Por Luis Manuel Arce *
La
Habana (PL) Quienes han seguido el rastro al mercado petrolero desde la
gran crisis energética y financiera de 1973 se sorprenden con los
actuales precios del crudo, en aquella década muy altos en coincidencia
con la eliminación del respaldo en oro del dólar aplicada por el
expresidente Richard Nixon y el aumento en flecha de la deuda externa
mundial.En aquellos tiempos las preocupaciones de la Casa Blanca diferían de
las de hoy en cuanto a que Estados Unidos había llegado al cenit de su
producción petrolera con sus grutas casi secas, lo cual motivó que en
1975 fuera aprobada la prohibición de exportación de petróleo para no
poner en peligro las reservas.
Esa escasez del carburante era
muy peligrosa para una economía dependiente del petróleo y el gas
natural, lo cual demandaba un fortalecimiento del control de sus
transnacionales sobre el transporte, refinación y comercialización del
crudo, pero sobre todo garantías de que a los pozos en países
suministradores no llegaran fuerzas hostiles a Estados Unidos.
En realidad había un angustioso nerviosismo en la élite del poder y un
evidente estrés en el alto mando del Pentágono, responsable del cuidado
de los yacimientos fuera de sus fronteras.
Con una masa
monetaria gigantesca emitida por el Sistema de Reserva Federal (FED o
banco central) en aquellos años, a la que se denominó petrodólares y fue
base de la imparable e impagable deuda externa del Tercer Mundo,
Estados Unidos contaminó el orbe con una hiperinflación galopante.
La más famosa, la del dinar de Serbia, de cinco mil cuatrillones por
ciento. En el caso de América Latina duró desde 1972 hasta 1987 y las
más altas se registraron en Bolivia, Perú, Argentina y México, el peor
caso con más de tres mil por ciento.
Pero esa hiperinflación
garantizó a las transnacionales el cobro de la factura petrolera al sur
periférico mediante una bondad de préstamos alarmante y la imposición de
políticas nacionales de reajuste económico neoliberal impuestas por el
Fondo Monetario Internacional.
Todos los análisis de los
expertos concluían entonces con la misma hipótesis: los altos precios
del petróleo llegaron para quedarse, y realmente así fue durante casi 40
años. El barril de referencia WTI llegó a cotizarse a 146,90 dólares el
11 de julio de 2008 y el Brent del Mar del Norte a 147,25, mientras que
el precio a futuro fue de 185 dólares el tonel.
El aumento en
flecha de los precios del crudo comienza a tomar fuerza justamente
durante la primera invasión de Estados Unidos a Afganistán e Iraq y
sigue escalando, con altas y bajas, hasta 2010 cuando el uso del
fracking le pone freno y cuya carísima tecnología fue costeada por las
reservas de dólares acumuladas con el petróleo caro.
Ahora, en
el año 16 del siglo XXI, Estados Unidos logra lo impensable: volver a
ser exportador de petróleo gracias a la técnica de fractura, y
despojarse de las preocupaciones por la escasez de crudo y de gas,
centro de las invasiones a Afganistán e Iraq, y génesis de las
convulsiones políticas, económicas y militares actuales en Oriente
Medio, en particular de Siria y Libia.
Hasta la crisis económica
de 2008 -que aún persiste en sus rasgos más generales- nadie en el
mundo se había atrevido a remover los esquistos bituminosos del subsuelo
profundo por temor a los daños potenciales que la extracción de
petróleo y gas atrapados en las rocas de lutitas pueden provocar al
medio ambiente, y en especial a los acuíferos subterráneos.
Lo
cierto es que a partir de 2010 el fracking le ha permitido a Estados
Unidos aumentar 35 por ciento la producción de gas natural desde 2005 y
eliminar la necesidad de las importaciones.
En cuanto al
petróleo, la producción se ha incrementado en 45 por ciento desde 2010,
lo que ha convertido de nuevo a Estados Unidos en su segundo productor
del mundo.
Los hidrocarburos no convencionales suponen ya una
aportación de 430 mil millones de dólares al PIB y la creación de 2,7
millones de empleos, con salarios que duplican la media de Estados
Unidos.
