Los
críticos del pensamiento racional consideran que este tiene una base de
sustentación muy rígida por su interpretación casi inflexible del mundo
que nos rodea, y ello limita su acceso al campo de las emociones y las
percepciones.
Sin embargo, sucede todo lo contrario, pues
la interpretación del mundo y los fenómenos que lo hacen ser tal, es
primero una sensación, luego una percepción y finalmente una
materialización, y es importante tenerlo en cuenta.
Precisamente
por esas características es tan difícil asaltar el pensamiento racional
desde la cotidianidad de la persona humana, aunque se haga incluso
imbuido o al influjo de la cultura del miedo, “fuente de todo lo que es
malo en el desarrollo de nuestra especie” como diría mi amigo panameño
Guillermo Castro.
Hacer creer al mundo que Estados Unidos
se retira del acuerdo nuclear con Irán porque el pacto es insuficiente
cuando la casi totalidad de los firmantes: Reino Unido, Francia,
Alemania, China y Rusia, opina todo lo contrario, es un intento de
asaltar el pensamiento racional con objetivos inquietantes.
Puede
ser, y es probable que así sea, una reacción de la cultura del miedo
que suele emerger en sociedades muy desarrolladas cuando los niveles de
bienestar son muy altos y hace desconfiar a las clases encumbradas hasta
de su propia sombra. Nadie quiere perder lo que posee, sea mucho o
poco.
Es muy sospechoso que casi simultáneamente a la
firma del decreto de Donald Trump para romper con el acuerdo nuclear, el
ejército de Israel atacara con misiles el oeste de Damasco y una base
de la fuerza aérea siria donde murieron siete colaboradores iraníes.
Lo
más absurdo es la justificación de que los bombardeos se ordenaron bajo
la presunción de la inteligencia sionista de que, después de la firma
de la salida de Estados Unidos del acuerdo nuclear, Israel sería blanco
de ataques con cohetes y que Irán tomaría represalias.
Sin
embargo, el mando israelí ya había aumentado sus medidas de seguridad a
lo largo de la frontera con Siria, y a un despliegue militar sin
precedentes había añadido más baterías anticoheteriles de Iron Dome en
toda la región norte, lo cual indica que Tel Aviv conocía lo que se
fraguaba en la oficina oval de la Casa Blanca.
Japón, que
no es firmante del pacto, y único país en el mundo víctima de dos bombas
atómicas lanzadas innecesariamente por Estados Unidos en Hiroshima y
Nagasaki, pidió a Trump que no se saliera del pacto, y apoyó la actitud
de Europa de mantenerlo.
¿Por qué contra opiniones tan contundentes Trump insistió en abandonar el pacto, y solo es apoyado por Israel y Arabia Saudita?
Trump
considera que el pacto es un acuerdo malo simplemente porque no se
ajusta a sus criterios de que a la Revolución islámica hay que
derrotarla y pactar con Teherán es como admitir un fracaso de su
política militar y diplomática en Medio Oriente y la de sus socios
israelíes y sauditas.
Pero la cuestión verdadera radica en
que la Casa Blanca y el Pentágono están descubriendo ahora lo que el
Vietcong les vaticinó hace más de 40 años cuando advirtieron que Vietnam
era el último punto de la expansión norteamericana y que a partir de su
derrota en los arrozales indochinos comenzarían a recogerse sobre sí
mismos como lombriz de tierra.
Eso ha venido ocurriendo
desde entonces, aunque tal vez de manera casi furtiva pues, como anotara
mi amigo panameño Guillermo Castro, Estados Unidos no ha ganado ninguna
guerra desde 1945, en el sentido en que Sun Tzu definía a la victoria
como "el control del equilibrio".
Realmente no lo ha
logrado en las siete guerras de Estados Unidos en curso en Irak, Siria,
Afganistán, Pakistán, Yemen, Somalia y Libia –todas posteriores a
Vietnam- que son en sí mismas expresiones de un debilitamiento del
sistema social capitalista, no de sus fortalezas, pues si no recurre a
la fuerza bruta, el modelo no logra sus metas por valor propio.
Y
allí está presente en las grandes potencias capitalistas que han
participado en ellas, la cultura del miedo, que no es nueva ni propia de
Trump.
Ese temor, casi idéntico al que sacudió a los
estados generales monárquicos y a la nobleza el 6 de octubre de 1789
durante la ocupación por el pueblo francés del Palacio de Versalles,
está como sello de agua en la agresiva diplomacia y los desaciertos de
la política exterior de Trump como apocalíptica admisión de que Estados
Unidos ha perdido “el control del equilibrio”.
Sería
interesante que Trump –poco proclive a la lectura, según parece- diera
un vistazo al texto de Gyorgy Lukács - el mismo de Historia y Conciencia
de Clase - dedicado a la formación de las bases ideológicas y
culturales del nacionalsocialismo alemán, y titulado El Asalto a la
Razón, redactado en 1950, como sugiere mi amigo.
El asalto
al pensamiento racional, dice el autor, nace del miedo a la propia
decadencia, y genera una tendencia constante y creciente a rechazar la
razón misma y buscarle sustituto en la creación de mitos y el culto a la
intuición. Talmente parece que habla de Trump.
En el caso
de Estados Unidos quiero cerrar esta reflexión de la mano de Guillermo:
“Su principal centro de fuerza armada ingresa en una fase de su
historia en la que se desgaja de todo instrumento de equilibrio - como
los tratados de París, del mercado común de Asia Pacífico, y ahora de la
prevención del desarrollo de armamento nuclear por Irán -, y pasa a ser
percibido como un factor de riesgo por sus propios aliados
principales”.
La cultura del miedo no puede embargar al
mundo ni sepultar al pensamiento racional. La grandeza de Estados Unidos
no debe tener la connotación de la guerra, ni la manera que el actual
gobierno la enfoca es una alternativa para la paz sino un elemento de
confrontación militar, financiero y comercial.
El canto de
sirena de recuperar ese mito no puede engañar porque los dos períodos
de postguerra que le sirvieron de ámbito al expansionismo de Estados
Unidos desembocaron en el caos.
El primero parió la gran
depresión de 1929, y el segundo las crisis sistémicas después de agotado
el Plan Marshal, con hitos históricos en los peores momentos de la
guerra fría y la carrera armamentista en las crisis de 1968 y 1973
(energética).
Uno y otro están en la génesis del período
histórico en el que vivimos y, en buena medida, en la cultura del miedo
que expone a la intemperie la fragilidad capilar aparentemente prematura
de un modo de producción que acaba de cumplir apenas poco más de dos
siglos de existencia.
https://www.alainet.org/es/articulo/192800
No hay comentarios:
Publicar un comentario