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sábado, 30 de enero de 2016

La persistencia de un falso dilema

El presidente argentino, Mauricio MacriAndrés Mora Ramírez*

San José, 30 ene (PL) "Estas son las postales de un viaje en el que volvimos al mundo", proclamó eufórico el presidente argentino, Mauricio Macri, al publicar una serie de fotografías en su cuenta de una red social, con las que pretendió rendir testimonio de su participación en el Foro Económico de Mundial en Davos, Suiza.
Menos de 24 horas después de este singular anuncio, el mandatario, aduciendo razones de salud -una costilla fisurada- que más parecen encubrir un acto de soberbia, la debilidad de su política exterior y sus poderosos prejuicios ideológicos, declinó la participación en la Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) que se realizó esta semana en Quito.

Algunos periodistas argentinos dicen que a Macri, empresario del fútbol vinculado durante muchos años al club Boca Juniors, no le agrada jugar de visitante y con el público en su contra; o que, en definitiva, sostienen, a la costilla no le gusta viajar por la región.

Más allá de la ironía, lo cierto es que la pretenciosa afirmación de Macri, portaestandarte de las restauración conservadora en el continente, no sólo expresa una suerte de reconciliación de la derecha argentina y latinoamericana con sus aspiraciones primermundistas -que persigue a costa del entreguismo y la renuncia a la praxis política soberana- y su histórica tendencia a la genuflexión antes las potencias.

También evidencia una opción, una suerte de declaración de principios: el eje Noratlántico antes que nuestra América. Las relaciones carnales en política exterior antes que la multipolaridad. El capital antes que cualquier otra cosa.

Davos es el máximo concilio del pensamiento y las políticas económicas dominantes, donde corporaciones, empresarios, socios estratégicos y unos cuántos líderes políticos definen agendas de alcance global.

La CELAC, por su parte, representa un hito en materia de integración regional y del antiimperialismo político, con raíces profundas que entrelazan los ideales y luchas independentistas del siglo XIX, las revolucionarias del siglo XX y las posneoliberales del siglo XXI.

En ese contexto, argüir que Argentina vuelve al mundo -al menos, la Argentina que representa Macri, y que es la derecha la responsable de ese retorno-, supone una actualización de aquel viejo antagonismo entre civilización y barbarie que está en la génesis de la construcción de las identidades nacionales latinoamericanas.

Si allá, en el mundo industrializado, en el viejo continente, entre los líderes serios y los capitalistas más influyentes, está la civilización; entonces, acá, en medio de los empeños y búsquedas nuestroamericanas de los últimos 15 años, en el kirchnerismo, entre los Chávez, Lula, Evo o Correa, entre los pueblos de nuestras tierras, solo puede encontrarse la barbarie, la no presencia en el mundo, el no ser.

Esta es la antinomia sobre la cual los restauradores de turno pretenden construir su narrativa de la reconquista: una cruzada contra los bárbaros, en la que incluso la democracia liberal y representativa, que tanto dicen defender, puede ser sacrificada en la horca de los decretos de urgencia, del golpismo y de las relaciones carnales con el imperialismo.

Pero ya hace 125 años un esclarecido patriota de Cuba y hombre de todos los tiempos, José Martí, nos enseñó la falsedad de ese dilema, instrumento ideológico de dominación y de brutales campañas de exterminio.

En su ensayo Nuestra América nos dijo: "No hay batalla entre la civilización y la barbarie sino entre la falsa erudición y la naturaleza". Y agregó: "Con los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores".

He aquí, en esas breves líneas, un desafío y un plan de acción que mantiene su vigencia. Que el odio y la persistente falsedad de la derecha, coyunturalmente a la ofensiva en varios de nuestros países, no se imponga también en la batalla de las ideas.

*Investigador, analista y docente de la Universidad de Costa Rica. Colaborador de Prensa Latina.

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