Editorial La Jornada
La presidencia de
Nicolás Maduro y el proyecto chavista sufrieron una significativa
derrota política en las elecciones legislativas del pasado domingo, en
las que la coalición oficialista Gran Polo Patriótico Simón Bolívar
(GPPSB) experimentó un retroceso que lo coloca en minoría en la Asamblea
Nacional. En contraste, las oposiciones, aliadas en la Mesa de Unidad
Democrática (MUD), lograron hacerse con un completo control del
Legislativo, que implica las dos terceras partes de la cámara, con lo
que están en capacidad de remover a los ministros del Tribunal Supremo
de Justicia y a los rectores del Consejo Nacional Electoral, promover
referendos y reformas constitucionales, destituir al vicepresidente de
la república y someter a consulta tratados, convenios y acuerdos
internacionales.
En la práctica, esta mayoría opositora puede cambiar las leyes que
dan sustento a los programas sociales del chavismo en materia de
trabajo, vivienda, abasto, alimentación y salud, liquidar las relaciones
comerciales, tecnológicas y culturales con Cuba y, en el extremo,
llamar a una nueva asamblea constituyente; en suma, introducir un viraje
político e institucional sin precedentes con respecto al programa de
transformaciones políticas, económicas y sociales emprendido a partir de
1999, cuando Hugo Chávez llegó por primera vez a la presidencia.
Aunque al término de los comicios tanto el presidente Maduro como la
dirigencia de la oposición hicieron llamados a la unidad nacional y a la
reconciliación, el hecho es que la derrota del chavismo gobernante
ocurre en un país polarizado y dividido, y que la convivencia entre un
Ejecutivo progresista y un Legislativo dominado por la derecha
neoliberal –hegemónica en la MUD, por más que en ella participen otras
corrientes– difícilmente habrá de ser armónica. En otros términos, los
comicios del domingo y su resultado no parecen un buen punto de partida
para superar la crisis en que se encuentra la nación sudamericana. De
hecho, algunos de los líderes opositores han reconocido que el éxito
electoral de su formación no va a traducirse en una normalización
económica a corto plazo.
La reconciliación nacional parece incluso más improbable,
tanto en lo institucional como en las calles. Los principales jefes de
la oposición no ocultan su profundo rechazo a las políticas sociales y
populares del gobierno bolivariano. Por su parte, los núcleos populares
del chavismo no olvidarán fácilmente que la victoria de la oposición fue
en buena medida construida –sin ignorar las insuficiencias, los errores
y el desgaste del régimen– mediante una guerra económica y financiera y
sendas campañas de desestabilización política y de descrédito
internacional emprendidas con el activo respaldo del gobierno
estadunidense, de las derechas españolas y latinoamericanas y de medios
internacionales que distorsionaron en forma sistemática la situación
interna venezolana.
Por otra parte, la derrota electoral del chavismo tendrá un impacto
regional en un entorno en el que los principales proyectos
gubernamentales con énfasis social y defensores de la soberanía nacional
se encuentran en franco retroceso: hace unas semanas el kirchnerismo
perdió la presidencia en Argentina y Dilma Rousseff se encuentra
políticamente acorralada en Brasil. En tal circunstancia resulta
inevitable un fortalecimiento regional de las tendencias oligárquicas y
neoliberales que durante tres lustros fueron sometidas y mantenidas a
raya en buena parte del subcontinente.
Asimismo, ante el auge de fórmulas pro estadunidenses, como la que
representan el presidente electo argentino, Mauricio Macri, y los
opositores venezolanos, cabe preguntarse por el destino de foros
internacionales como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra
América (Alba) e incluso la Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños (Celac), concebida e impulsada en la década anterior por los
gobiernos progresistas de la región como un espacio en el que Washington
no pudiera ejercer una influencia decisiva como la que posee en la
Organización de Estados Americanos (OEA).
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