Guillermo Almeyra
Periódico La Jornada
El gobierno de Nicolás
Maduro, que tenía algo más de la mitad de los votos cuando fue elegido
tras la muerte de Hugo Chávez, acaba de ser derrotado tras perder 12 por
ciento de los electores y más de dos millones de votantes que antes
apoyaban al chavismo. El proceso bolivariano, tan fundamental para
Sudamérica, está en grave peligro.
Hasta ahora, ni el gobierno ni los defensores acríticos de los gobiernos
progresistashan hecho un balance serio de esta derrota, que se produjo cuando Maduro llamaba a infligir una
derrota decisivaa sus adversarios, ni del vergonzoso fracaso del kirchnerismo argentino, que creía ganar ya en la primera vuelta la elección de presidente. Tampoco hay un balance sobre la corrupción del Partido de los Trabajadores, que da pretextos a la extrema derecha en Brasil, ni sobre las dificultades de Evo Morales en su referendo acerca de un tercer mandato consecutivo, ni de Rafael Correa, que se enfrenta a los movimientos sociales.
Todos ellos –desde Maduro hasta sus defensores más ciegos– cuando
mucho alegan que el imperialismo financia una feroz campaña de
intoxicación de la opinión pública y, con sus agentes locales, quieren
derribar al gobierno, y que la mayoría de los medios de información
locales –y la gran prensa capitalista internacional– han conseguido
confundir a las mayorías populares. Pero esos argumentos esconden que
del imperialismo y de la extrema derecha no se podía esperar otra cosa y
que pedirles comportamientos democráticos equivale a rogar que un cerdo
vuele y, además, que no es posible disfrazar las dificultades con una
vociferante retórica nacionalista burguesa, pues eso lleva a la pérdida
del apoyo de vastos sectores populares chavistas o peronistas que
votaron por la oposición para protestar por la pésima conducción
económica, la escasez, la corrupción y el paternalismo decisionista.
Washington desempeña el papel de siempre; era necesario blindar el
proceso bolivariano con una masiva participación obrera y popular y con
la construcción de subjetividad anticapitalista, en vez de reprimir
cualquier muestra de independencia de los trabajadores y de mantener a
todo vapor la sociedad consumista cuando era evidente que eso no era
sustentable. Con todos los medios en contra, Chávez tenía, sin embargo,
un aplastante apoyo popular y ganaba ese sostén, pese a todas las
dificultades económicas, porque ofrecía la utopía posible de la
construcción de gérmenes de doble poder de los trabajadores frente al
poder estatal burgués, burocrático y nacionalista y llamaba a dar un
Golpe de Timón que sustituyera el poder centralizado y verticalista del
Estado capitalista por el poder de la base de la revolución.
La soberbia sectaria de quienes se creen únicos poseedores de la
Verdad y califican a todos sus adversarios, sin distinguir matices, como
enemigos, aliados o agentes del imperialismo o antipatriotas (como
hacía Cristina Fernández, como hizo Maduro o hacen Correa y el
vicepresidente boliviano García Linera) lo único que consiguen es
arrojar en brazos de los verdaderos enemigos proimperialistas a quienes
plantean que hay otras opciones diferentes de la línea
progresista, pero no son ni nunca fueron agentes imperialistas o contrarrevolucionarios fascistas y, por lo tanto, ante el insulto y la falsedad oficiales, pierden totalmente confianza en lo que dice el gobierno y en la disposición autocrítica de los
Líderes infalibles.
Quienes acusaban de
enemigos del socialismoa los críticos desde la izquierda de la burocracia soviética y de los países
socialistasy decían que su crítica
servía al imperialismotodavía hoy no se explican por qué nadie, ni siquiera los millones de afiliados a los partidos
comunistasde esos gobiernos burocráticos, defendió esos regímenes ni tampoco porqué el estalinismo vacunó a pueblos enteros contra la palabra
socialismo.
Por el contrario, en todo defensor ciego de los gobiernos
progresistas hay un practicante del culto burocrático de la supuesta
infalibilidad
de la conducciónque cree en el cartelito
no molestar al Conductory alaba sin cesar las
sabiasdecisiones de éste sin siquiera ver las posibles consecuencias nefastas de las mismas ni sugerir algún cambio. Esos señores creen que los gobiernos y los
Líderesson los sujetos de los cambios sociales y no los trabajadores mismos. Son antisocialistas y dificultan la ardua toma de conciencia anticapitalista de las grandes masas, que son las únicas que podrán combatir contra el imperialismo y construir colectivamente las bases del socialismo, eliminando las trabas burocráticas que existen en todo proceso revolucionario.
Cristina Fernández –que debería hacer un balance político de la
derrota que preparó– está muda porque no sabe qué decir, ya que ella
personalmente, con sus decisiones y su política, organizó la victoria
del sector burgués más ligado a las trasnacionales. Maduro, en vez de
reflexionar y apelar realmente a la enseñanza de Chávez combatiendo la
burocracia y la boliburguesía, se apoya en ellas y en el conservadurismo
nacionalista de las fuerzas armadas (a las que el imperialismo
intentará ahora dividir) y en el aparato estatal, que es capitalista y,
en vez de separar la protesta popular legítima de la dirección golpista y
fascista de la mayoría de la oposición, insiste en meter a todos
–obreros disconformes y capitalistas contrarrevolucionarios– en un mismo
saco con marca estadunidense.
El proceso bolivariano sólo podrá recuperarse si, como el gigante
Anteo, al caer toma contacto con la tierra. Es posible esa recuperación y
aún estamos a tiempo para el Golpe de Timón chavista, pero es necesario
recuperar la credibilidad demostrando la capacidad de dar curso a la
movilización y de poner orden de las masas mismas. Una lucha sólo
burocrática contra la burocracia y los enemigos que la fomentan no es
una
solucióny sólo lleva en cambio al suicidio político.
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