Pero los daños ecológicos y humanos no se han
investigado ni cuantificado, y son muy grandes las discrepancias entre
los que aprueban y desaprueban esa tecnología, al extremo de que varios
países con reservas de esquistos han prohibido su explotación, y en
Estados Unidos y Canadá se han estructurado movimientos sociales contra
el fracking.
En cambio, lo que sí está claro es el papel que los
estrategas del Pentágono y de la Casa Blanca les están dando al impacto
que ha tenido la reemergencia de Estados Unidos como el segundo
productor del mundo, solo superado por Arabia Saudita, uno de sus
grandes aliados en Oriente Medio.
Si en la primera crisis
energética de 1973 el objetivo fue aumentar los precios y depreciar el
dólar, ahora en 2016 es todo lo contrario: bajar las cotizaciones y
apreciar el billete verde ante las monedas de Rusia, China y la propia
Unión Europea, y disminuir los ingresos de adversarios como Moscú y
Caracas dentro de una estrategia geopolítica de control mundial del
petróleo y el gas que se ventila en estos momentos en Oriente Medio, en
especial Siria y Libia, y renovación del dominio estadounidense del
sistema monetario y financiero internacional.
Hace apenas unos
días, el presidente ruso, Vladimir Putin, exhortó al Gobierno a estar
listo ante cualquier giro de la coyuntura económica y responder con
profesionalismo a los problemas que los afecten, en referencia a los
cambios en los mercados financieros y petroleros.
Para nadie es
un secreto que hay una elevada dependencia del presupuesto federal ruso
de los precios de venta del petróleo y el gas, que representan casi la
mitad del total de sus recursos. Precisamente a ese factor se debe el
desplome del crecimiento económico en 2015, al reportarse una
contracción de 3,8 por ciento del Producto Interno Bruto.
El
gobierno de Putin toca las sirenas de alerta al anunciar al mundo que
Rusia se prepara para un escenario de previsibles cotizaciones del crudo
a 25 dólares por barril, agravado con una apreciación del dólar frente
al rublo.
Esas alertas evidencian el uso geoestratégico que
Estados Unidos le ha estado dando al fracking contra Rusia, Venezuela y
otros países, y es lo que explica el por qué Washington ha seguido
subvencionando a la industria ante las pérdidas económicas que significa
extraer petróleo bituminoso a muy alto costo, con una producción diaria
proyectada de 9,5 millones de barriles, casi el doble que en 2008.
Es algo aparentemente contradictorio para un mercado interno que ha
superado su capacidad de refinación y almacenaje, y para el externo
saturado y con una oferta muy por encima de la demanda.
¿Hasta
cuándo Estados Unidos podrá soportar el uso de fracking que, según
especificaciones del American Petroleum Institute, el costo de
producción equivalente a un barril de petróleo tradicional ronda los 80
dólares, frente al panorama para el que se preparan los rusos de 25
dólares por unidad para este año?
Las empresas petroleras
estadounidenses, e incluso las británicas que operan el petróleo del Mar
del Norte, bajaron la rentabilidad, la cual lleva meses en terreno
negativo con un precio del barril entre 40 y 45 dólares actuales. En
buena ley, hace rato que los taladros del Brent debían de estar parados,
y más ahora que el Brent cotiza a 30 dólares.
Por otra parte,
la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) sigue muy
dividida y es muy difícil que puedan realizar acciones conjuntas para
presionar al alza las cotizaciones a pesar de los esfuerzos al respecto
de Venezuela.
Por el contrario, alentado por Arabia Saudita, el
cartel ha mantenido agresivamente su nivel de producción a fin de no
ceder cuota de mercado. No es la primera vez que hay desacuerdos entre
los miembros del grupo, paradójicamente creado el 14 de septiembre de
1960 en Bagdad, capital de Iraq.
Venezuela, la más afectada por
el fracking junto a Rusia, tuvo un papel protagónico en el nacimiento de
la OPEP, gracias a una iniciativa del entonces ministro de Minas e
Hidrocarburos Juan Pablo Pérez Alfonzo, quien avizoró la necesidad de un
instrumento de defensa de los precios para evitar el despilfarro
económico del petróleo.
Casi 56 años después, ese ideal de Pérez
Alfonzo es más necesario que nunca, aun cuando con el fracking se
alargan las existencias probadas del petróleo y el gas que, a pesar de
todo, continúan siendo recursos no renovables.
*Editor de Prensa Latina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario