducido por Francisco de Zárate
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