La Jornada Periódico
El Ecuador está en el
centro del mundo, en el paralelo cero que divide en dos al planeta entre
el hemisferio norte y el hemisferio sur. Allí las aguas toman un curso
diferente al sur, van contrarreloj, y al norte en sentido contrario. Sin
duda, es un país con una geografía especial, montañas y volcanes
nevados en pleno trópico, con un río majestuoso y navegable como el
Guayas, el único de esas dimensiones que llega al Pacífico desde la
Patagonia chilena hasta Alaska; con Galápagos, islas oceánicas
pletóricas de vida animal y de procesos evolutivos únicos en el planeta,
islotes perdidos, que por fortuna no fueron adjudicados a los imperios
colonialistas que se repartieron el mundo.
Pero también quiso ser especial en política exterior. Su constitución
señala que los ecuatorianos son ciudadanos del mundo y proclaman la
ciudadanía universal, por tanto, abiertos al mundo exterior a todo aquel que quiera llegar a sus calurosas costas tropicales, montañas nevadas y selvas exuberantes.
A Ecuador la globalización neoliberal lo llevó a la quiebra
financiera a finales de 1990; perdió su autonomía monetaria y tuvo que
asumir y someter sus designios nacionales a la robustez del dólar, que
le aseguraba detener, de una vez por todas, la imparable inflación. Su
gente tuvo que buscar mejores lugares y hogares donde vivir. Muchos se
fueron a España –la mayoría–, pero también a Estados Unidos, Italia,
Reino Unido.
En ese contexto llega la oleada reformista de izquierda a América
Latina, y Ecuador se convierte en el paladín de la defensa de los
derechos de los migrantes, de sus ciudadanos en el exterior. No sólo
eso. Asume liderazgo mundial en ese sentido y participa, por derecho
propio, en el Foro Global de Migración y Desarrollo y otras tantas
instancias internacionales.
Su propuesta de apertura total al mundo no se quedó en retórica. El
gobierno de Rafael Correa abrió la puerta a todo aquel que quisiera
llegar. Fue el único país del planeta que suprimió el requisito de visa
para cualquier visitante. Quería ser congruente con las exigencias que
demandaba para sus connacionales que se veían discriminados en el
extranjero.
Fueron grandes impulsores de la unidad sudamericana, de la Comunidad
Andina de Naciones (CAN) y de la libre circulación. De ser un país
cerrado, obsesionado por sus problemas fronterizos con Perú, se abrió al
mundo a través de sus emigrantes y diseñó una política exterior
optimista, agresiva, aperturista.
En las conferencias internacionales, los delegados ecuatorianos
repartían pasaportes universales, para ciudadanos del mundo, para
propiciar el libre tránsito y la apertura de fronteras.
Lamentablemente, los primeros en tomar conciencia de este cambio
fueron las mafias de traficantes de personas de Asia y África, que
empezaron a aprovechar la coyuntura de llegar, sin problemas de visa, al
continente americano. Los traficantes chinos entraban con sus
cargamentos humanos para luego trasladarlos fácilmente a Perú, donde hay
una gran comunidad china o para llevarlos a Estados Unidos vía México.
Los traficantes y especialistas en la trata de blancas vieron en Ecuador
una puerta abierta para expandir sus negocios y tropelías.
La primavera duró poco. La apertura irrestricta, en un sistema
global de estados-nación con territorios y fronteras es imposible;
incluso, cuando se sabe y se demuestra que el ingreso es sólo temporal y
para el tránsito hacia otros destinos. La apertura puede hacerse en los
ámbitos regionales, como Schengen en Europa, pero incluso allí hay
problemas y contradicciones. Ecuador tuvo que poner visa a ciertos
países donde trabajaban las mafias.
Pero quizás el caso más sonado haya sido la decisión de exigir visa a
los cubanos. A lo largo de una década éstos pudieron viajar a Ecuador
sin restricciones. Muchos hacían comercio hormiga, viajaban con la ropa
puesta y regresaban con fardos de prendas para vender en la isla,
negocio, al parecer, muy lucrativo para los comerciantes, los
funcionarios que daban el permiso de salida y los aduaneros que
permitían la entrada. Cada quien su tajada.
Pero la mayoría de viajeros cubanos utilizaban Ecuador de escala
técnica para llegar a Estados Unidos. Las mafias de Miami se encargaban
de facilitar el tránsito a Colombia, Centroamérica y México. Luego
cruzaban la frontera, pisaban la tierra prometida e ingresaban con asilo
político a lavar platos y limpiar baños, como cualquier inmigrante, con
la diferencia de que son legales, tienen papeles y amplias redes de
apoyo social y familiar.
El problema, como siempre en asuntos migratorios, se da cuando el
proceso se masifica. Una docena de casos no preocupan a nadie, pero
varios miles de migrantes sin recursos se convierten en un problema. Más
aún cuando las expectativas generadas provocan una avalancha.
Todo esto, obviamente tiene que ver con la política estadunidense de
asilo irrestricto a los cubanos que ingresen por tierra, con los
pies secos, como establece la Ley de Ajuste Cubano, política que se supone tiene que cambiar y negociarse ahora que se han restablecido las relaciones bilaterales entre esos países.
La puerta de entrada ha sido cerrada por Ecuador, pero han quedado
varios miles de cubanos varados en el camino, con el problema adicional
de que Nicaragua –otra nación con un gobierno cercano a Cuba– cerró la
puerta a los migrantes en tránsito que han quedado estancados en la
frontera con Costa Rica y otros tantos en Panamá.
Curiosamente, en este contexto de crisis internacional se dice que si
los cubanos llegan a México no tendrán problema porque los dejarán
transitar libremente a Estados Unidos; uno se pregunta por qué no pueden
hacerlo los migrantes centroamericanos que también quieren llegar a
Estados Unidos…
No hay comentarios:
Publicar un comentario