Al
examinar la historia de América Latina y el Caribe, encontramos que las
formas de gobierno instaladas dependen también de la dinámica exógena.
Así, en los años de la Guerra Fría,
cuando la contención del comunismo era la base de la política exterior
de los Estados Unidos, la dictadura militar se convirtió en la norma. La
democracia representativa, se consolidó bajo la alternancia de las
élites en el poder. En teoría, la democracia liberal estaba sustentada
en un ciclo virtuoso de opciones.Para diagnosticar la salud de la democracia en América Latina y el Caribe, es necesario revisar las estadísticas sobre la desigualdad. La democracia liberal basada en consensos, se caracterizó por un fuerte elitismo. La legitimidad obtenida por un sistema monocromático de partidos, terminó desgastándose. Lo político como complejidad, no podía ser ordenado siguiendo la reproducción del capital en las mismas condiciones del centro y, dependió de la captación de las renta en base a los recursos naturales. Esta clase dominante, edificó modelos de Estados altamente dependientes del capital transnacional, codificados bajo la exigencia del mercado.
La alineación de un bloque de países progresistas a inicios del Siglo XXI, permitió una ventana para visualizar las demandas de los sectores vulnerables. En base a la tradición liberal, este nuevo contrato se materializó convocando el poder constituyente en Bolivia, Ecuador y Venezuela. El instrumento del sufragio, permitió la conquista de derechos para incluir a mayorías “invisibles”. A este punto, se suman las iniciativas de integración regional, la reconexión con Cuba y la recuperación de los recursos naturales; una etapa que marcó distancia con el modelo neoliberal.
Sin embargo, estos cambios no incluyeron a todos los países por igual. Los gobiernos conservadores, devinieron en pragmáticos en su relación con los vecinos, mientras la disputa de los Estados Unidos por la hegemonía, se trasladó al hemisferio. Las inversiones de China, la presencia de Irán o Rusia, consolidaron el marco de la multipolaridad. El boom de las materias primas, permitió a los gobiernos progresistas aumentar la redistribución de la riqueza. Pero en el fondo, la dependencia económica no logró ser resuelta y, el cambio de acreedores no implicó una alteración de las reglas del juego basadas en el capitalismo.
La economía se convirtió en el Talón de Aquiles para los gobiernos de Venezuela y Argentina, agobiados por la presión inflacionaria, los controles cambiarios y el fantasma de la recesión. El impacto es evidente, con las derrotas de las alianzas de izquierda en las elecciones de 2015. ¿La restauración se consolida?, el discurso de los sectores conservadores varía poco a la hora de leer la crisis económica, escondiendo del debate público los programas de gobierno a ejecutar. Las medidas de Macri ilustran un camino lleno de devaluaciones, reducción de inversión social y desmantelamiento jurídico para garantizar las privatizaciones; adicional al retorno del FMI.
La desaceleración de la economía mundial o la guerra de precios en los hidrocarburos han tenido su impacto directo en las economías locales. Lo que Maduro denomina “guerra económica” no es otra cosa que la naturaleza espasmódica del capitalismo rentístico. La crisis no es sólo regional, la capacidad de gestionar alternativas no depende de políticas de austeridad como proponen los sectores conservadores, que exponen el gasto público como blanco para la crítica. El estancamiento de los gobiernos progresistas en América Latina, no se puede leer sólo en indicadores económicos, han hecho lastre del mismo modo la ineficiencia y la corrupción.
El sostenimiento de la gobernabilidad, ha dado pasos a coaliciones donde el reformismo cierra el camino a las alternativas anticapitalistas. La movilización de los pueblos por una vida digna no se detendrá ante la restauración conservadora; no obstante, se complica. Es preciso evocar el manifesto zapatista, cuando afirma que “la palabra que vino desde el fondo de la historia y de la tierra ya no podrá ser arrancada por la soberbia del poder.”
Escrito por José Fortique
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