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lunes, 18 de enero de 2016

La farsa del socialismo estatal



Guillermo Almeyra
Todos los gobiernos progresistas, que dicen o dijeron que querían construir relaciones no capitalistas o incluso socialistas en sus respectivos estados, no sólo som integrantes del sistema capitalista mundial sino, además, gravemente dependientes del mismo, y además de vender demagógicamente aire frito logran con sus fracasos desprestigiar la idea misma del socialismo. Ahí están los ejemplos recientes de la Unión Soviética estalinizada y de su bloque de países socialistas que tenían que cercarse con muros o alambres de púas para que los trabajadores no salieran, o más cerca de nosotros, el caso de los gobiernos brasileño, argentino, o el de Nicolás Maduro y su PSUV burocratizado.
La creación de experiencias de capitalismo de Estado, incluso en países ricos en recursos de todo tipo, como la ex Unión Soviética, mantiene la dependencia del mercado mundial, obliga a seguir a los países más avanzados en una carrera consumista y de preparación militar que no pueden sostener, presenta como si fuesen universales los valores, modelos de vida y la cultura de los países más industrializados. La prueba del éxito sería entonces consumir como un californiano, tener varios autos privados por familia, despilfarrar productos inútiles producidos con escasos y valiosos recursos naturales… hasta que todo se derrumbe debido a la falta de agua o a la contaminación ambiental, como en China.
Ni el crecimiento del producto interno bruto ni una distribución más equitativa de la riqueza producida son socialistas, aunque el socialismo sea imposible en la miseria y la escasez y sin justicia social. No es posible hablar seriamente, como Álvaro García Linera, de socialismo comunitario del vivir bien cuando las comunidades están integradas en el mercado capitalista nacional y mundial, dependen para competir de la explotación de mano de obra familiar pésimamente pagada o incluso gratuita (niños, mujeres, parientes) y el país depende totalmente de la extracción y exportación de productos primarios y de los ingresos de millones de expatriados que se separaron de los suyos y de su país para encontrar trabajo. Lo de que en el capitalismo de Estado se producen solo mercancías, valores de cambio, mientras que, según García Linera, el gobierno socialista de un país atrasado y dependiente como Bolivia con su capitalismo de Estado produciría valores de uso no mercantiles, es muy poco serio y choca, por ejemplo, con el gasolinazo decretado por el mismo vicepresidente o con el avasallamiento a la autonomía indígena –productora de bienes de uso– en el caso del TIPNIS para favorecer la extracción y la distribución de mercancías.
El socialismo ni lo construyen ni lo conceden los estados, que son capitalistas y órganos de dominación del capitalismo mundial y de las clases dominantes locales. Tampoco se instala de la noche a la mañana, y menos aún en países aislados. Es el resultado de la movilización, la organización, la toma de conciencia que adquieren en sus luchas y en sus experiencias los trabajadores. Se empieza a construir desarrollando la autorganización, la autogestión, la confianza en sí mismos y la seguridad de los explotados, así como la solidaridad, la relación amigable con el medio ambiente, la sustitución de los despilfarros por consumos sostenibles, la construcción de nuevos modelos de consumo colectivos (como el transporte en común o la producción local de alimentos orgánicos).
Las bases para la construcción del socialismo están presentes en germen en el mundo indígena y campesino y en lo que queda de las ancestrales experiencias comunitarias y solidarias. También lo están en el odio cada vez más extendido al burocratismo paternalista de los aparatos estatales educados en el culto a los Jefes y Líderes. Los obreros italianos, en 1969, proclamaban orgullosamente ¡Somos todos delegados!, queriendo significar que no necesitaban delegar su poder en nadie. La liberación nacional y social será obra de los trabajadores mismos, no de sus autoproclamados salvadores. Por lo tanto, será un proceso arduo, tortuoso, de acumulación de conciencia, seguridad y rabia, ya que el capitalismo desmoraliza, despolitiza, siembra individualismo egoísmo, fomenta el consumismo que convierte a los seres humanos en cerdos que si están bien cebados aceptan revolcarse en el lodo y en sus propios excrementos.
¡Pobres en cambio los pueblos que necesitan Líderes que los guíen! Sobre todo si esos líderes aplican la política del enemigo y se corrompen, como en Argentina o Brasil o, como Cristina Fernández y el kirchnerismo o el venezolano Nicolás Maduro, mantienen un silencio absoluto sobre sus errores y sus falsas creencias.
El socialismo necesita, por lo tanto, una batalla ideológica cotidiana –y no solamente un sindicalismo honesto y clasista, que es una condición necesaria pero no suficiente–; además, luchas y éxitos parciales en los que se fortalezca la solidaridad de los oprimidos, tanto a escala local como nacional e internacional. Todos somos la comandante Nestora Salgado, el doctor Félix Hoyo, los 43 de Ayotzinapa, porque la violencia estatal contra ellos nos afecta diariamente también a nosotros, ya que la libertad y la democracia son indivisibles e irrenunciables.
Hay gente estúpida que, si el espejo les da una imagen fea de sí mismos y les hace ver el contorno, rompen el espejo y dicen que éste es un instrumento del diablo, o del imperialismo, según sus creencias. La gente inteligente escucha las voces de sus amigos, aunque no esté de acuerdo con ellos ni con sus argumentos. Porque no hay una Verdad absoluta ni un único camino. No escribo para los antisocialistas. Lo hago en cambio para quienes ingenuamente esperan de Salvador. Si quieren peguen, pero escuchen…

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